Hacer masculinidad heteronormativa:

Prácticas de explotación y violencia de género en varones cisgénero

 

Making masculinity heteronormative: Exploitation practices and gender violence in cisgender men

 

 

 

Gabriela Bard Wigdor 

 

gabrielabardwigdor@unc.edu.ar    

 

Universidad Nacional de Córdoba – Argentina

CIECS-CONICET

 

 

Recibido:   06-03-2023

Aceptado:  29-05-2023

 

 

Resumen

El presente artículo tiene por objetivo desarrollar los resultados obtenidos en el marco de un proyecto de investigación-acción participativa con varones cisgénero principalmente de Córdoba, pero también de otras provincias de Argentina y de países como México, Venezuela y Colombia. La metodología es cualitativa y etnográfica, consiste en el análisis de testimonios de reuniones virtuales y de registros de campo del trabajo presencial con varones. Como resultados, desarrollamos conexiones entre la configuración heteronormativa de los cuerpos y las subjetividades masculinas y la consolidación de relaciones sociales de explotación del cuerpo, los cuidados y las emociones de las mujeres. Además, abordamos cómo se hace masculinidad en situaciones de violencia por medios sexuales contra cuerpos feminizados y en la reproducción de la heteronormatividad.

Palabras claves: masculinidades, heteronormatividad, explotación de los cuidados, emociones y violencia por medios sexuales.

 

Abstract

The purpose of this article is to develop the results obtained within the framework of a participatory action-research project with cisgender men, mainly from Córdoba, but also from other provinces of Argentina and countries such as Mexico, Venezuela, and Colombia. The methodology is qualitative and ethnographic, it consists of the analysis of testimonies of virtual meetings and field records of face-to-face work with men. As results, we develop connections between the heteronormative configuration of bodies and male subjectivities and the consolidation of social relations of exploitation of the body, care and emotions of women. In addition, we address how masculinity is made in situations of violence by sexual means against feminized bodies and in the reproduction of heteronormativity.

Keywords: masculinities, heteronormativity, exploitation of care, emotions and violence through sexual means.

1. Introducción

 

 

La agenda feminista del siglo XXI ha incorporado la problemática de la masculinidad hegemónica, su relación con la desigualdad y la violencia de género, como un tema que si bien polémico, no menos relevante. En efecto, en tanto el género es una categoría relacional, no podremos desarmar  las violencias heteropatriarcales sin considerar las masculinidades como un eje clave. La realidad actual da cuenta de no podemos continuar colocando como sujeto destinatario de las políticas públicas e investigaciones sobre violencia a las mujeres cisgénero[1],  porque es una práctica sesgada y porque supone una nueva forma de responsabilizar a las mismas de problemas estructurales. Por tanto, abordar las relaciones de género en su integralidad, atendiendo a los modos en que se subjetiva a los varones en masculinidades hegemónicas que responden a cuerpos cisgénero y mayoritariamente heterosexuales, resulta necesario para transformar las desigualdades y violencias de género.

En ese sentido, el presente artículo se constituye en un aporte para la agenda feminista de abordaje de la masculinidad. Nos abocamos a analizar la relación entre masculinidades, heteronormatividad, violencia por medios sexuales y su relación con la desigualdad y la violencia de género, especialmente con la violencia por medios sexuales, a partir de datos emergentes del trabajo con varones en talleres socio-reflexivos sobre masculinidad. Estos espacios fueron desarrollados desde una perspectiva feminista acerca y con metodología de la educación popular, en formato virtual durante el año 2021 por la pandemia del COVID-19 y presencial en el 2022. Estos procesos son conducidos desde la educación popular feminista y la investigación misma se planteara desde ente enfoque, lo que implicó que los temas que abordamos en este artículo son efectos de diálogos, construcción de conocimiento y reflexiones colectivas junto a los varones. En efecto, si bien este artículo es de autoría personal, se inscribe en un proceso de construcción de saberes junto a los varones que participaron de los talleres, debatiendo críticamente el contenido del proceso de análisis que estamos realizando y que se plasma en otros trabajos a ser  publicados.

A nivel metodológico, este artículo se construye desde una metodología cualitativa que apela a la narrativa etnográfica y al trabajo de interpretación de las desgrabaciones y registros de campo obtenidos en los encuentros grupales de reflexión con varones cisgénero y coordinados por mujeres cisgénero. Son resultados siempre provisorios, como parte de un proceso de investigación que aún continúa y a partir de ejes de análisis que hemos conceptualizado a lo largo del debate colectivo con los varones como protagonistas. Estos ejes consisten en el vínculo entre procesos de subjetivación de los varones comprendidos en este estudio en masculinidades heteronormadas, su incidencia en lo que ellos han experimentado como vínculos socio-sexoafectivos heterosexuales y la configuración desigual, en ocasiones violentas, de los mismos. Especialmente atendemos a la explotación de la energía física, emocional y psíquica de las mujeres de su entorno, así como la violencia por medios sexuales y en grupo.

Para estos análisis, partimos de la conceptualización de que el poder tiene una dimensión somática, hace cuerpo y emociones. La masculinidad hegemónica es un dispositivo de poder que produce materialidad, afectos, sensibilidades y percepciones del entorno; las cuales implican represión, premios y violencia social para aquellas subjetividades que no se identifican como varones cisgénero y heterosexuales. De hecho, la violencia heteronormativa implica que aquellos cuerpos que no reproduzcan una coherencia entre su sexo marcado al nacer y su perfomatividad de género, van a sufrir todo tipo de discriminaciones y exclusiones sociales.

Además, dicho dispositivo es reproducido y controlado por lo que Segato (2018) llama como la "corporación masculina", una dimensión social y simbólica de hacer género, a través de la socialización de los hombres en la violencia contra los cuerpos feminizados y otros varones subalternos ante la mirada de otros. La corporación opera como control de las prácticas masculinas y asegura la reproducción dominante de los valores asociados a la masculinidad hegemónica. 

 

 

2. Metodología

 

 

Las epistemologías feministas han explicitado el lugar de enunciación y las relaciones de poder no neutrales en la producción de conocimiento científico. En efecto, quien investiga se encuentra situada/o y marcada/o debido a las matrices de opresión y privilegios que nos constituyen como sujetos, como son la clase, el género, la racialidad, la generación, entre otras. Al respecto, Harding (2010) reivindica el hacer explícito este lugar de enunciación sin renunciar a la objetividad científica, pero una objetividad que es situada, experiencial; que no se afirma en una ficción de neutralidad, sino que interpreta los datos dando cuenta de todos los aspectos subjetivos, políticos y teóricos involucrados. Un ejercicio de narrar de manera situada en términos corpo-geopolítica y teóricamente.

Desde esta posición epistémica, el presente artículo desarrolla interpretaciones de los resultados obtenidos en un proyecto de investigación-acción con varones, donde estos se convierten en protagonistas de los datos que se construyen y de su análisis, en un proceso espiralado de debate gruapl, registro y nuevamente debate sobre lo registrado en los talleres de reflexión.  En el caso de este artículo, desde una metodología cualitativa que apela a la narrativa etnográfica, se tomaron los encuentros grupal virtuales de reflexión entre varones (2021)  y los registros de cuadernos de campo en los espacios presenciales (2022) coordinados por mujeres cisgénero y se procedió a su análisis. Durante los talleres, se observaba la dinámica y los contenidos de debate desde la Descripción Densa (Clifford, 2001), la cual supone un método de trabajo que selecciona informantes, diálogos y observaciones, para interpretarlos a la luz de las teorías a las que se recurre para comprender las estructuras de significación de las personas, que no son universales, sino históricas, situadas y relativas a determinados contextos (Gibaja, 2001).

Este tipo de estrategias cualitativas nos permiten la comprensión del entramado de relaciones que se dan entre varones desde la experiencia y discurso de los propios actores involucrados (Sabino, 1996). En este caso, aplicamos técnicas de registro etnográfico durante los encuentros quincenales con varones y en formato presencial durante todo el año 2022 (20 encuentros de 3hs reloj), así como datos tomados de desgrabaciones de encuentros virtuales durante el año 2021 y vía zoom (20 encuentros de 2hs reloj), con varones cisgénero de diferentes provincias de Argentina y de Nuestra América. Los grupos virtuales de varones se componían de aproximadamente 10 sujetos con edades que variaron entre los 20 y los 56 años, de diversas clases. En el caso del grupo presencial, fueron 10 varones cisgénero, con diversas procedencias raciales y de clase. La mayoría eran heterosexuales, vivián en la provincia de Córdoba y que variaban en edad desde los 20 a los 55 años.

Tanto los varones que participan en formato virtual como en grupos presenciales, se reconocían como varones cisgénero. Además, con la excepción de dos varones gay, el resto se presentaba como  heterosexuales. En los grupos presenciales eran todos varones cisgénero y heterosexuales, lo cual nos habla de una forma hegemónica de experimentar la sexualidad masculina, en donde un principio rector es diferenciarse de cualquier corporalidad feminizada, incluyendo en ello a varones gais y trans (Badinter). En efecto, el orden heteronormativo se construye a partir de un binarismo sexual y jerárquico, donde los cuerpos feminizados se consideran inferiores y se esencializa la heterosexualidad.

Finalmente, sobre la técnica de registro etnográfico, tomó características de bitácora o cuaderno de campo debido a su formato diacrónico, al hecho de que los discursos y acontecimientos durante los talleres, fueron registrados e interpretados desde la subjetividad de quienes eran observadoras participantes y de quienes participan como integrantes de los grupos. Por eso, se incluyen comentarios, recuerdos, percepciones y sensaciones de quien registraba, tanto como relatos literales de los participantes y de sus prácticas, a partir de las desgrabaciones realizadas en la virtualidad y los registros en la presencialidad.

 

 

3. Resultados

 

 

Desde un enfoque feminista sobre las relaciones de género, el equipo que coordina los talleres de masculinidad trabajó junto a los varones participantes con dinámicas que permitieron reflexionar en torno a diferentes problemáticas. Entre ellas, abordamos quienes asumen las cargas de cuidado y domésticas en su círculo próximo. Dos de los interrogantes principales sobre los que se debatió fue: ¿cuándo nos damos cuenta de que estamos abusando del trabajo de cuidado de otrxs? ¿Dónde localizamos la explotación de las tareas del cuidado en nuestro entorno? 

 

3.1. La demanda de cuidados de los varones, articula el mundo íntimo y laboral de las mujeres

 

Según el informe realizado por la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género de la Nación Argentina, el trabajo doméstico y de cuidados no remunerados es estructuralmente desigual: 9 de cada 10 mujeres cisgénero realizan estas tareas, que significan en promedio 6,4 horas diarias. Ellas dedican tres veces más tiempo que los varones cisgénero a dichos trabajos. Sobre esta situación de desigualdad estructural en las tareas domésticas y de cuidados entre hombres y mujeres cisgénero, trans y travestis, se han desarrollado extensos aportes desde las teorías feministas locales, nacionales y del mundo (Bonavitta y Presman, 2022; Pautassi, 2018; Federici, 2013; entre otras); tanto estadística como cualitativamente[2].

Al respecto, durante un taller del 3 de junio del 2022), los varones mencionaron numerosos ejemplos de escenarios de la vida cotidiana donde se evidencia la desigualdad de género en la distribución de los cuidados y las tareas domésticas. En particular, pudieron localizar la desigualdad de tiempo en la dedicación de sus parejas mujeres cisgénero a la maternidad y  en su familia de origen, detectaron la explotación masculina del cuerpo de sus madres y abuelas: “Con la abuela en los días domingo, advierto que en mi familia todas las mujeres son quienes atienden a otros y ningún varón de mi familia hace nada”. Otro participante comentó que se repetía lo mismo en su familia y que cuando algún varón realizaba alguna tarea como levantar la mesa, era celebrado como si fuera “la gran cosa, mientras las mujeres de la familia lo hacían siempre” (Nota de campo de la autora, 3 de junio del 2022: 8).

Sin embargo, existieron dificultades para llevar dichas reflexiones a ámbitos por fuera de lo familiar, como puede ser en el empleo. Cuestión que se evidenció durante el taller de cierre y evaluación del año 2022, cuando se les solicitó que realizaran una evaluación personal y colectiva sobre el año compartido. Entre las devoluciones, cuestionaron fuertemente que las talleristas no se quedaran luego de finalizado el horario formal de los talleres, para conversar y pasar el tiempo con ellos. También, señalaron como problema la escasa “amorosidad” por parte de las coordinadoras del taller durante algunos episodios puntuales y en  los espacios de trabajo (Nota de campo, diciembre del 2022: 90). Estas dos devoluciones fueron articuladas en sus discursos como parte de una misma expectativa: contar con la demostración de afecto por parte de las talleristas, delicadeza en el trato y recibir cuidados de diversa índole.

De manera que los estereotipos de género funcionan en los varones como lecturas del cuerpo y del discurso de las otras, en todos los ámbitos donde se relacionan con cuerpos feminizados. Es relevante mencionar que las talleristas coordinaban este espacio como tarea de extensión, destinando tiempo de organización, elaboración, implementación y evaluación constante de los talleres de modo gratuito. Sin embargo, esto no fue valorado por los varones como parte del compromiso, afecto y cuidados para con el espacio de trabajo y sus integrantes. Así, los empleos se convierten para las mujeres en trabajos emocionalmente demandantes, como extensiones del trabajo doméstico y familiar que ya realizan a diario (Machado, 2022).

Por otro lado, cuando las talleristas interpelaban al grupo sobre las escasas implicaciones en las dinámicas de trabajo, los varones argumentaban que la consigna no era clara, estaba mal organizada o esperaban “mayor dulzura” en las maneras como se les planteaban las situaciones, además de que “valoráramos su esfuerzo” (Nota de campo, 13 de mayo del 2022: 3). Por tanto, el grupo no toleraban sentir que fallaban en la tarea, como tampoco desnaturalizar sus representaciones acerca de cómo debieran ser actitudinalmente las mujeres en el ámbito laboral, según la división heteropatriarcal de las emociones. Sobre representaciones de género en la expresividad emocional, nos referimos a la imagen que reproducen sobre cómo deben actuar hombres y mujeres en los espacios de interacción diaria.

En ese sentido, las expectativas de que las coordinadoras oficien de cuidadoras o dadoras de afectos excedían ampliamente las tareas docentes y se vinculan a la plusvalía emocional de la que habla Jónasdottir (1993), quien explica el modo en los varones se apropian de un importante volumen de cuidados y de amor de las mujeres, tanto directamente como a través de los hijos/as. La autora analiza que las mujeres suelen abocarse a estas tareas en nombre del amor y que ese amor y cuidado gratuito que ellas destinan a los hombres, es la base de la autoridad y la seguridad que necesitan para seguir ejerciendo el poder.

Asimismo, la plusvalía emocional se alimenta de la representación binaria de género, donde se espera que las mujeres sean más emotivas y delicadas que los hombres. Por eso, en la práctica, los hombres esperan que las mujeres sean cariñosas, dóciles y empáticas; así como asumen un vínculo natural entre subjetividad femenina y disposición a la satisfacción de las expectativas y necesidades afectivas masculinas, sea el contexto que sea. Al respecto, Paladino y Gorostiaga (2004: 5) mencionan que las mujeres enfrentan la realidad de que cualquiera sea la emoción que expresan en los ambientes donde se desempeñan, siempre son cuestionadas por no ser consistente con el estereotipo de género. Es decir, se las juzga socialmente por su “intensidad emocional” y al mismo tiempo, si no responden emotivamente a cualquier evento social, se las evalúa como “distantes”.

En consecuencia, las mujeres son cuestionadas cuando se dedican a sus empleos para obtener autonomía económica y política sin asumir demandas de trabajo emocional y de cuidados. Sin dudas esto afecta el desempeño laboral de las mismas y perpetúa relaciones de desigualdad entre los géneros, ya que los cuerpos feminizados son permanentemente explotados en su capacidad intelectual, física y emocional, favoreciendo los privilegios masculinos.

 

3.2. “Yo soy deconstruido”: El violento siempre es el otro

 

Stéfano Barbero (2021) analiza a través de Goffman (2015), el modo en que funciona el estigma del varón violento. En los grupos de varones que se reúnen a reflexionar sobre estos temas, el violento siempre es el otro, construyendo una imagen de sí mismo por fuera del problema. En efecto, en el grupo participaba un varón que había sido enviado por una empresa para trabajar su relación de maltrato con sus colegas mujeres. Si bien no asumió públicamente ese hecho, sí podía reconocer en su propia historia, episodios donde tuvo prácticas que nombraba machista e incluso violentas. El grupo de varones se separaba de este compañero a través de comentarios que se mostraban como “positivos” hacia él, pero que no hacía más que afianzar el estigma que pesa sobre “el violento”: “L. dice sorprenderse por lo amable y sensible que es P. para compartir su historia de vida”[...] “Todos mencionan algún comentario sobre P. antes de iniciar el taller, principalmente sobre lo honesto que es y cómo `a pesar de ser un tipo grande´(sic), es abierto al diálogo” [...] “cada taller inicia con comentarios sobre el proceso de P.” (Nota de campo, 12 Agosto del 2022: 12). Así funciona el estigma, según conceptualiza Goffman (2015), la violencia pasa de ser una acción a ser un atributo del sujeto: “él es violento”, individualizando el fenómeno de la violencia y desconociendo su carácter estructural, desde donde se subjetiva a los varones en una masculinidad hegemónica que puede traducirse en violencias de alta o baja intensidad, difíciles de localizar sin reflexionar críticamente sobre ello.

En ese sentido, existen datos experienciales y científicos de que la violencia radical como son los femicidios, no pueden explicarse sin la acumulación de violencias de baja intensidad que ejercen los varones en la vida cotidiana y que los estructura psíquicamente desde el mandato patriarcal De modo cotidiano, los varones reproducen una “mala copia” del “hombre modelo” -porque nunca podrán ser el ideal que sostiene el patriarcado- a través de prácticas y discursos que hacen cuerpo y género. Esta repetición de la norma produce que tampoco puedan reconocer la pluralidad de masculinidades al interior del propio grupo de varones porque, aunque malas copias, todos se guían por los valores, estéticas, ética, gustos y ejercicio de poder que marca el molde colonial que socialmente se impone como “hacer masculinidad” (Segato, 2018; Bard Wigdor, 2018, 2020).

Sin embargo, el grupo de varones insistía en señalar al compañero derivado de la empresa como “el violento”, en parte debido al estigma de haber sido denunciado. Incluso, cuando existían casos más complejos, como el de uno de los participantes más jóvenes, quien había socializado previamente una situación de escrache, porque “su novia creía que él abusaba sexualmente de ella” (Nota de campo, 16 septiembre del 2022: 18). Esta situación solo se conversó una vez en el taller y nadie tocó nuevamente el asunto. Al respecto; por un lado, quien es derivado al taller por violencia de género, tenía denuncias de maltrato laboral, específicamente sobre gritos y modos autoritarios de dar órdenes a las mujeres de su entorno. Ante lo cual, el denunciado sostenía que sus tratos respondían al cargo y rol que le tocaba desempeñar en su puesto laboral, consideración comprensible para un hombre de su generación, socializado en un mundo donde el feminismo no había permeado la vida del modo en que actualmente lo ha hecho.

Además, viene al caso advertir lo que plantea Stefano Barbero (2021: 206) sobre “la cláusula contextual de la violencia, por la que hoy se considera violencia lo que antes se consideraba como el legítimo ejercicio de la autoridad masculinidad”, con la paradoja de que, en el mundo empresarial, se continúan demandando liderazgos autoritarios y patriarcales.  Esto produce que ciertos varones se encuentren desconcertados, especialmente los que se formaron mediados del siglo XX. De modo actualmente se sancionan formas de vincularse que son autoritarias y machistas, para que sean atendidas como problemas de violencia de género, pero escasamente se reflexiona sobre las lógicas empresariales que aún hoy demandan y generan este tipo de liderazgo en el empleo (Escapa y Martínez Tenz, 2010). 

Por otro lado, en el caso del joven escrachado por abuso sexual, las instituciones no intervinieron para condenarlo, asistirlo o contenerlo. Vivió el escrache virtual de su ex pareja y una posterior “muerte social” que lo obligó a estar aislado de sus amistades durante dos años y en plena pandemia por el COVID-19. No podía hablar en público y el día que contó su experiencia, se sentía angustiado  por ser considerado comunitariamente “como un violento”. Ante el relato de este joven el silencio del grupo fue ruidoso, un silencio que se pareció a una escucha atenta, pero también vergonzante, un episodio donde varios de ellos (mayores de 30 años), comentaron que en otra época, prácticas como las que relató el joven escrachado, eran consideradas “normales”. Por tanto, advertían el cambio cultural y cierta conciencia social sobre lo dañina que pueden ser prácticas como el sexo no consentido en la pareja.

Igualmente, si bien los varones realizaron aportes y comentarios sobre la situación del joven que vivió el escrache, ninguno puso en palabras cuáles eran sus experiencias personales similares. Al contrario, el equipo coordinador se vio en la necesidad de generar dinámicas de trabajo anónimas y teatrales, para que los otros varones compartieran relatos, imágenes y expresión corporal sobre la temática. Una de las dinámicas que se propuso en el mes de mayo del 2022, consistió en registrar en las bitácoras personales de los varones, experiencias de violencias de género que los hubieran afectado y luego socializar sus registros en subgrupos, para posteriormente crear una fotografía o imagen con sus propios cuerpos, que representara la violencia que querían transmitir.

Entre las imágenes que surgieron, no estuvieron ausentes la violencia por medios sexuales, los golpes, el maltrato verbal y la indiferencia. Especialmente llamó nuestra atención una de las imágenes, donde un varón usó como elemento un arma que colocó entre sus piernas, un pañuelo verde en su muñeca y un cartel en su pecho que decía “aliade”. En Argentina, “el aliade” o el varón “deconstruido”, es aquel que se identifica públicamente como feminista o pro-feminista y que se autopercibe como un sujeto en proceso de cuestionar su masculinidad hegemónica. En los espacios de reflexión sobre masculinidad entre varones, ser “un aliade” es entendido como un atributo más que como un proceso de reflexión colectiva. Es decir, como una identidad a la cual llegar, bajo ciertos marcadores simbólicos que se han impuesto en la Argentina de la última década. La performance “del aliado o deconstruido” incluye saber comunicar consignas feministas, uso del lenguaje inclusivo y afirmación discursiva de ser igualitario:

 

“En este momento me identifico como un varón tremendamente feminizado, criado entre mujeres, eran seis mujeres alrededor. No me resulta ajeno lo femenino. Es una impronta muy densa ese contacto tan cercano con las mujeres y tan distante de los varones. Yo no viví las ventajas del ser varón en el cuerpo, ni la condición de mujeres sometidas, me siento cercano a la deconstrucción” (Desgrabación de taller virtual del 31 de agosto del 2021).

 

“Yo soy padre, para mí la deconstrucción es hacerse cargo de todo. Es lo que nos vienen diciendo los feminismos. Es un proceso interno, pero es hacerse cargo. Si no podemos ver nuestros privilegios, empecemos a verlos, a leerlos. Por más que no podamos verlo porque nuestra cosmovisión es diferente a la de las mujeres [...] Es necesario la terapia psicológica para poder empezar un camino de reflexión y establecer nuevos acuerdos en las formas de vincularnos” (Desgrabación del taller virtual del  31 de agosto del 2021).

 

En estos registros advertimos lo que Alemán (2022) analiza cómo las implicancias del uso masculino de la idea de deconstrucción, categoría acuñada por Jacques Derrida (2013) y transformada en lo que el autor entiende como:

 

“[…] uno de los más eficientes simulacros del ensayismo del mercado actual, es el que aparenta buscar la condición más singular de cada uno [...] así se perfeccionada un dispositivo: se simula describir lo más particular mientras se incluye al sujeto en la homogeneidad más absoluta de la mercancía” [...] “los sujetos se ven como únicos, le dan la espalda a su singularidad más radical intentando con diversas pedagogías, “construir la mejor versión de sí mismos” (Derrida, 2013: 109).

 

Es decir, en lugar de cuestionar el propio mandato de masculinidad desde su biografía, dolores, fallas y apuestas, se genera un nuevo deber ser, un estereotipo de lo que implica ser un “varón aliado”. Aspiración que acaba obstruyendo las reflexiones críticas necesarias para conseguir modificaciones sustanciales en la masculinidad normada. Al contrario, la enmascaran detrás de una estética y discurso homogéneo. Al respecto, un participante de México decía: “Acá se habla del `macho progre` (sic). Como un disfraz intelectual, hay que pensarlo. No hay que perder de vista que hay necesidad de demostrar porque eso redunda en privilegios. En esta onda de cuestionarse se generan otras formas de potencias que mantienen una estructura opresiva” (Desgrabación de reunión virtual, 31 de agosto del 2021).

En ese sentido, el neoliberalismo como orden estructural y subjetivo, habilita este tipo de fenómenos, donde apuestas sociales disruptivas, se reciclan como modas, marcas o simulacros. Fernández-Savater (2022) explica que el neoliberalismo es un poder que hace cuerpo, en este caso en un sujeto que siempre tiene que querer superarse a sí mismo, competir con los demás, obsesionarse con el rendimiento que entiende se espera de él. De modo que deconstruirse es una apuesta social y personal que se transforma en un mandato de rendimiento y que funciona como prestigio en los ámbitos donde el discurso feminista ha ingresado. Este mandato se retroalimenta con el dispositivo de la masculinidad hegemónica donde la potencia es el principal aspecto a construir y demostrar.  En efecto, la masculinidad es un proceso y no un producto, implica la adquisición de numerosos capitales y destrezas que  responden a un sistema sexo/género de regulación de los cuerpos, las relaciones de poder, la distribución de las tareas y las cargas sociales (Connell y Messerschimdt, 2005).

Sin embargo, la masculinidad no solo compete a los varones, como sostiene Connell (1995), ninguna masculinidad surge si no es en un sistema de género, con procesos y relaciones por medio de las cuales las sexualidades viven. Así, ser varón supone prácticas, discurso y capitales para sostener dicha posición de género, siempre en relación a otro cuerpo que va a ser subordinado por la masculinidad.

Por otro lado, como nos explica hooks (2004), es necesario abordar la realidad de que no sólo los varones se encuentran presos de las estructuras patriarcales, la ideología y prácticas sexistas nos atraviesa a todas/os. Las mujeres suelen legitimar y reproducir con sus discursos y valores la violencia machista. De hecho, las parejas heterosexuales de las familias modernas implican que la posición del patriarca fuera cuidada por la figura de la esposa, quien velaba por su autoridad ante sus hijos/as, de modo de instaurar el orden moral. Ese modelo de patriarcal de  familia ha sido modificado en la historia, de hecho los varones de este taller responden a una conformación patriarcal en sus familias de origen, pero han logrado formas más igualitarias de relacionarse con su pareja e hijos/as. Empero, se continúa reproduciendo la injusta distribución de las tareas domésticas y de cuidados, los tiempos de ocio, las libertades sexuales y el prestigio. Al respecto, una mujer cisgénero participante del taller comentaba:

 

“Pienso en el privilegio que tienen los varones hasta para deconstruirse [...] Yo piens que las prácticas, como la de cocinar, son plenamente festejadas, celebradas cuando las hacen ellos. Y pienso yo… Cuando viví mi deconstrucción, cuando me corté el pelo como quería, me empecé a vestir como quería... Yo pude vivir mi deconstrucción, pero me costó muchísimo y me sigue costando. Obstáculos por ser mujer y una mujer no hegemónica. Pero cuando mi compañero se deconstruye, tiene privilegios. Las deconstrucciones tienen ese rango jerárquico también” (Desgrabación del taller virtual del 31 de agosto del 2021).

 

  Pensar en la designación de una práctica y discurso como “deconstruido” también es un privilegio masculino. Las mujeres cisgénero que intentar fugar de los mandatos de género, que se rebelan contra el patriarcado y la performance que se espera de una mujer, suelen ser estigmatizadas como “locas, lesbianas, gordas” (Desgrabación del taller virtual del 31 de agosto del 2021), y tantas otras formas de estigma que surgieron en estos talleres cuando se hablaba de otras formas de habitar un cuerpo feminizado.

Retomando la dinámica de la foto, otra imagen propuesta por los varones fue la de un participante que vendo su boca, aludiendo al silencio cómplice entre hombres, pero también a la imposibilidad de diálogo entre pares, cuando necesitan expresar sus sentimientos o conflictos personales. Además, generó el debate sobre el hecho de que no pueden besarse ni abrazarse entre varones o contenerse emocionalmente sin sentirse “extraños”, que era sinónimo de feminizados.

 

3.3. La heteronormatividad y su relación con la violencia por medios sexuales

 

Occidente ha sido históricamente configurado en valores influenciados por la religión judeocristiana, la cual ha permeado la sexualidad y condicionando la moral de la sociedad. Debido a lo cual, el binarismo occidental de heterosexual ha macado la representación sexual de los/as sujetos y ha permeado la cultura (Vásquez Santibáñez y Carrasco Gutiérrez, 2017). Al respecto, Rich (1985) explica que existe una ley patriarcal que organiza las relaciones sociales y que se funda en la heterosexualidad obligatoria. En su análisis, la autora sostenie que si la heterosexualidad fuese natural no sería necesarias todas las violencias y restricciones para que esta se reproduzca. La heterosexualidad entonces, se justifica como natural y biológica, negando que el discurso social crea al género y que este tiene  efectos materiales. Además, la heterosexualidad es un orden social que se reproduce desde la opresión y apropiación de las mujeres y cuerpos feminizados por parte de los varones, “la cual produce un cuerpo de doctrinas sobre la diferencia entre los sexos para justificar esta opresión” (Wittig, 2005: 36).

Incluso cuando, como en el caso de la Argentina, advertimos avances importantes en materia de género como son las leyes de Matrimonio Igualitario (Nº26618), el Decreto 476/2021 de documento Nacional de Identidad no binario, la Ley de identidad de Género nº26743, entre otras[3]; las prácticas culturales caminan a un ritmo más lento que el discurso estatal. En efecto, la presentación y vivencia corporal de los varones, las relaciones y la moralidad social masculinista, siguen funcionando bajo esquemas de sanción hacia quien no responde al binario heterosexual. En efecto, existe incapacidad para pensar el cuerpo por fuera de las categorías de hombre y mujer cisgénero, porque ello atenta contra la heterosexualidad como régimen político dominante (Wittig, 2015).

Al respecto, en un taller de agosto, uno de los participantes comentó: “yo me pongo nervioso cuando un amigo envía emoticones de corazones o de beso…en el grupito de WhatsApp que tenemos todos se incomodan y se lo dijimos a esa persona” (Nota de campo, agosto 2022: 14). La heteronormatividad como rechazo a la expresión de cariño entre varones aparece de manera constante en los relatos del taller, porque las relaciones públicas entre pares con contenido afectivo o erótico, es un campo donde la masculinidad se juega su prestigio, capital social y oportunidad de ascenso o descenso en la jerarquía masculina: “yo no tengo drama con los gais pero no me gusta que me jodan, que me inviten a salir o se me tiren…ahí me siento mal como acosado” (Comentario de S. participante de grupo presencial, Cuaderno de campo, abril 2022: 20).

Además, en los talleres se conversó sobre los grupos de WhatsApp y los comentarios homo-odiantes y machistas que ninguno se animaba a sancionar, aun cuando los reconocían como tales.  El silencio, el miedo y la incomodidad a poner límites frente al machismo de los amigos, se vivía como una potencial desafiliación de la vida social, porque en los grupos heteronormados, mostrar alguna característica disruptiva con el machismo puede provocar la exclusión del espacio de pertenencia. Uno de los miembros del taller relató:

 

“Yo estaba en un grupo (organización política), que de feminista tiene poco. La idea es contratar gente compañera, del mismo espacio. En el grupo un carnicero estaba buscando una chica para que atienda la caja y yo le pregunté ¿Y por qué no un chico o lo que vos queres es un par de tetas? Y el me dijo “eh amigo vos me entendes, no seas puto (sic)” (Cuaderno de campo, abril 2022: 18).

 

A pesar del malestar que muchos expresaron en torno a este tipo grupos y de organizaciones, sobre el WhatsApp entre varones, no podían visualizar otros espacios de pertenencia y lazos sociales que habiliten vincularse de manera no machista entre pares, a excepción del taller donde algunos lograron generar amistad finalizando el año 2022.

Por otro lado, según Flood (2008), las relaciones sexo-afectivas de los varones  heterosexuales no se encuentran vinculadas únicamente al deseo de las mujeres. En verdad, las mujeres también son un capital simbólico frente a otros  varones,  ya que poseer una mujer es una forma de afirmar la propia posición de poder intragénero. Desde la niñez los varones aprenden estas lógicas de interacción, donde deben atravesar situaciones violentas que proponen otros varones y al mismo tiempo ejercerlas para sostenerse en la estructura jerárquica de la masculinidad. Un integrante del taller, relataba sobre los ritos de egreso en su escuela secundaria, donde los varones se golpeaban, desnudaban y maltrataban entre pares (cuaderno de campo, mayo 2022: 17). También S. contó que sus compañeros lo castigaban porque no gustaba del fútbol o porque no quería salir de noche con frecuencia. Incluso, en una ocasión, durante una clase en su escuela secundaria, un compañero lo apuntó con un arma de fuego y le dijo `maricón´ (sic) (Cuaderno de campo, noviembre del 2022: 38). De modo que los varones atraviesan una biografía cargada de violencias por parte de otros hombres y las ejercen contra otros y especialmente contra los cuerpos feminizados, como un modo de hacerse hombres ante la mirada de lo que Segato (2018) llama “la cofradía masculina”[4].

En consiguiente, la masculinidad implica atravesar un sinnúmero de rituales, prácticas y performance de género para no ser considerado un otro feminizado. Dentro de estas prácticas, las violencias por medios sexuales son un eje clave de hacer masculinidad heteronormada, así como excluir a quienes no se ajustan a los mandatos que impone dicho régimen. En un taller de octubre del 2022, en ocasión de la lectura de poesía travesti que llevaron las talleristas, uno de los miembros del grupo relató la historia de un familiar travesti, a quien su familia había negado y ocultado. Su dolor era evidente, así como la reflexión acerca de su acatamiento de dar “muerte social” a esa persona a la cual quería mucho y que ahora imaginaba solo y triste (Cuaderno de campo, octubre, 2022: 20). Existen cuerpos a los cuales no podemos duelar, que no se configuran como vidas dignas de ser vivibles (Butler, 2006).

Además, en estos casos, opera lo que Ahmed (2021) entiende como la anticipación de la infelicidad para las vidas sexo-disidentes del género. Existe cierto fatalismo heteronormado en la creencia de que salirse de la heterosexualidad implica un destino miserable: “Al estar ya ahí, la homofobia aparece rápidamente cuando las cosas dejan de funcionar, en momentos de pérdida, cuando se pierde una vida, en momentos de fractura y de trauma. La homofobia aparece como una explicación de lo que no está funcionado” (Ahmed, 410). La anticipación de vida infelices o de exclusión de aquellos cuerpos patologizados por la heteronormatividad, se constituyen en pedagogías de género, indicaciones sobre cómo deben comportarse las personas en relación a su sexualidad si quieren ser queridas, integradas y respetadas en la familia y comunidad.

Al mismo tiempo, la heteronormatividad masculina con su cultura del aguante, de la fuerza y  de la invulnerabilidad, esconde que no en pocas ocasiones los varones son violentados y feminizados por medios sexuales, por parte de otros varones de su entorno o extraños. Uno de los integrantes del taller, al que vamos a llamar P.,  relató la vivencia de un intento de violación por parte de un camionero en su adolescencia y siendo mochilero, en parte como respuesta al comentario de otro miembro del grupo quien afirmaba: “los varones no tenemos miedo de andar en la calle, nunca nos van a violar” (Cuaderno de campo, agosto, 2022: 20). Luego de tomar la palabra, relatar su experiencia y ante el silencio de sus compañeros, P. prosiguió: “cuando me pasó eso yo me preguntaba: ¿yo provoqué esto? ¿Yo genero esto en los varones? Y continuo, “en el pueblo de dónde vengo, tenía que hacer futbol o rugby para que no me tildaran de homosexual o de ser afeminado…a mí me gustaba el teatro, era claro que se interpretaría como que yo me lo busqué” (Cuaderno de campo, agosto, 2022: 21). Así, la sospecha comunitaria de que este varón podía ser gay, resultaba una sanción moral que dictaminaba que quizás él buscó o provocó el intento de violación, tal como sucede con las mujeres cisgénero en casos similares. De manera que la sanción moralizante siempre se ciñe sobre los cuerpos feminizados por circular por el mundo público sin ajustarse a las normas de género, ya que según la división patriarcal de los espacios sociales, las mujeres deben permanecer en el ámbito privado y los varones en el público, estos últimos, sólo si se muestran abiertamente heterosexuales.

Asimismo, en relatos como masturbarse de modo grupal entre varones, tocarse el culo cuando se bañan en el club y otras prácticas que fueron compartiendo, evidencia que la relación entre varones de manera endogámica es constitutiva de la virilidad. Ya sean varones de la familia, amigos o compañeros de deporte, las primeras relaciones sexuales de los varones son acompañadas por la mirada disciplinante de otro:

 

“A mí me llevó a debutar obligado mi papá…a una whiskería y no me dejaba decir que no, tenía que elegir con quién y él me eligió una” [...] “Yo soy de un pueblo de Salta donde varones de entre 24 y 30 años cuentan anécdotas de debutar de este estilo. O que buscan chicas para convencerlas de tener relaciones. Comparte cómo están advertidas ellas porque hay varones que se juntan y entre todos tratan de convencer a alguna chica o lo hacen por la fuerza” (Cuaderno de campo, noviembre del 2022:  46).

 

La primera relación sexual de los varones, de modo tradicional, suele ser un momento no elegido ni deseado, sino que aceptado como parte de “hacerse hombre” (Bard Wigdor, 2018). Ese ritual es ante otro varón y  las mujeres son un lienzo para ensayar virilidad y complicidad masculina. Es una necesidad para  ser registrados en la matriz de inteligibilidad heterosexual (Butler, 1995). Así, los sujetos se ven atravesados por una ansiedad de género continúa, donde deben demostrar ser hombres, negar el deseo homosexual y evitar la condena social. A veces, la ansiedad en los varones es tan fuerte, que se ven involucrados en situaciones de extrema violencia contra otros cuerpos feminizados para pertenecer a la cofradía masculina:

 

“Me acuerdo que, de muy chico, a los 12, 13 o 14 años… estaba en la casa de un amigo, que tenía dos hermanos más grandes. Me acuerdo que había una mina en la pieza de mi amigo y nos dijeron que saquemos forros y que vayamos con la mina, que a ella le gustaba. Nos dijeron que ella misma se había ofrecido. Eran dos grupos de amigos, de los dos hermanos, éramos como 10 o 15… Y la sensación era ¿cómo decir que no? ¿cómo nos vamos de acá? No sé, era como que perdíamos todo si decíamos que no, éramos los más chicos, los menos machos, ¿cómo volver a jugar al fútbol? Hoy la sensación que me da es como de asco… Cómo acceder a eso. En su momento lo vivimos como algo que no daba, en ese momento teníamos que zafar, teníamos que ver cómo decir que no sin violencia” (Cuaderno de campo, septiembre del 2022: pág. 27).

 

En relación con este relato, durante estos dos años de trabajo, la heteronormatividad y la violencia por medios sexuales han sido dos ejes claves de difícil abordaje en los talleres. El grupo tenía experiencias comunes de agresión sexual, abuso y violación en grupos de hombres, con los cuales quedaron vinculados entre sí por el silencio, una complicidad forjada por el sentimiento de culpa y vergüenza. Estos episodios tenían relación con la presión de pertenecer a la masculinidad, los diferentes ritos que se imponen entre sí y el silencio cómplice que se espera entre pares, aun cuando involucrarse en prácticas de abuso o violación les resulte “repulsivo” en lo personal, no pueden apartarse o denunciar. Quedar excluido y ser homosexual, es el fantasma de los varones cuando no acuerdan con las prácticas del grupo. Dos varones relatan un recuerdo común: “[...] Nosotros vivíamos en Barrio Cerveceros, éramos amigos y había un descampado. Eran como los parias, los menos valorados como hombres y en ese caso estuvieron como cuatro con la chica discapacitada en el descampado. Nosotros dijimos que eran unos tarados, que eran desagradables, no fueron festejados pero no hicimos nada […]” (Registro del cuaderno de campo, noviembre del 2022:  36).

En efecto, los silencios ante las violencias de otros y el verse involucrado en situaciones traumáticas para pertenecer, no tiene una sanción moral y simbólica hacia los varones, sino que construye su masculinidad hegemónica. Así, las normas culturales de la sexualidad impactan en el cuerpo y la subjetividad de las personas, advirtiendo que se constituye en la manera en que las restricciones de género se registran psíquicamente (Butler, 2006).

 

 

4. Discusiones

 

 

Tomando a Tabet (2022) y Wittig (2015), el régimen heterosexual genera acceso desigual a los recursos entre los/as sujetos en cuanto a los conocimientos y al sufrimiento de la violencia masculina heteropatriarcal para las mujeres cisgénero, lesbianas, trans y travestis. Es decir, no se trata de preferencias sexuales, ni de que hombres amen o mantengan relaciones sexuales con mujeres, sino que esas relaciones se encuentran mediadas por esa triada de desigualdad entre los géneros que hace difícil que las mujeres gobiernen efectivamente su sexualidad, por fuera de asumir transacciones de dinero, prestigio, legalidad o algún tipo de recurso necesario para sobrevivir.

Asimismo, los mecanismos para disciplinar y someter a los/as sujetos al régimen heterosexual, implica múltiples violencias contra los cuerpos feminizados que van desde lo psíquico a lo físico, simbólico  y emocional. En efecto, a las mujeres y cuerpos feminizados se les niega el derecho a una sexualidad plena y libre, se las somete a control constante y a prácticas de violencia por medios sexuales muchas veces institucionalizadas. Agregamos el usufructo de la fuerza emocional y laboral de los cuerpos feminizados para las tareas de cuidado y domésticas. La explotación del cuerpo vía tareas del cuidado y domésticas, tal como vimos en los resultados de la investigación, son formas sistemáticas y permanentes de desigualdad. Estas actividades se realizan en un régimen de explotación donde las mujeres no perciben cobro y que mercantilizado, representaría el 40% del PIB mundial. Federici (2022) advierte que vivimos en un sistema que en teoría se sostiene sobre el intercambio de trabajo por salario, pero donde casi la mitad de las mujeres (42% a nivel mundial), jamás ha cobrado uno.

En ese sentido, los cuerpos se hacen desde la división material y simbólica de los trabajos y los espacios sociales. En el heteropatriarcado capitalista, los cuerpos feminizados se hacen en la violencia simbólica, en tanto subjetividades que viven la explotación y el autodesprecio, debido a lo que Delphy (2023) llama el imperativo moral del amor a la familia por sobre una misma. Así, la institución familiar se sostiene sobre el 97% del cuidado no pagado en el mundo que lo hacen las mujeres dentro la familia, donde, además, viven los mayores grados de violencia de género por parte de sus parejas cisgénero.

Por otro lado, en sociedades como las nuestras, influenciadas por la religión judeocristiana, la sexualidad ha sido marcada por el binario heterosexual, como único modelo de relación sexual reproducido hasta nuestros días. Las actuaciones sexuales han sido impuestas y nos encontramos negociando de modo constante con ellas, en una presión contra la obligatoriedad de la heteronorma.  Por eso, el interrogante no es qué es la masculinidad, sino qué y cómo hace a los sujetos, cómo funciona el género en el cuerpo, clave de lectura que plantean los estudios feministas sobre la masculinidad. De hecho, desde la matriz heterosexual, se produce una identidad masculina rígida, coherente, que necesita construir la diferencia como desigualdad para dominarla. Para lo cual, se requiere de la sanción y de la prohibición “de ciertos vínculos (homo)sexuales que, en tanto perdidos, son recuperados en la esfera psíquica de los hombres, como fantasmas constitutivos de la subjetividad que amenazan de manera constante la heterosexualidad” (Bleichmar, 2006).

Por tanto, los varones son conducidos a acatar la prohibición de la homosexualidad para hacer masculinidad. Esto genera, al decir de Butler (2006), odios, temores, vidas prohibidas que no llevadas a cabo son pérdidas no lloradas (Butler, 2006).  A veces ese duelo no resuelto, al interior del vínculo heterosexual, se expresa en la subordinación de las mujeres de su entorno, que conforman lo que se espera patriarcalmente como un “otro complementario”. Al respecto, Lamas (2000: 3) analiza que “los géneros son producidos por el lenguaje, las prácticas y representaciones simbólicas dentro de formaciones sociales dadas, pero también por procesos inconscientes vinculados a la simbolización de la diferencia sexual”. Existe una idea del sexo como un marcador fijo que delimita tareas y espacios como naturales, a partir de la idea de complementariedad de los géneros binarios. Finalmente, los cuerpos feminizados son utilizados como receptores y contenedores de las frustraciones masculinas por la represión estructural heteronormativa.

 

           

5. Reflexiones

 

 

“De la posición como sujetos, somos siempre responsables”

Jaquen Lacan (1998: 829).

 

La violencia sistemática del capitalismo heteropatriarcal sostenida en la explotación y opresión de género de los cuerpos feminizados, no son elecciones conscientes de los varones, pero sí una responsabilidad en sentido Lacaniano. Responsabilidad aquí, significa hacerse cargo cuando se reproduce a ciegas las estructuras de subjetivación y tomar la decisión de oponer resistencia con los costos que se soportan por ello. 

En ese sentido, para el caso que hemos analizado, los varones necesitan efectuar un movimiento reflexivo sobre las experiencias donde hacen masculinidad heteronormativa como una forma de validación ante la mirada de los otros. En efecto, los varones hacen masculinidad sobre el cuerpo de las mujeres y para la mirada de otros varones, mientras sancionan moral y socialmente a aquellas expresiones corpóreas que transgreden el género binario.  Las normas culturales impactan en la sexualidad, el cuerpo y la subjetividad de los géneros; funciona como marcador moral sobre la vida de lxs otrxs. Por eso, durante la implementación del proyecto, la heterosexualidad fue un punto ciego del debate, un diálogo resistido por quienes han transitado su vida configurando su sexualidad como lo opuesto a la feminidad.

Asimismo, la sociedad heteropatriarcal asegura las violencias contra las mujeres cuando exige una complementariedad heterosexual, la cual sólo puede mantenerse a costa del ejercicio constante de violencias y desigualdades de género. De este modo se mantienen vínculos que no son intersubjetivos, porque las mujeres son colocadas en posiciones desjerarquizadas para la coherencia de la masculinidad hegemónica. En ese ejercicio de reproducción y conservación de la masculinidad, el heteropatriarcado encuentra su forma de repetición. Así, la idea heterosexual de  complementariedad implica la imposibilidad de autonomía de las mujeres, el control y la  explotación de sus energía físicas, psíquicas y emocionales.

En ese sentido, romper con esa representación de género, con el silencio cómplice de los varones y soportar la exclusión de grupos de pertenencia para crear otros, donde la heteronormatividad no sea la manera de existencia, es una apuesta que transversaliza la investigación y la intervención social feminista. Se trata de indagar en modos de desaprender físicamente la heteronormatividad, de oponer resistencia a su inscripción en los cuerpos. Para lo cual, es necesario comenzar con el abandono de la idea de que fallar ante los modelos de masculinidad hegemónicos es una anomalía o debilidad, para pensarlo como una forma de crear salud colectiva, un espacio para ser.

De ese modo, una pista para el camino de desarmar la heteronormatividad es salir de la trampa de la reproducción acrítica de la masculinidad y/o de la victimización ante las decisiones que los corren de allí y que tienen consecuencias en términos de pérdida de privilegios. Alemán (2022: 66) dice que “El deseo de transformar surge de la desvictimización. El sujeto no olvida su dolor ni quienes se lo infligieron, pero se niega a recibir desde ese lugar aquello que lo identifica”. Es un desafío para la masculinidad lidiar con la vulnerabilidad, la diferencia al interior del propio modo de hacer género y la identificación con espacios, sentimientos, prácticas que en general, se encuentran asociadas a la feminidad. El trabajo de desarmar el dispositivo de masculinidad, supone desde hacerse cargo de las tareas domésticas y de cuidados, hasta modificar la posición subjetiva de dominación sobre la sexualidad de las otras o romper los pactos de silencio cuando la violencia por medios sexuales es el guion de la virilidad. Al mismo tiempo, abordar la demanda de amor como demanda heterosexual de incondicionalidad por parte de los varones hacia las mujeres que los rodean. Es decir, que puedan comprender a  los cuerpos feminizados como sujetos de derechos y no como objetos a su servicio.

Finalmente, las relaciones de género suponen una tarea conjunta de desarme de las matrices de opresión y de la lógica compulsiva de hacer heterosexualidad corpórea y subjetiva. Lo que nos lleva al interrogante de cómo generar espacios transgénero donde todos/as puedan reflexionar sobré la determinación de los vínculos en estructuras de privilegios y opresiones, desde feminismos que apuesten a la confluencia de energías de cambio, asumiendo que las posiciones de género, clase y raciales son relativas e históricas, por ende, transformables.

Bibliografía

 

 

Alemán, Jorge (2022): Breviario político de psicoanálisis. Argentina: NED.

 

Ahmed, Sara (2021): La promesa de la felicidad. Argentina: Caja Negra.

 

Bard Wigdor, Gabriela (2021):La cárcel masculina y la Educación popular feminista”. En: Revista Ardea. Disponible en: https://ardea.unvm.edu.ar/ensayos/educacion-popular-feminista/ [22/05/2023].

 

_____. (2018): “Las violencias romantizadas: masculinidades hegemónicas en el capitalismo tardío y heteropatriarcal” Aposta. En: Revista de Ciencias Sociales, nº. 77, pp. 59-100. Disponible en: https://www.redalyc.org/jatsRepo/4959/495957375002/html/index.html [22/05/2023].

 

Derrida, Jaques (2013): “Una filosofía deconstructiva”. En: Zona erógena, ¿vol, nº. 35, pp. 1-10. Disponible en: https://mercaba.org/SANLUIS/Filosofia/autores/Contempor%C3%A1nea/Derrida/Derrida%20-%20Una%20Filosofia%20Deconstructiva.pdf [22/05/2023].

 

Bonavitta, Paola y Presman, Clara (2022): “Cuidados, autocuidados y Buen Vivir. La experiencia de mujeres de la periferia de Córdoba”. En: Pacha. Revista de Estudios Contemporáneos del Sur Global. Quito; vol. 3, nº. 9, septiembre-diciembre, pp. 1-15. Disponible en: https://revistapacha.religacion.com/index.php/about/article/view/124 [21/05/2023].

 

Butler, Judith (2006): Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos de sexo. Argentina:  Ediciones Paidós.

 

Bleichmar, Silvia (2006): Paradojas de la sexualidad masculina. Argentina: Paidós.

Connell, Raewyn y Messerschimdt, James (2005): “Hegemonic Masculinity: Rethinking the Concept”, Gender & Society, vol. 19, nº. 6, pp. 829-859. https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/0891243205278639 [22/05/2023].

 

Connell, Raewyn (1995). “La organización social de la masculinidad”. En: Teresa Valdes y José Olavarría (edc.): Masculinidad/es: poder y crisis. Ecuador, ISIS FLACSO, pp. 31-48.

 

Delphy, Christine (2023): Por un feminismo materialista. Barcelona: Verso Libros.

 

Escapa, Rosa y  Martínez Ten, Luz (2010): Estrategias de liderazgo para mujeres directivas. España: BIBLIOTECA DE CATALUNYA - DADES CIP.

 

Geertz Clifford (2001): Dilemas de la cultura. España: Gedisa.

 

Gibaja, Regina (2001): “La  ́descripción densa ́, una alternativa en la investigación educacional. Contextos de educación”. Contextos de educación, Año 4, nº. 5, pp. 112-119  https://fh.mdp.edu.ar/encuentros/index.php/jie/3jie/paper/download/1284/720 [21/05/2023].

 

Federici, Silvia (2022): Elogio del cuerpo que baila (Ir más allá de la piel). Argentina: Tinta Limón

 

_____. (2013): Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Argentina: Traficantes de sueños.

 

Fernández-Savater Amador (2022): “Tener superpoderes: la lectura como experiencia de emancipación”. En: Diario CTXT, nº. 282, 7 de marzo. https://ctxt.es/es/20220301/Firmas/38952/filosofia-Amador-Fernandez-Savater-lectura-emancipacion-curso.htm [21/05/2023].

 

Flood, Michel (2008): “Men, sex, and Homosociality: How Bonds between Men Shape their sexual relations whit Women”, Men and Masculinities, vol. 10, nº. 3, pp 339-359. https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/1097184X06287761 [19/05/2023].

 

Hooks, Bell (2014): El deseo de cambiar: Hombres, masculinidad y amor. Argentina: Bellaterra.

 

Informe Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía de la Nación (2021): “Nueva Calculadora del Cuidado: brechas y desigualdades en tareas domésticas y de cuidados”. Disponible en: https://www.argentina.gob.ar/noticias/nueva-calculadora-del-cuidado-brechas-y-desigualdades-en-tareas-domesticas-y-de-cuidados[19/05/2023].

 

Jonasdottir Anna (1993): El poder del amor: ¿Le importa el sexo a la democracia? Argentina: Ediciones cátedra.

 

Lacan, Jaques (1998): “La ciencia y la verdad”. En Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI. Disponible en: http://www.psicopsi.com/escritos-lacan-la-ciencia-la-verdad/ [10/06/2023].

 

Lamas, Marta (2000): “Diferencias de sexo, género y diferencia sexual”. En: Cuicuilco vol. 7, nº. 18, pp. 1-24. https://www.redalyc.org/pdf/351/35101807.pdf [19/05/2023].

 

Pautassi, Laura (2018): “El cuidado como derecho. Un camino virtuoso, un desafío inmediato”. En: Revista de la Facultad de Derecho de México. Tomo LXVIII, nº. 272. http://dx.doi.org/10.22201/fder.24488933e.2018.272-2.67588 [19/05/2023].

 

Paladino, Cecilia y  Gorostiaga, Damián (2004): “Expresividad emocional y estereotipos de género”. En: Repositorio Institucional de la UNLP. Universidad Nacional de La Plata, pp. 1-10.  http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/3242/Documento_completo.%20pdf?sequence=1 [22/05/2023].

 

Rich, Adrienne (1985): “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”. En: Nosotras que nos queremos tanto, nº. 3.  Madrid: Edición colectivo de Lesbianas feministas.

 

Sabino, Carlos (1996): El proceso de investigación. Argentina: Lumen. Humanitas.

 

Segato, Rita (2018): Contrapedagogías de la crueldad. Argentina: Prometeo.

 

­­­­­_____. (2014): La guerra contra las mujeres. España: Traficantes de Sueños.

 

Serano, Julia (2009): Whipping girl — A transsexual woman on sexism and the scapegoating of femininity. Nueva York, Estados Unidos: Seal Press

 

Stefano Barbero, Matías (2021): Masculinidades (im)posibles. Violencia y género, entre el poder y la vulnerabilidad. Argentina: Galerna.

 

Tabet, Paola (2022): Los dedos cortados. Feminismo materialista y división sexual del trabajo. Argentina: Madreselva.

 

Usina de Datos, Universidad Nacional de Rosario (UNR): Disponible en: https://unr.edu.ar/desigualdad-de-genero-en-numeros/ [19/05/2023].

 

Vásquez Santibáñez, Belén y Carrasco Gutiérrez, Ana. (2017): “Género, cuerpo y heteronormatividad. reflexiones desde la antropología”. En: Interciencia, vol. 42, nº. 9, págs. 616-622. Disponible en: https://www.redalyc.org/journal/339/33952909011/html/ [19/05/2023].

 

Witting, Monique (1995): “Algunas observaciones sobre el cuerpo lesbiano”. En: Monique Witting: Teórica, Política y Ensayos Literarios. University of Illinois, Urbana, pp. 4-44.

 

_____. (2015): El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Argentina: Colectivo el Poroto.

 



[1] La categoría Cisgénero refiere a una persona que experimenta su género tal cual le fue asignado al nacer. Al contrario, una persona que se auto percibe con un sexo  o género diferente al nacer es una persona Trans. Las personas transgénero son aquellas cuya identidad de género no coincide con la asignada al nacer, por lo que realizan una transición al género contrario (o a un género no binario). La vivencia trans puede ser una expresión de género o médica y farmacológica. Esta categoría fue acuñada por los movimientos LGBTTTI+ o de la disidencia sexual  marcar a las personas con el prefijo Cis o Trans, es una manera de visibilizar una crítica sobre la norma social que naturaliza a las personas cisgénero y patoligiza a quienes quedan por fuera de la misma (Serrano, 2009).

[2] Las tareas domésticas en el ámbito de los hogares argentinos son realizadas en un 72% por mujeres cisgénero (Usina de Datos UNR, 2022).

[3] En Argentina contamos también con la ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los Ámbitos en que Desarrollen sus Relaciones Interpersonales (26.485); Ley de Parto Respetado (25.929); Ley de Educación Sexual Integral (26.150); Ley de Identidad de Género (26.743). Ley de Paridad de Género en Ámbitos de Representación Política (27.412); Ley de la Provincia de Buenos Aires de Cupo Laboral Trans “Diana Sacayán” (14.783) y Ley de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sobre Acoso Callejero (5.306), entre otras provinciales.

[4] Los varones en grupo expresan el mandato de masculinidad que organiza la cofradía masculina (Segato, 2018),

Que implica que cuando se encuentran en bandas, la violencia masculina se agudiza porque tienen que demostrarse los unos a los otros y ser aprobados en cuento a la capacidad o la potencia de su virilidad, direccionada como violencia hacia las corporalidades feminizadas.