Hacer masculinidad heteronormativa:
Prácticas de explotación y
violencia de género en varones cisgénero
Making masculinity
heteronormative: Exploitation practices and gender violence in cisgender men
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Gabriela Bard
Wigdor |
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Universidad Nacional de Córdoba – Argentina CIECS-CONICET |
Recibido: 06-03-2023
Aceptado: 29-05-2023
Resumen
El presente
artículo tiene por objetivo desarrollar los resultados obtenidos en el marco de
un proyecto de investigación-acción participativa con varones cisgénero
principalmente de Córdoba, pero también de otras provincias de Argentina y de
países como México, Venezuela y Colombia. La metodología es cualitativa y
etnográfica, consiste en el análisis de testimonios de reuniones virtuales y de
registros de campo del trabajo presencial con varones. Como resultados,
desarrollamos conexiones entre la configuración heteronormativa
de los cuerpos y las subjetividades masculinas y la consolidación de relaciones
sociales de explotación del cuerpo, los cuidados y las emociones de las
mujeres. Además, abordamos cómo se hace masculinidad en situaciones de
violencia por medios sexuales contra cuerpos feminizados y en la reproducción
de la heteronormatividad.
Palabras claves: masculinidades, heteronormatividad,
explotación de los cuidados, emociones y violencia por medios sexuales.
Abstract
The purpose of this article is to develop the results obtained within the
framework of a participatory action-research project with cisgender men, mainly
from Córdoba, but also from other provinces of Argentina and countries such as
Mexico, Venezuela, and Colombia. The methodology is qualitative and
ethnographic, it consists of the analysis of testimonies of virtual meetings
and field records of face-to-face work with men. As results, we develop
connections between the heteronormative configuration of bodies and male
subjectivities and the consolidation of social relations of exploitation of the
body, care and emotions of women. In addition, we address how masculinity is
made in situations of violence by sexual means against feminized bodies and in
the reproduction of heteronormativity.
Keywords: masculinities, heteronormativity, exploitation
of care, emotions and violence through sexual means.
1. Introducción
La agenda feminista del siglo XXI ha
incorporado la problemática de la masculinidad hegemónica, su relación con la
desigualdad y la violencia de género, como un tema que si bien polémico, no
menos relevante. En efecto, en tanto el género es una categoría relacional, no
podremos desarmar las violencias heteropatriarcales sin considerar las masculinidades como
un eje clave. La realidad actual da cuenta de no podemos continuar colocando
como sujeto destinatario de las políticas públicas e investigaciones sobre
violencia a las mujeres cisgénero[1], porque es una práctica sesgada y porque
supone una nueva forma de responsabilizar a las mismas de problemas
estructurales. Por tanto, abordar las relaciones de género en su integralidad,
atendiendo a los modos en que se subjetiva a los varones en masculinidades
hegemónicas que responden a cuerpos cisgénero y mayoritariamente
heterosexuales, resulta necesario para transformar las desigualdades y
violencias de género.
En ese sentido, el presente artículo
se constituye en un aporte para la agenda feminista de abordaje de la
masculinidad. Nos abocamos a analizar la relación entre masculinidades, heteronormatividad, violencia por medios sexuales y su
relación con la desigualdad y la violencia de género, especialmente con la
violencia por medios sexuales, a partir de datos emergentes del trabajo con
varones en talleres socio-reflexivos sobre masculinidad. Estos espacios fueron
desarrollados desde una perspectiva feminista acerca y con metodología de la
educación popular, en formato virtual durante el año 2021 por la pandemia del
COVID-19 y presencial en el 2022. Estos procesos son conducidos desde la
educación popular feminista y la investigación misma se planteara desde ente
enfoque, lo que implicó que los temas que abordamos en este artículo son
efectos de diálogos, construcción de conocimiento y reflexiones colectivas
junto a los varones. En efecto, si bien este artículo es de autoría personal,
se inscribe en un proceso de construcción de saberes junto a los varones que participaron
de los talleres, debatiendo críticamente el contenido del proceso de análisis
que estamos realizando y que se plasma en otros trabajos a ser publicados.
A nivel metodológico, este artículo
se construye desde una metodología cualitativa que apela a la narrativa
etnográfica y al trabajo de interpretación de las desgrabaciones
y registros de campo obtenidos en los encuentros grupales de reflexión con
varones cisgénero y coordinados por mujeres cisgénero. Son resultados siempre
provisorios, como parte de un proceso de investigación que aún continúa y a
partir de ejes de análisis que hemos conceptualizado a lo largo del debate
colectivo con los varones como protagonistas. Estos ejes consisten en el
vínculo entre procesos de subjetivación de los varones comprendidos en este
estudio en masculinidades heteronormadas, su
incidencia en lo que ellos han experimentado como vínculos socio-sexoafectivos heterosexuales y la configuración desigual,
en ocasiones violentas, de los mismos. Especialmente atendemos a la explotación
de la energía física, emocional y psíquica de las mujeres de su entorno, así
como la violencia por medios sexuales y en grupo.
Para estos análisis, partimos de la
conceptualización de que el poder tiene una dimensión somática, hace cuerpo y
emociones. La masculinidad hegemónica es un dispositivo de poder que produce
materialidad, afectos, sensibilidades y percepciones del entorno; las cuales
implican represión, premios y violencia social para aquellas subjetividades que
no se identifican como varones cisgénero y heterosexuales. De hecho, la
violencia heteronormativa implica que aquellos
cuerpos que no reproduzcan una coherencia entre su sexo marcado al nacer y su perfomatividad de género, van a sufrir todo tipo de
discriminaciones y exclusiones sociales.
Además, dicho dispositivo es
reproducido y controlado por lo que Segato (2018)
llama como la "corporación masculina", una dimensión social y
simbólica de hacer género, a través de la socialización de los hombres en la
violencia contra los cuerpos feminizados y otros varones subalternos ante la
mirada de otros. La corporación opera como control de las prácticas masculinas
y asegura la reproducción dominante de los valores asociados a la masculinidad
hegemónica.
2. Metodología
Las epistemologías feministas han
explicitado el lugar de enunciación y las relaciones de poder no neutrales en
la producción de conocimiento científico. En efecto, quien investiga se
encuentra situada/o y marcada/o debido a las matrices de opresión y privilegios
que nos constituyen como sujetos, como son la clase, el género, la racialidad, la generación, entre otras. Al respecto, Harding (2010) reivindica el hacer explícito este lugar de
enunciación sin renunciar a la objetividad científica, pero una objetividad que
es situada, experiencial; que no se afirma en una ficción de neutralidad, sino
que interpreta los datos dando cuenta de todos los aspectos subjetivos,
políticos y teóricos involucrados. Un ejercicio de narrar de manera situada en
términos corpo-geopolítica y teóricamente.
Desde esta posición epistémica, el
presente artículo desarrolla interpretaciones de los resultados obtenidos en un
proyecto de investigación-acción con varones, donde estos se convierten en
protagonistas de los datos que se construyen y de su análisis, en un proceso espiralado de debate gruapl,
registro y nuevamente debate sobre lo registrado en los talleres de
reflexión. En el caso de este artículo,
desde una metodología cualitativa que apela a la narrativa etnográfica, se tomaron
los encuentros grupal virtuales de reflexión entre varones (2021) y los registros de cuadernos de campo en los
espacios presenciales (2022) coordinados por mujeres cisgénero y se procedió a
su análisis. Durante los talleres, se observaba la dinámica y los contenidos de
debate desde la Descripción Densa (Clifford, 2001),
la cual supone un método de trabajo que selecciona informantes, diálogos y
observaciones, para interpretarlos a la luz de las teorías a las que se recurre
para comprender las estructuras de significación de las personas, que no son
universales, sino históricas, situadas y relativas a determinados contextos (Gibaja, 2001).
Este tipo de estrategias
cualitativas nos permiten la comprensión del entramado de relaciones que se dan
entre varones desde la experiencia y discurso de los propios actores
involucrados (Sabino, 1996). En este caso, aplicamos técnicas de registro
etnográfico durante los encuentros quincenales con varones y en formato
presencial durante todo el año 2022 (20 encuentros de 3hs reloj), así como
datos tomados de desgrabaciones de encuentros
virtuales durante el año 2021 y vía zoom (20 encuentros de 2hs reloj), con
varones cisgénero de diferentes provincias de Argentina y de Nuestra América. Los grupos virtuales de varones se
componían de aproximadamente 10 sujetos con edades que variaron entre los 20 y
los 56 años, de diversas clases. En el caso del grupo presencial, fueron 10
varones cisgénero, con diversas procedencias raciales y de clase. La mayoría
eran heterosexuales, vivián en la provincia de
Córdoba y que variaban en edad desde los 20 a los 55 años.
Tanto los varones que participan en
formato virtual como en grupos presenciales, se reconocían como varones
cisgénero. Además, con la excepción de dos varones gay, el resto se presentaba
como heterosexuales. En los grupos
presenciales eran todos varones cisgénero y heterosexuales, lo cual nos habla
de una forma hegemónica de experimentar la sexualidad masculina, en donde un
principio rector es diferenciarse de cualquier corporalidad feminizada,
incluyendo en ello a varones gais y trans (Badinter).
En efecto, el orden heteronormativo se construye a partir de un binarismo
sexual y jerárquico, donde los cuerpos feminizados se consideran inferiores y
se esencializa la heterosexualidad.
Finalmente, sobre la técnica de
registro etnográfico, tomó características de bitácora o cuaderno de campo
debido a su formato diacrónico, al hecho de que los discursos y acontecimientos
durante los talleres, fueron registrados e interpretados desde la subjetividad
de quienes eran observadoras participantes y de quienes participan como
integrantes de los grupos. Por eso, se incluyen comentarios, recuerdos,
percepciones y sensaciones de quien registraba, tanto como relatos literales de
los participantes y de sus prácticas, a partir de las desgrabaciones
realizadas en la virtualidad y los registros en la presencialidad.
3. Resultados
Desde un enfoque feminista sobre las
relaciones de género, el equipo que coordina los talleres de masculinidad
trabajó junto a los varones participantes con dinámicas que permitieron
reflexionar en torno a diferentes problemáticas. Entre ellas, abordamos quienes
asumen las cargas de cuidado y domésticas en su círculo próximo. Dos de los
interrogantes principales sobre los que se debatió fue: ¿cuándo nos damos
cuenta de que estamos abusando del trabajo de cuidado de otrxs?
¿Dónde localizamos la explotación de las tareas del cuidado en nuestro
entorno?
3.1. La demanda de
cuidados de los varones, articula el mundo íntimo y laboral de las mujeres
Según el informe realizado por la
Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género de la Nación Argentina, el
trabajo doméstico y de cuidados no remunerados es estructuralmente desigual: 9
de cada 10 mujeres cisgénero realizan estas tareas, que significan en promedio
6,4 horas diarias. Ellas dedican tres veces más tiempo que los varones
cisgénero a dichos trabajos. Sobre esta situación de desigualdad estructural en
las tareas domésticas y de cuidados entre hombres y mujeres cisgénero, trans y
travestis, se han desarrollado extensos aportes desde las teorías feministas
locales, nacionales y del mundo (Bonavitta y Presman, 2022; Pautassi, 2018; Federici, 2013; entre otras); tanto estadística como
cualitativamente[2].
Al respecto, durante un taller del 3
de junio del 2022), los varones mencionaron numerosos ejemplos de escenarios de
la vida cotidiana donde se evidencia la desigualdad de género en la
distribución de los cuidados y las tareas domésticas. En particular, pudieron
localizar la desigualdad de tiempo en la dedicación de sus parejas mujeres
cisgénero a la maternidad y en su
familia de origen, detectaron la explotación masculina del cuerpo de sus madres
y abuelas: “Con la abuela en los días domingo, advierto que en mi familia
todas las mujeres son quienes atienden a otros y ningún varón de mi familia
hace nada”. Otro participante comentó que se repetía lo mismo en su familia
y que cuando algún varón realizaba alguna tarea como levantar la mesa, era
celebrado como si fuera “la gran cosa, mientras las mujeres de la familia lo
hacían siempre” (Nota de campo de la autora, 3 de junio del 2022: 8).
Sin embargo, existieron dificultades
para llevar dichas reflexiones a ámbitos por fuera de lo familiar, como puede
ser en el empleo. Cuestión que se evidenció durante el taller de cierre y
evaluación del año 2022, cuando se les solicitó que realizaran una evaluación
personal y colectiva sobre el año compartido. Entre las devoluciones,
cuestionaron fuertemente que las talleristas no se
quedaran luego de finalizado el horario formal de los talleres, para conversar
y pasar el tiempo con ellos. También, señalaron como problema la escasa “amorosidad” por parte de las coordinadoras del taller
durante algunos episodios puntuales y en
los espacios de trabajo (Nota de campo, diciembre del 2022: 90). Estas
dos devoluciones fueron articuladas en sus discursos como parte de una misma
expectativa: contar con la demostración de afecto por parte de las talleristas, delicadeza en el trato y recibir cuidados de
diversa índole.
De manera que los estereotipos de
género funcionan en los varones como lecturas del cuerpo y del discurso de las
otras, en todos los ámbitos donde se relacionan con cuerpos feminizados. Es
relevante mencionar que las talleristas coordinaban
este espacio como tarea de extensión, destinando tiempo de organización,
elaboración, implementación y evaluación constante de los talleres de modo
gratuito. Sin embargo, esto no fue valorado por los varones como parte del
compromiso, afecto y cuidados para con el espacio de trabajo y sus integrantes.
Así, los empleos se convierten para las mujeres en trabajos emocionalmente
demandantes, como extensiones del trabajo doméstico y familiar que ya realizan
a diario (Machado, 2022).
Por otro lado, cuando las talleristas interpelaban al grupo sobre las escasas
implicaciones en las dinámicas de trabajo, los varones argumentaban que la
consigna no era clara, estaba mal organizada o esperaban “mayor dulzura” en las
maneras como se les planteaban las situaciones, además de que “valoráramos su
esfuerzo” (Nota de campo, 13 de mayo del 2022: 3). Por tanto, el grupo no
toleraban sentir que fallaban en la tarea, como tampoco desnaturalizar sus
representaciones acerca de cómo debieran ser actitudinalmente
las mujeres en el ámbito laboral, según la división heteropatriarcal de las
emociones. Sobre representaciones de género en la expresividad emocional, nos
referimos a la imagen que reproducen sobre cómo deben actuar hombres y mujeres
en los espacios de interacción diaria.
En ese sentido, las expectativas de
que las coordinadoras oficien de cuidadoras o dadoras de afectos excedían
ampliamente las tareas docentes y se vinculan a la plusvalía emocional de la que habla Jónasdottir
(1993), quien explica el modo en los varones se apropian de un importante
volumen de cuidados y de amor de las mujeres, tanto directamente como a través
de los hijos/as. La autora analiza que las mujeres suelen abocarse a estas
tareas en nombre del amor y que ese amor y cuidado gratuito que ellas destinan
a los hombres, es la base de la autoridad y la seguridad que necesitan para
seguir ejerciendo el poder.
Asimismo, la plusvalía emocional se alimenta de la representación binaria de
género, donde se espera que las mujeres sean más emotivas y delicadas que los
hombres. Por eso, en la práctica, los hombres esperan que las mujeres sean
cariñosas, dóciles y empáticas; así como asumen un vínculo natural entre
subjetividad femenina y disposición a la satisfacción de las expectativas y necesidades
afectivas masculinas, sea el contexto que sea. Al respecto, Paladino y Gorostiaga (2004: 5) mencionan que las mujeres enfrentan la
realidad de que cualquiera sea la emoción que expresan en los ambientes donde
se desempeñan, siempre son cuestionadas por no ser consistente con el
estereotipo de género. Es decir, se las juzga socialmente por su “intensidad
emocional” y al mismo tiempo, si no responden emotivamente a cualquier evento
social, se las evalúa como “distantes”.
En consecuencia, las mujeres son
cuestionadas cuando se dedican a sus empleos para obtener autonomía económica y
política sin asumir demandas de trabajo emocional y de cuidados. Sin dudas esto
afecta el desempeño laboral de las mismas y perpetúa relaciones de desigualdad
entre los géneros, ya que los cuerpos feminizados son permanentemente
explotados en su capacidad intelectual, física y emocional, favoreciendo los
privilegios masculinos.
3.2. “Yo soy deconstruido”: El violento siempre es el otro
Stéfano Barbero (2021)
analiza a través de Goffman (2015), el modo en que
funciona el estigma del varón violento. En los grupos de varones que se reúnen
a reflexionar sobre estos temas, el violento siempre es el otro, construyendo
una imagen de sí mismo por fuera del problema. En efecto, en el grupo
participaba un varón que había sido enviado por una empresa para trabajar su
relación de maltrato con sus colegas mujeres. Si bien no asumió públicamente
ese hecho, sí podía reconocer en su propia historia, episodios donde tuvo
prácticas que nombraba machista e incluso violentas. El grupo de varones se
separaba de este compañero a través de comentarios que se mostraban como
“positivos” hacia él, pero que no hacía más que afianzar el estigma que pesa
sobre “el violento”: “L. dice sorprenderse por lo amable y sensible que es
P. para compartir su historia de vida”[...] “Todos mencionan algún comentario
sobre P. antes de iniciar el taller, principalmente sobre lo honesto que es y
cómo `a pesar de ser un tipo grande´(sic), es abierto al diálogo” [...] “cada
taller inicia con comentarios sobre el proceso de P.” (Nota de campo, 12
Agosto del 2022: 12). Así funciona el estigma, según conceptualiza Goffman (2015), la violencia pasa de ser una acción a ser
un atributo del sujeto: “él es violento”, individualizando el fenómeno
de la violencia y desconociendo su carácter estructural, desde donde se
subjetiva a los varones en una masculinidad hegemónica que puede traducirse en
violencias de alta o baja intensidad, difíciles de localizar sin reflexionar
críticamente sobre ello.
En ese sentido, existen datos
experienciales y científicos de que la violencia radical como son los femicidios, no pueden explicarse sin la acumulación de
violencias de baja intensidad que ejercen los varones en la vida cotidiana y
que los estructura psíquicamente desde el mandato patriarcal De modo cotidiano,
los varones reproducen una “mala copia” del “hombre modelo” -porque nunca
podrán ser el ideal que sostiene el patriarcado- a través de prácticas y
discursos que hacen cuerpo y género. Esta repetición de la norma produce que
tampoco puedan reconocer la pluralidad de masculinidades al interior del propio
grupo de varones porque, aunque malas copias, todos se guían por los valores,
estéticas, ética, gustos y ejercicio de poder que marca el molde colonial que
socialmente se impone como “hacer masculinidad” (Segato,
2018; Bard Wigdor, 2018,
2020).
Sin embargo, el grupo de varones
insistía en señalar al compañero derivado de la empresa como “el violento”, en
parte debido al estigma de haber sido denunciado. Incluso, cuando existían
casos más complejos, como el de uno de los participantes más jóvenes, quien
había socializado previamente una situación de escrache, porque “su novia
creía que él abusaba sexualmente de ella” (Nota de campo, 16 septiembre del
2022: 18). Esta situación solo se conversó una vez en el taller y nadie tocó
nuevamente el asunto. Al respecto; por un lado, quien es derivado al taller por
violencia de género, tenía denuncias de maltrato laboral, específicamente sobre
gritos y modos autoritarios de dar órdenes a las mujeres de su entorno. Ante lo
cual, el denunciado sostenía que sus tratos respondían al cargo y rol que le
tocaba desempeñar en su puesto laboral, consideración comprensible para un hombre
de su generación, socializado en un mundo donde el feminismo no había permeado
la vida del modo en que actualmente lo ha hecho.
Además, viene al caso advertir lo
que plantea Stefano Barbero (2021: 206) sobre “la cláusula contextual de la
violencia, por la que hoy se considera violencia lo que antes se consideraba
como el legítimo ejercicio de la autoridad masculinidad”, con la paradoja de
que, en el mundo empresarial, se continúan demandando liderazgos autoritarios y
patriarcales. Esto produce que ciertos
varones se encuentren desconcertados, especialmente los que se formaron
mediados del siglo XX. De modo actualmente se sancionan formas de vincularse
que son autoritarias y machistas, para que sean atendidas como problemas de
violencia de género, pero escasamente se reflexiona sobre las lógicas
empresariales que aún hoy demandan y generan este tipo de liderazgo en el
empleo (Escapa y Martínez Tenz, 2010).
Por otro lado, en el caso del joven
escrachado por abuso sexual, las instituciones no intervinieron para
condenarlo, asistirlo o contenerlo. Vivió el escrache virtual de su ex pareja y
una posterior “muerte social” que lo obligó a estar aislado de sus amistades
durante dos años y en plena pandemia por el COVID-19. No podía hablar en
público y el día que contó su experiencia, se sentía angustiado por ser considerado comunitariamente “como un
violento”. Ante el relato de este joven el silencio del grupo fue ruidoso, un
silencio que se pareció a una escucha atenta, pero también vergonzante, un
episodio donde varios de ellos (mayores de 30 años), comentaron que en otra
época, prácticas como las que relató el joven escrachado, eran consideradas
“normales”. Por tanto, advertían el cambio cultural y cierta conciencia social
sobre lo dañina que pueden ser prácticas como el sexo no consentido en la
pareja.
Igualmente, si bien los varones
realizaron aportes y comentarios sobre la situación del joven que vivió el
escrache, ninguno puso en palabras cuáles eran sus experiencias personales
similares. Al contrario, el equipo coordinador se vio en la necesidad de
generar dinámicas de trabajo anónimas y teatrales, para que los otros varones
compartieran relatos, imágenes y expresión corporal sobre la temática. Una de
las dinámicas que se propuso en el mes de mayo del 2022, consistió en registrar
en las bitácoras personales de los varones, experiencias de violencias de
género que los hubieran afectado y luego socializar sus registros en subgrupos,
para posteriormente crear una fotografía o imagen con sus propios cuerpos, que
representara la violencia que querían transmitir.
Entre las imágenes que surgieron, no
estuvieron ausentes la violencia por medios sexuales, los golpes, el maltrato
verbal y la indiferencia. Especialmente llamó nuestra atención una de las
imágenes, donde un varón usó como elemento un arma que colocó entre sus
piernas, un pañuelo verde en su muñeca y un cartel en su pecho que decía “aliade”. En Argentina, “el aliade”
o el varón “deconstruido”, es aquel que se identifica
públicamente como feminista o pro-feminista y que se autopercibe
como un sujeto en proceso de cuestionar su masculinidad hegemónica. En los
espacios de reflexión sobre masculinidad entre varones, ser “un aliade” es entendido como un atributo más que como un
proceso de reflexión colectiva. Es decir, como una identidad a la cual llegar,
bajo ciertos marcadores simbólicos que se han impuesto en la Argentina de la
última década. La performance “del aliado o deconstruido”
incluye saber comunicar consignas feministas, uso del lenguaje inclusivo y afirmación
discursiva de ser igualitario:
“En este momento me
identifico como un varón tremendamente feminizado, criado entre mujeres, eran
seis mujeres alrededor. No me resulta ajeno lo femenino. Es una impronta muy
densa ese contacto tan cercano con las mujeres y tan distante de los varones.
Yo no viví las ventajas del ser varón en el cuerpo, ni la condición de mujeres
sometidas, me siento cercano a la deconstrucción” (Desgrabación de taller virtual del 31 de agosto del 2021).
“Yo soy padre, para
mí la deconstrucción es hacerse cargo de todo. Es lo que nos vienen diciendo
los feminismos. Es un proceso interno, pero es hacerse cargo. Si no podemos ver
nuestros privilegios, empecemos a verlos, a leerlos. Por más que no podamos
verlo porque nuestra cosmovisión es diferente a la de las mujeres [...] Es
necesario la terapia psicológica para poder empezar un camino de reflexión y
establecer nuevos acuerdos en las formas de vincularnos” (Desgrabación del taller virtual del 31 de agosto del 2021).
En estos registros advertimos lo que
Alemán (2022) analiza cómo las implicancias del uso masculino de la idea de
deconstrucción, categoría acuñada por Jacques Derrida
(2013) y transformada en lo que el autor entiende como:
“[…] uno de los más eficientes
simulacros del ensayismo del mercado actual, es el que aparenta buscar la
condición más singular de cada uno [...] así se perfeccionada un dispositivo:
se simula describir lo más particular mientras se incluye al sujeto en la
homogeneidad más absoluta de la mercancía” [...] “los sujetos se ven como
únicos, le dan la espalda a su singularidad más radical intentando con diversas
pedagogías, “construir la mejor versión de sí mismos” (Derrida,
2013: 109).
Es decir, en lugar de cuestionar el
propio mandato de masculinidad desde su biografía, dolores, fallas y apuestas,
se genera un nuevo deber ser, un estereotipo de lo que implica ser un “varón
aliado”. Aspiración que acaba obstruyendo las reflexiones críticas necesarias
para conseguir modificaciones sustanciales en la masculinidad normada. Al
contrario, la enmascaran detrás de una estética y discurso homogéneo. Al
respecto, un participante de México decía: “Acá se habla del `macho progre`
(sic). Como un disfraz intelectual, hay que pensarlo. No hay que perder de
vista que hay necesidad de demostrar porque eso redunda en privilegios. En esta
onda de cuestionarse se generan otras formas de potencias que mantienen una
estructura opresiva” (Desgrabación de reunión
virtual, 31 de agosto del 2021).
En ese sentido, el neoliberalismo
como orden estructural y subjetivo, habilita este tipo de fenómenos, donde
apuestas sociales disruptivas, se reciclan como modas, marcas o simulacros.
Fernández-Savater (2022) explica que el neoliberalismo es un poder que hace
cuerpo, en este caso en un sujeto que siempre tiene que querer superarse a sí
mismo, competir con los demás, obsesionarse con el rendimiento que entiende se
espera de él. De modo que deconstruirse es una
apuesta social y personal que se transforma en un mandato de rendimiento y que
funciona como prestigio en los ámbitos donde el discurso feminista ha
ingresado. Este mandato se retroalimenta con el dispositivo de la masculinidad
hegemónica donde la potencia es el principal aspecto a construir y demostrar. En efecto, la masculinidad es un proceso y no
un producto, implica la adquisición de numerosos capitales y destrezas que responden a un sistema sexo/género de
regulación de los cuerpos, las relaciones de poder, la distribución de las
tareas y las cargas sociales (Connell y Messerschimdt, 2005).
Sin embargo, la masculinidad no solo
compete a los varones, como sostiene Connell (1995),
ninguna masculinidad surge si no es en un sistema de género, con procesos y
relaciones por medio de las cuales las sexualidades viven. Así, ser varón
supone prácticas, discurso y capitales para sostener dicha posición de género,
siempre en relación a otro cuerpo que va a ser subordinado por la masculinidad.
Por otro lado, como nos explica hooks (2004), es necesario abordar la realidad de que no
sólo los varones se encuentran presos de las estructuras patriarcales, la
ideología y prácticas sexistas nos atraviesa a todas/os. Las mujeres suelen
legitimar y reproducir con sus discursos y valores la violencia machista. De
hecho, las parejas heterosexuales de las familias modernas implican que la
posición del patriarca fuera cuidada por la figura de la esposa, quien velaba
por su autoridad ante sus hijos/as, de modo de instaurar el orden moral. Ese
modelo de patriarcal de familia ha sido
modificado en la historia, de hecho los varones de este taller responden a una
conformación patriarcal en sus familias de origen, pero han logrado formas más
igualitarias de relacionarse con su pareja e hijos/as. Empero, se continúa
reproduciendo la injusta distribución de las tareas domésticas y de cuidados,
los tiempos de ocio, las libertades sexuales y el prestigio. Al respecto, una
mujer cisgénero participante del taller comentaba:
“Pienso en el
privilegio que tienen los varones hasta para deconstruirse
[...] Yo piens que las prácticas, como la de cocinar,
son plenamente festejadas, celebradas cuando las hacen ellos. Y pienso yo…
Cuando viví mi deconstrucción, cuando me corté el pelo como quería, me empecé a
vestir como quería... Yo pude vivir mi deconstrucción, pero me costó muchísimo
y me sigue costando. Obstáculos por ser mujer y una mujer no hegemónica. Pero
cuando mi compañero se deconstruye, tiene
privilegios. Las deconstrucciones tienen ese rango jerárquico también” (Desgrabación
del taller virtual del 31 de agosto del 2021).
Pensar
en la designación de una práctica y discurso como “deconstruido”
también es un privilegio masculino. Las mujeres cisgénero que intentar fugar de
los mandatos de género, que se rebelan contra el patriarcado y la performance
que se espera de una mujer, suelen ser estigmatizadas como “locas, lesbianas,
gordas” (Desgrabación del taller virtual del 31 de
agosto del 2021), y tantas otras formas de estigma que surgieron en estos
talleres cuando se hablaba de otras formas de habitar un cuerpo feminizado.
Retomando la dinámica de la foto,
otra imagen propuesta por los varones fue la de un participante que vendo su
boca, aludiendo al silencio cómplice entre hombres, pero también a la
imposibilidad de diálogo entre pares, cuando necesitan expresar sus sentimientos
o conflictos personales. Además, generó el debate sobre el hecho de que no
pueden besarse ni abrazarse entre varones o contenerse emocionalmente sin
sentirse “extraños”, que era sinónimo de feminizados.
3.3. La heteronormatividad y su relación con la violencia por
medios sexuales
Occidente ha sido históricamente
configurado en valores influenciados por la religión judeocristiana, la cual ha
permeado la sexualidad y condicionando la moral de la sociedad. Debido a lo
cual, el binarismo occidental de heterosexual ha macado la representación
sexual de los/as sujetos y ha permeado la cultura (Vásquez Santibáñez y
Carrasco Gutiérrez, 2017). Al respecto, Rich (1985)
explica que existe una ley patriarcal que organiza las relaciones sociales y
que se funda en la heterosexualidad obligatoria. En su análisis, la autora sostenie que si la heterosexualidad fuese natural no sería
necesarias todas las violencias y restricciones para que esta se reproduzca. La
heterosexualidad entonces, se justifica como natural y biológica, negando que
el discurso social crea al género y que este tiene efectos materiales. Además, la
heterosexualidad es un orden social que se reproduce desde la opresión y
apropiación de las mujeres y cuerpos feminizados por parte de los varones, “la
cual produce un cuerpo de doctrinas sobre la diferencia entre los sexos para
justificar esta opresión” (Wittig, 2005: 36).
Incluso cuando, como en el caso de
la Argentina, advertimos avances importantes en materia de género como son las
leyes de Matrimonio Igualitario (Nº26618), el Decreto 476/2021 de
documento Nacional de Identidad no binario, la Ley de identidad de Género
nº26743, entre otras[3];
las prácticas culturales caminan a un ritmo más lento que el discurso estatal.
En efecto, la presentación y vivencia corporal de los varones, las relaciones y
la moralidad social masculinista, siguen funcionando
bajo esquemas de sanción hacia quien no responde al binario heterosexual. En
efecto, existe incapacidad para pensar el cuerpo por fuera de las categorías de
hombre y mujer cisgénero, porque ello atenta contra la heterosexualidad como
régimen político dominante (Wittig, 2015).
Al respecto, en un taller de agosto,
uno de los participantes comentó: “yo me pongo nervioso cuando un amigo
envía emoticones de corazones o de beso…en el grupito de WhatsApp que tenemos
todos se incomodan y se lo dijimos a esa persona” (Nota de campo, agosto
2022: 14). La heteronormatividad como rechazo a la
expresión de cariño entre varones aparece de manera constante en los relatos del
taller, porque las relaciones públicas entre pares con contenido afectivo o
erótico, es un campo donde la masculinidad se juega su prestigio, capital
social y oportunidad de ascenso o descenso en la jerarquía masculina: “yo no
tengo drama con los gais pero no me gusta que me jodan, que me inviten a salir
o se me tiren…ahí me siento mal como acosado” (Comentario de S.
participante de grupo presencial, Cuaderno de campo, abril 2022: 20).
Además, en los talleres se conversó
sobre los grupos de WhatsApp y los comentarios homo-odiantes
y machistas que ninguno se animaba a sancionar, aun cuando los reconocían como
tales. El silencio, el miedo y la
incomodidad a poner límites frente al machismo de los amigos, se vivía como una
potencial desafiliación de la vida social, porque en los grupos heteronormados, mostrar alguna característica disruptiva
con el machismo puede provocar la exclusión del espacio de pertenencia. Uno de
los miembros del taller relató:
“Yo estaba en un
grupo (organización política), que de feminista tiene poco. La idea es
contratar gente compañera, del mismo espacio. En el grupo un carnicero estaba
buscando una chica para que atienda la caja y yo le pregunté ¿Y por qué no un
chico o lo que vos queres es un par de tetas? Y el me
dijo “eh amigo vos me entendes, no seas puto (sic)” (Cuaderno de
campo, abril 2022: 18).
A pesar del malestar que muchos
expresaron en torno a este tipo grupos y de organizaciones, sobre el WhatsApp
entre varones, no podían visualizar otros espacios de pertenencia y lazos
sociales que habiliten vincularse de manera no machista entre pares, a
excepción del taller donde algunos lograron generar amistad finalizando el año
2022.
Por otro lado, según Flood (2008), las relaciones sexo-afectivas de los
varones heterosexuales no se encuentran
vinculadas únicamente al deseo de las mujeres. En verdad, las mujeres también
son un capital simbólico frente a otros
varones, ya que poseer una mujer
es una forma de afirmar la propia posición de poder intragénero.
Desde la niñez los varones aprenden estas lógicas de interacción, donde deben
atravesar situaciones violentas que proponen otros varones y al mismo tiempo
ejercerlas para sostenerse en la estructura jerárquica de la masculinidad. Un
integrante del taller, relataba sobre los ritos de egreso en su escuela
secundaria, donde los varones se golpeaban, desnudaban y maltrataban entre
pares (cuaderno de campo, mayo 2022: 17). También S. contó que sus compañeros
lo castigaban porque no gustaba del fútbol o porque no quería salir de noche
con frecuencia. Incluso, en una ocasión, durante una clase en su escuela
secundaria, un compañero lo apuntó con un arma de fuego y le dijo `maricón´
(sic) (Cuaderno de campo, noviembre del 2022: 38). De modo que los varones
atraviesan una biografía cargada de violencias por parte de otros hombres y las
ejercen contra otros y especialmente contra los cuerpos feminizados, como un
modo de hacerse hombres ante la mirada de lo que Segato
(2018) llama “la cofradía masculina”[4].
En consiguiente, la masculinidad
implica atravesar un sinnúmero de rituales, prácticas y performance de género
para no ser considerado un otro feminizado. Dentro de estas prácticas, las
violencias por medios sexuales son un eje clave de hacer masculinidad heteronormada, así como excluir a quienes no se ajustan a
los mandatos que impone dicho régimen. En un taller de octubre del 2022, en
ocasión de la lectura de poesía travesti que llevaron las talleristas,
uno de los miembros del grupo relató la historia de un familiar travesti, a
quien su familia había negado y ocultado. Su dolor era evidente, así como la
reflexión acerca de su acatamiento de dar “muerte social” a esa persona a la
cual quería mucho y que ahora imaginaba solo y triste (Cuaderno de campo,
octubre, 2022: 20). Existen cuerpos a los cuales no podemos duelar,
que no se configuran como vidas dignas de ser vivibles (Butler, 2006).
Además, en estos casos, opera lo que
Ahmed (2021) entiende como la anticipación de la infelicidad para las vidas
sexo-disidentes del género. Existe cierto fatalismo heteronormado
en la creencia de que salirse de la heterosexualidad implica un destino
miserable: “Al estar ya ahí, la homofobia aparece rápidamente cuando las
cosas dejan de funcionar, en momentos de pérdida, cuando se pierde una vida, en
momentos de fractura y de trauma. La homofobia aparece como una explicación de
lo que no está funcionado” (Ahmed, 410). La anticipación de vida infelices
o de exclusión de aquellos cuerpos patologizados por
la heteronormatividad, se constituyen en pedagogías
de género, indicaciones sobre cómo deben comportarse las personas en relación a
su sexualidad si quieren ser queridas, integradas y respetadas en la familia y
comunidad.
Al mismo tiempo, la heteronormatividad masculina con su cultura del aguante, de
la fuerza y de la invulnerabilidad,
esconde que no en pocas ocasiones los varones son violentados y feminizados por
medios sexuales, por parte de otros varones de su entorno o extraños. Uno de
los integrantes del taller, al que vamos a llamar P., relató la vivencia de un intento de violación
por parte de un camionero en su adolescencia y siendo mochilero, en parte como
respuesta al comentario de otro miembro del grupo quien afirmaba: “los
varones no tenemos miedo de andar en la calle, nunca nos van a violar”
(Cuaderno de campo, agosto, 2022: 20). Luego de tomar la palabra, relatar su
experiencia y ante el silencio de sus compañeros, P. prosiguió: “cuando me
pasó eso yo me preguntaba: ¿yo provoqué esto? ¿Yo genero esto en los varones? Y
continuo, “en el pueblo de dónde vengo, tenía que hacer futbol o rugby
para que no me tildaran de homosexual o de ser afeminado…a mí me gustaba el
teatro, era claro que se interpretaría como que yo me lo busqué” (Cuaderno
de campo, agosto, 2022: 21). Así, la sospecha comunitaria de que este varón
podía ser gay, resultaba una sanción moral que dictaminaba que quizás él buscó
o provocó el intento de violación, tal como sucede con las mujeres cisgénero en
casos similares. De manera que la sanción moralizante siempre se ciñe sobre los
cuerpos feminizados por circular por el mundo público sin ajustarse a las
normas de género, ya que según la división patriarcal de los espacios sociales,
las mujeres deben permanecer en el ámbito privado y los varones en el público,
estos últimos, sólo si se muestran abiertamente heterosexuales.
Asimismo, en relatos como
masturbarse de modo grupal entre varones, tocarse el culo cuando se bañan en el
club y otras prácticas que fueron compartiendo, evidencia que la relación entre
varones de manera endogámica es constitutiva de la virilidad. Ya sean varones
de la familia, amigos o compañeros de deporte, las primeras relaciones sexuales
de los varones son acompañadas por la mirada disciplinante de otro:
“A mí me llevó a
debutar obligado mi papá…a una whiskería y no me dejaba decir que no, tenía que
elegir con quién y él me eligió una” [...] “Yo soy de un pueblo de Salta donde
varones de entre 24 y 30 años cuentan anécdotas de debutar de este estilo. O que
buscan chicas para convencerlas de tener relaciones. Comparte cómo están
advertidas ellas porque hay varones que se juntan y entre todos tratan de
convencer a alguna chica o lo hacen por la fuerza” (Cuaderno de campo,
noviembre del 2022: 46).
La primera relación sexual de los
varones, de modo tradicional, suele ser un momento no elegido ni deseado, sino
que aceptado como parte de “hacerse hombre” (Bard Wigdor, 2018). Ese ritual es ante otro varón y las mujeres son un lienzo para ensayar
virilidad y complicidad masculina. Es una necesidad para ser registrados en la matriz de
inteligibilidad heterosexual (Butler, 1995). Así, los sujetos se ven
atravesados por una ansiedad de género continúa, donde deben demostrar ser
hombres, negar el deseo homosexual y evitar la condena social. A veces, la
ansiedad en los varones es tan fuerte, que se ven involucrados en situaciones
de extrema violencia contra otros cuerpos feminizados para pertenecer a la
cofradía masculina:
“Me acuerdo que, de
muy chico, a los 12, 13 o 14 años… estaba en la casa de un amigo, que tenía dos
hermanos más grandes. Me acuerdo que había una mina en la pieza de mi amigo y
nos dijeron que saquemos forros y que vayamos con la mina, que a ella le gustaba.
Nos dijeron que ella misma se había ofrecido. Eran dos grupos de amigos, de los
dos hermanos, éramos como 10 o 15… Y la sensación era ¿cómo decir que no? ¿cómo
nos vamos de acá? No sé, era como que perdíamos todo si decíamos que no, éramos
los más chicos, los menos machos, ¿cómo volver a jugar al fútbol? Hoy la
sensación que me da es como de asco… Cómo acceder a eso. En su momento lo
vivimos como algo que no daba, en ese momento teníamos que zafar, teníamos que
ver cómo decir que no sin violencia” (Cuaderno de campo, septiembre del 2022:
pág. 27).
En relación con este relato, durante
estos dos años de trabajo, la heteronormatividad y la
violencia por medios sexuales han sido dos ejes claves de difícil abordaje en
los talleres. El grupo tenía experiencias comunes de agresión sexual, abuso y
violación en grupos de hombres, con los cuales quedaron vinculados entre sí por
el silencio, una complicidad forjada por el sentimiento de culpa y vergüenza.
Estos episodios tenían relación con la presión de pertenecer a la masculinidad,
los diferentes ritos que se imponen entre sí y el silencio cómplice que se
espera entre pares, aun cuando involucrarse en prácticas de abuso o violación
les resulte “repulsivo” en lo personal, no pueden apartarse o denunciar. Quedar
excluido y ser homosexual, es el fantasma de los varones cuando no acuerdan con
las prácticas del grupo. Dos varones relatan un recuerdo común: “[...]
Nosotros vivíamos en Barrio Cerveceros, éramos amigos y había un descampado.
Eran como los parias, los menos valorados como hombres y en ese caso estuvieron
como cuatro con la chica discapacitada en el descampado. Nosotros dijimos que
eran unos tarados, que eran desagradables, no fueron festejados pero no hicimos
nada […]” (Registro del cuaderno de campo, noviembre del 2022: 36).
En efecto, los silencios ante las
violencias de otros y el verse involucrado en situaciones traumáticas para
pertenecer, no tiene una sanción moral y simbólica hacia los varones, sino que
construye su masculinidad hegemónica. Así, las normas culturales de la
sexualidad impactan en el cuerpo y la subjetividad de las personas, advirtiendo
que se constituye en la manera en que las restricciones de género se registran
psíquicamente (Butler, 2006).
4. Discusiones
Tomando a Tabet
(2022) y Wittig (2015), el régimen heterosexual
genera acceso desigual a los recursos entre los/as sujetos en cuanto a los
conocimientos y al sufrimiento de la violencia masculina heteropatriarcal para
las mujeres cisgénero, lesbianas, trans y travestis. Es decir, no se trata de
preferencias sexuales, ni de que hombres amen o mantengan relaciones sexuales
con mujeres, sino que esas relaciones se encuentran mediadas por esa triada de
desigualdad entre los géneros que hace difícil que las mujeres gobiernen efectivamente
su sexualidad, por fuera de asumir transacciones de dinero, prestigio,
legalidad o algún tipo de recurso necesario para sobrevivir.
Asimismo, los mecanismos para
disciplinar y someter a los/as sujetos al régimen heterosexual, implica
múltiples violencias contra los cuerpos feminizados que van desde lo psíquico a
lo físico, simbólico y emocional. En
efecto, a las mujeres y cuerpos feminizados se les niega el derecho a una
sexualidad plena y libre, se las somete a control constante y a prácticas de violencia
por medios sexuales muchas veces institucionalizadas. Agregamos el usufructo de
la fuerza emocional y laboral de los cuerpos feminizados para las tareas de
cuidado y domésticas. La explotación del cuerpo vía tareas del cuidado y
domésticas, tal como vimos en los resultados de la investigación, son formas
sistemáticas y permanentes de desigualdad. Estas actividades se realizan en un
régimen de explotación donde las mujeres no perciben cobro y que
mercantilizado, representaría el 40% del PIB mundial. Federici
(2022) advierte que vivimos en un sistema que en teoría se sostiene sobre el
intercambio de trabajo por salario, pero donde casi la mitad de las mujeres
(42% a nivel mundial), jamás ha cobrado uno.
En ese sentido, los cuerpos se hacen
desde la división material y simbólica de los trabajos y los espacios sociales.
En el heteropatriarcado capitalista, los cuerpos
feminizados se hacen en la violencia simbólica, en tanto subjetividades que
viven la explotación y el autodesprecio, debido a lo
que Delphy (2023) llama el imperativo moral del amor
a la familia por sobre una misma. Así, la institución familiar se sostiene
sobre el 97% del cuidado no pagado en el mundo que lo hacen las mujeres dentro
la familia, donde, además, viven los mayores grados de violencia de género por
parte de sus parejas cisgénero.
Por otro lado, en sociedades como
las nuestras, influenciadas por la religión judeocristiana, la sexualidad ha
sido marcada por el binario heterosexual, como único modelo de relación sexual
reproducido hasta nuestros días. Las actuaciones sexuales han sido impuestas y
nos encontramos negociando de modo constante con ellas, en una presión contra
la obligatoriedad de la heteronorma. Por eso, el interrogante no es qué es la
masculinidad, sino qué y cómo hace a los sujetos, cómo funciona el género en el
cuerpo, clave de lectura que plantean los estudios feministas sobre la
masculinidad. De hecho, desde la matriz heterosexual, se produce una identidad
masculina rígida, coherente, que necesita construir la diferencia como
desigualdad para dominarla. Para lo cual, se requiere de la sanción y de la
prohibición “de ciertos vínculos (homo)sexuales que, en tanto perdidos, son
recuperados en la esfera psíquica de los hombres, como fantasmas constitutivos
de la subjetividad que amenazan de manera constante la heterosexualidad” (Bleichmar, 2006).
Por tanto, los varones son
conducidos a acatar la prohibición de la homosexualidad para hacer
masculinidad. Esto genera, al decir de Butler (2006), odios, temores, vidas
prohibidas que no llevadas a cabo son pérdidas no lloradas (Butler, 2006). A veces ese duelo no resuelto, al interior
del vínculo heterosexual, se expresa en la subordinación de las mujeres de su
entorno, que conforman lo que se espera patriarcalmente como un “otro
complementario”. Al respecto, Lamas (2000: 3) analiza que “los géneros son
producidos por el lenguaje, las prácticas y representaciones simbólicas dentro
de formaciones sociales dadas, pero también por procesos inconscientes
vinculados a la simbolización de la diferencia sexual”. Existe una idea del
sexo como un marcador fijo que delimita tareas y espacios como naturales, a
partir de la idea de complementariedad de los géneros binarios. Finalmente, los
cuerpos feminizados son utilizados como receptores y contenedores de las
frustraciones masculinas por la represión estructural heteronormativa.
5. Reflexiones
“De la posición como sujetos, somos siempre
responsables”
Jaquen Lacan (1998: 829).
La violencia sistemática del
capitalismo heteropatriarcal sostenida en la explotación y opresión de género
de los cuerpos feminizados, no son elecciones conscientes de los varones, pero
sí una responsabilidad en sentido Lacaniano.
Responsabilidad aquí, significa hacerse cargo cuando se reproduce a ciegas las
estructuras de subjetivación y tomar la decisión de oponer resistencia con los
costos que se soportan por ello.
En ese sentido, para el caso que
hemos analizado, los varones necesitan efectuar un movimiento reflexivo sobre
las experiencias donde hacen masculinidad heteronormativa
como una forma de validación ante la mirada de los otros. En efecto, los
varones hacen masculinidad sobre el cuerpo de las mujeres y para la mirada de
otros varones, mientras sancionan moral y socialmente a aquellas expresiones
corpóreas que transgreden el género binario.
Las normas culturales impactan en la sexualidad, el cuerpo y la
subjetividad de los géneros; funciona como marcador moral sobre la vida de lxs otrxs. Por eso, durante la
implementación del proyecto, la heterosexualidad fue un punto ciego del debate,
un diálogo resistido por quienes han transitado su vida configurando su
sexualidad como lo opuesto a la feminidad.
Asimismo, la sociedad
heteropatriarcal asegura las violencias contra las mujeres cuando exige una
complementariedad heterosexual, la cual sólo puede mantenerse a costa del
ejercicio constante de violencias y desigualdades de género. De este modo se
mantienen vínculos que no son intersubjetivos, porque las mujeres son colocadas
en posiciones desjerarquizadas para la coherencia de
la masculinidad hegemónica. En ese ejercicio de reproducción y conservación de
la masculinidad, el heteropatriarcado encuentra su
forma de repetición. Así, la idea heterosexual de complementariedad implica la imposibilidad de
autonomía de las mujeres, el control y la
explotación de sus energía físicas, psíquicas y emocionales.
En ese sentido, romper con esa
representación de género, con el silencio cómplice de los varones y soportar la
exclusión de grupos de pertenencia para crear otros, donde la heteronormatividad no sea la manera de existencia, es una
apuesta que transversaliza la investigación y la
intervención social feminista. Se trata de indagar en modos de desaprender físicamente
la heteronormatividad, de oponer resistencia a su
inscripción en los cuerpos. Para lo cual, es necesario comenzar con el abandono
de la idea de que fallar ante los modelos de masculinidad hegemónicos es una
anomalía o debilidad, para pensarlo como una forma de crear salud colectiva, un
espacio para ser.
De ese modo, una pista para el
camino de desarmar la heteronormatividad es salir de
la trampa de la reproducción acrítica de la masculinidad y/o de la
victimización ante las decisiones que los corren de allí y que tienen
consecuencias en términos de pérdida de privilegios. Alemán (2022: 66) dice que
“El deseo de transformar surge de la desvictimización.
El sujeto no olvida su dolor ni quienes se lo infligieron, pero se niega a
recibir desde ese lugar aquello que lo identifica”. Es un desafío para la
masculinidad lidiar con la vulnerabilidad, la diferencia al interior del propio
modo de hacer género y la identificación con espacios, sentimientos, prácticas
que en general, se encuentran asociadas a la feminidad. El trabajo de desarmar
el dispositivo de masculinidad, supone desde hacerse cargo de las tareas
domésticas y de cuidados, hasta modificar la posición subjetiva de dominación
sobre la sexualidad de las otras o romper los pactos de silencio cuando la
violencia por medios sexuales es el guion de la virilidad. Al mismo tiempo,
abordar la demanda de amor como demanda heterosexual de incondicionalidad por
parte de los varones hacia las mujeres que los rodean. Es decir, que puedan
comprender a los cuerpos feminizados
como sujetos de derechos y no como objetos a su servicio.
Finalmente, las relaciones de género
suponen una tarea conjunta de desarme de las matrices de opresión y de la
lógica compulsiva de hacer heterosexualidad corpórea y subjetiva. Lo que nos
lleva al interrogante de cómo generar espacios transgénero donde todos/as
puedan reflexionar sobré la determinación de los vínculos en estructuras de
privilegios y opresiones, desde feminismos que apuesten a la confluencia de
energías de cambio, asumiendo que las posiciones de género, clase y raciales
son relativas e históricas, por ende, transformables.
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[1] La categoría Cisgénero refiere a una
persona que experimenta su género tal cual le fue asignado al nacer. Al
contrario, una persona que se auto percibe con un sexo o género diferente al nacer es una persona
Trans. Las personas transgénero son aquellas cuya identidad de género
no coincide con la asignada al nacer, por lo que realizan una transición al
género contrario (o a un género no binario). La vivencia trans puede ser una
expresión de género o médica y farmacológica. Esta categoría fue acuñada por los
movimientos LGBTTTI+ o de la disidencia sexual marcar a las personas con
el prefijo Cis o Trans, es una manera de visibilizar una crítica sobre la norma
social que naturaliza a las personas cisgénero y patoligiza a quienes quedan
por fuera de la misma (Serrano, 2009).
[2] Las tareas domésticas en el ámbito
de los hogares argentinos son realizadas en un 72% por mujeres cisgénero (Usina
de Datos UNR, 2022).
[3] En Argentina contamos también con la
ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia
contra las Mujeres en los Ámbitos en que Desarrollen sus Relaciones
Interpersonales (26.485); Ley de Parto Respetado (25.929); Ley de Educación
Sexual Integral (26.150); Ley de Identidad de Género (26.743). Ley de Paridad
de Género en Ámbitos de Representación Política (27.412); Ley de la Provincia
de Buenos Aires de Cupo Laboral Trans “Diana Sacayán” (14.783) y Ley de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires sobre Acoso Callejero (5.306), entre otras
provinciales.
[4] Los varones en grupo expresan el
mandato de masculinidad que organiza la cofradía masculina (Segato, 2018),
Que
implica que cuando se encuentran en bandas, la violencia masculina se agudiza
porque tienen que demostrarse los unos a los otros y ser aprobados en cuento a
la capacidad o la potencia de su virilidad, direccionada como violencia hacia
las corporalidades feminizadas.