Le
llaman feminismo y no lo es
They call it feminism and it is not
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Alicia Miyares |
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Universidad Nacional de Educación a Distancia - España
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Recibido: 16-03-2023
Aceptado: 16-04-2023
Resumen
Las
teorías de la identidad y el deseo y el énfasis en la subjetividad constituyen
una amenaza teórica y política para el feminismo porque están presentando como
feminismo una agenda contraria a la agenda feminista. La mera triquiñuela de
añadir una “s” a la palabra “feminismo” no debe engañarnos. No es feminismo y
menos aún es inclusivo considerar la prostitución un trabajo, creer que la
práctica del alquiler de vientres es solidaria y altruista, afirmar que la “identidad
de género” se superpone al sexo, diluyendo así la desigualdad estructural que
las mujeres padecemos por razón de sexo o suponer que legislar reduciendo penas
en lo relativo a los delitos sexuales es la vía óptima para acabar con la
violencia sexual. Esta agenda espuria y en nada feminista se sirve de trampas
conceptuales que conviene analizar críticamente.
Palabras clave: feminismo, identidad, diversidad, identidad de género,
transgénero, transhumanismo.
Abstract
Theories of identity and
desire and the emphasis on subjectivity constitute a theoretical and political
threat to feminism because they are presenting as feminism an agenda that is
contrary to the feminist agenda. The mere trick of adding an “s” to the word “feminism”
should not fool us. It is not feminism and even less is it inclusive to
consider prostitution a job, to believe that the practice of surrogacy is
supportive and altruistic, to affirm that “gender identity” overlaps with sex,
thus diluting the structural inequality that women suffer for reason of sex or
assume that legislating reducing penalties in relation to sexual crimes is the
optimal way to end sexual violence. This spurious and not at all feminist
agenda makes use of conceptual traps that should be critically analysed.
Keywords: feminism, identity, diversity,
gender identity, transgender, transhumanism.
1. Introducción
Nada es lo que parece. El feminismo político desde
su inicio ha tenido que luchar contra los discursos reactivos que brotan de los
credos religiosos y el pensamiento político conservador, para ello ha elaborado
una sólida base argumentativa que ha logrado frenar, en cierta medida, el
avance de la tópica misógina religiosa o conservadora. En el momento actual, el
feminismo político está obligado a desarrollar y elaborar toda una estrategia
argumentativa para rebatir los discursos reactivos de quienes se declaran de
izquierdas y feministas, pero son proclives a ensalzar la subjetividad y denuncian como hegemónico la idea de una conciencia
colectiva feminista.
Las teorías
de la identidad y el deseo y el énfasis en la subjetividad constituyen una
amenaza teórica y política para el feminismo porque están presentando como
feminismo una agenda contraria a la agenda feminista. La mera triquiñuela de
añadir una “s” a la palabra “feminismo” no debe engañarnos. No es feminismo y
menos aún es inclusivo considerar la prostitución un trabajo, creer que la
práctica del alquiler de vientres es solidaria y altruista, afirmar que la “identidad
de género” se superpone al sexo, diluyendo así la desigualdad estructural que
las mujeres padecemos por razón de sexo o suponer que legislar reduciendo penas
en lo relativo a los delitos sexuales es la vía optima para acabar con la
violencia sexual. Esta agenda espuria y en nada feminista se sirve de trampas
conceptuales que conviene analizar críticamente.
2. Perspectiva
sexo/género
El feminismo ha intentado mostrar de modo crítico
cómo la construcción y significado dado a la diferencia sexual, entendiendo los
sexos como identidades biológico-sexuales ontológicamente diferenciadas,
fundamentó, a su vez, la asimetría o desigualdad de varones y mujeres en
términos sociales. Por ello es evidente que para explicar las claves de la
desigualdad estructural que padecen las mujeres, es necesario analizar la
posición de mujeres y varones en un contexto relacional de mayor fuerza
explicativa: las “relaciones sexo/género”. Así las cosas, por “sexo” se
entienden las diferencias anatómicas y fisiológicas que configuran nuestros
cuerpos y por “género” todo el entramado cultural y normativo que garantiza las
divergencias entre varones (masculinidad) y mujeres (feminidad). Parafraseando
a G. Lerner (1990), por “género” se entiende lo que una cultura, en un momento
determinado, considera la conducta apropiada a los sexos en la interacción
social. Es un hecho indiscutible que toda sociedad y
toda cultura asignan recursos, propiedades y privilegios a las personas de
acuerdo con el sexo lo que provoca en ultima instancia la subordinación de las
mujeres. Sandra Harding lo describe certeramente:
“Prácticamente en todas
las culturas, las diferencias de género constituyen una forma clave para que
los seres humanos se identifiquen como personas, para organizar las relaciones
sociales y para simbolizar los acontecimientos y procesos naturales y sociales
significativos. Y prácticamente en todas las culturas, se concede mayor valor a
lo que se considera relativo al hombre que a lo propio de la mujer” (Harding, 1986: 17-18).
A esta realidad se le denomina patriarcado y combatir esta aciaga
realidad es feminismo. La perspectiva “sexo/género”, le
ha permitido al feminismo analizar críticamente tanto el determinismo biológico
como las relaciones sociales y de poder, así como revisar los conceptos
tradicionales sobre el conocimiento y el saber. Por último, el feminismo ha
puesto de relieve los efectos que la relación sexo/género tiene en la
construcción de la subjetividad y “en la idea de una cultura de lo que
significa ser persona” (Flax, 1995: 85).
Las premisas de la teoría feminista son bastante
precisas:
1. De las evidentes diferencias biológicas no se
sigue que mujeres y varones estemos determinados biológicamente. La diferencia
biológica de los sexos ha sido utilizada para cimentar una construcción social
de los sexos con funciones diferenciadas. El feminismo combate, pues, el
esencialismo biológico.
2. La atribución de papeles sociales
diferenciados a varones y mujeres da paso a un orden social jerárquico basado
en la supremacía masculina y en la subordinación femenina. La pervivencia de
las ideologías, normas y estereotipos sexuales contribuyen a la desigualdad de
las mujeres en el acceso al poder, a las oportunidades y a los recursos. De ahí que el feminismo reniegue del
constructivismo social relativo a las ideologías, normas o estereotipos
sexuales. Reniegue, pues, del constructivismo de género porque es como se
consolida el patriarcado.
3. Por último, las prescripciones culturales sobre la masculinidad o feminidad inciden en la constitución
del yo o subjetividad. Por ello el feminismo se ha encargado de mostrar que referir qué es la subjetividad o identidad personal
no se puede hacer al margen de un exhaustivo análisis de los efectos tanto biológicos (de sexo) como sociales (de género) en la constitución
y expresión del yo. Si el contexto sociocultural de desigualdad
entre mujeres y varones no
ha sido totalmente abolido, la construcción de la identidad en las mujeres estará determinado tanto por lo que piensan
que pueden conseguir como por lo que culturalmente se espera de ellas. Como afirma M. Nussbaum (2007: 282), las “preferencias adaptativas” suelen
determinar las aspiraciones de las mujeres por las cuales aprenden “a no querer
cosas que la convención y la realidad política ponen fuera de su alcance”.
3. La
intencionada confusión sexo/género
A partir de la Conferencia Mundial sobre las mujeres
en Beijing en el año 1995, el descriptor social de “género”, que pretende
erradicar todo el entramado relativo a la ideologías, normas y estereotipos
sexuales, se convierte en el uso jurídico y político reconocido
internacionalmente para hacer realidad políticas de
igualdad efectiva entre mujeres y varones. No fue en absoluto casual que los
credos religiosos, muy especialmente el Vaticano, interlocutor privilegiado en
la ONU, se rebelarán contra la inclusión de la “perspectiva de género” o “enfoque
crítico de género” en la agenda política de los países, ya que socavaba
directamente su idea relativa a los sexos y la función social que a cada uno
les correspondía de acuerdo con su naturaleza biológica ontológicamente
diferenciada. El Vaticano absolutamente
beligerante ante la idea de erradicar mandatos diferenciados para mujeres y
varones, utilizará la plataforma de Beijing como altavoz para reafirmarse en la
idea de una identidad sexual biológica diferenciada entre mujeres y varones, el
“género” no sería mas que la expresión social de esa diferencia inherente a los
sexos: existen características propias del varón y la mujer. Los sexos son
complementarios no iguales: “También es posible reconocer que la presencia de
cierta diversidad de funciones en modo alguno perjudica a la mujer, siempre y
cuando tal diversidad no sea el resultado de una imposición arbitraria, sino
más bien la expresión de lo que corresponde concretamente a ser masculino o
femenino” (Vaticano, 1995).
Pero a la vez que los credos religiosos renegaban
del uso jurídico y político del termino “género”, en el seno del feminismo
también había comenzado una deriva en el significado concedido a la palabra “género”.
Comienza así la escisión entre feminismo y “teorías del género”. Para las
teóricas del género se debe invertir la causalidad establecida entre “sexo” y “género”,
concediendo al género una identidad nuclear que precede al sexo: el “género
designa el aparato mismo de producción mediante el cual los sexos son
establecidos” (Butler, 2002: 40). Nace la confusión intencionada entre sexo y
género para dar viabilidad a la creencia en la existencia de la “identidad de
género”. Desprovista la noción de género de todo sentido crítico, comienza a
significar cualquier cosa imaginativa o antojadiza. Todo menos el
enjuiciamiento critico y feminista relativo a los mandatos de género que se
proyectan mediante las ideologías, normas y estereotipos sexuales y de género.
El “género” convertido en “proliferación paródica”
es un disolvente del feminismo. No es casual, por lo tanto, que las teorías del
género o constructivismo extremo del concepto género, “generismo”,
cuestionen en primera instancia al feminismo. Las teóricas del género prefieren
enfatizar y problematizar las diferencias entre las mujeres más que incidir en
la materialidad de la desigualdad estructural que como mujeres se padece. La
categoría “mujer” es cuestionada: “El sujeto político del feminismo “mujeres” se nos ha quedado pequeño, es
excluyente por sí mismo, se deja fuera a las bolleras, a lxs
trans, a las putas, a las del velo, a las que ganan poco y no van a la uni, a las que gritan, a las sin papeles, a las marikas[...]”[1]
Resultado del cuestionamiento de la categoría
mujeres se afirma abiertamente que no se puede hablar de la opresión de las
mujeres, más allá de un contexto específico, por lo que el feminismo político,
que sostiene que las mujeres comparten un vínculo como resultado de su opresión
y que es el medio de otorgar carácter colectivo a las demandas de las mujeres,
es tildado de “feminismo hegemónico”, una suerte de imperialismo epistemológico
“porque intenta
colonizar y apropiarse de las culturas no occidentales para respaldar ideas de
dominación muy occidentales” (Butler, 2001: 50). Deconstrucción del feminismo y
de la categoría mujeres van de la mano en las teorías de género o generismo: el feminismo será una suerte de imperialismo
epistemológico al creer que hay una base universal de la opresión de las
mujeres y la categoría “mujeres” solo será, para estas teóricas del género, una
categoría normativa y excluyente que no tiene en cuenta el carácter contextual
de la identidad. No hay, pues, un sujeto político “las mujeres” porque el
significante “mujer” por razón de sexo es una ficción reglamentada. Por el
contrario, la propuesta paródica consiste en que el significado dado a la
categoría “mujeres” sea ocupado por identidades híbridas, fluidas, mutables y
definido por una multiplicidad de cuerpos que expresen la sensación o
sentimiento de sentirse mujeres. La categoría “mujer” referida al sexo
biológico debe ser definitivamente anulada para ser redefinida y reapropiada
colectivamente por las “políticas subjetivas” de la identidad de género.
Por lo tanto, cabe
afirmar, frente a estos planteamientos que fragmentan la realidad, que el feminismo como teoría política pretende alterar las condiciones de
opresión o subordinación en la que viven las mujeres, estabilizando, para ello,
la designación “mujeres” como categoría de análisis político. Referirnos a “las
mujeres” como actor social y político ha permitido identificar comportamientos
por los cuales las mujeres mantienen una relación de poder asimétrica respecto
a los varones. Las relaciones asimétricas de poder se adaptan a los contextos
culturales, raciales, nacionales, religiosos, generacionales, pero, más allá de
la especificidad con la que puedan expresarse, todos ellos revelan una
jerarquía social y sexual por la cual las mujeres se encuentran en posición
subordinada o de dependencia respecto a los varones. El significado dado en el
feminismo a la categoría “mujeres” es el resultado de las intersecciones
biológicas, culturales, sociales, raciales y políticas por las cuales se ha
privado a las mujeres del acceso a los bienes y la capacidad para determinar
sus propias vidas. Constituidas las mujeres como sujeto político reclaman para
sí el derecho a la autonomía, la libertad y la liberación de toda adscripción
que las impida llevar a término sus propias condiciones de existencia.
4. El uso instrumental de la “diversidad” e “identidad”
Nadie cuestiona que el uso jurídico y político de
las categorías de “diversidad” e “identidad” nos ha permitido describir las
problemáticas situaciones a las que se enfrentan colectivos minoritarios en
contextos culturales específicos y por las cuales sufren algún tipo de
discriminación. Ahora bien, en el momento presente las categorías de “diversidad”
e “identidad” se han desplazado al territorio de la subjetividad y, por lo
tanto, a la aceptación de un exagerado “relativismo identitario” o tolerancia
hacia cualquier modo de vida o practica sociocultural sin cuestionamiento
crítico. El uso instrumental y abusivo de las palabras de “diversidad” e “identidad”
ha desplazado por completo a otras categorías políticas como “igualdad”, “dignidad”
y “respecto” que son consideradas caducas. La incesante proliferación de “identidades
diversas”, la subjetividad suele ser prolija, impide tomar conciencia de
aquello que tenemos en común como seres humanos.
Butler, por ejemplo, haciéndose eco de la estrategia
posmoderna, afirma que la multiplicación paródica de género tenderá a conformar
una “fluidez de identidades” que subviertan las normas de género que producen
los fenómenos peculiares “de un “sexo natural” o una “mujer real” (Butler,
2001: 171). La “fluidez de identidades”, afirma, impugna tanto el marco
heterosexual como el binarismo subyacente que se articula en los sustantivos “varón/mujer”,
como en las atribuciones “masculino/femenino”.
El problema de la propuesta butleriana
reside en la suposición apriorística de que la proliferación paródica de los
géneros y su repetición supone una quiebra per se de los mandatos de
género, un acto subversivo contra la heterosexualidad y un medio para erradicar
el binarismo de sexo “varón/mujer” y el binarismo de género “masculino/femenino”.
Más bien, sucede lo contario: al promover la disolución de la categoría “mujeres”
se está promoviendo que descienda la percepción relativa a la opresión o
desigualdad estructural que las mujeres padecemos por razón de sexo.
Así pues, el valor concedido actualmente a las “identidades
diversas” o “fluidez de identidades” tiende a enmascarar el sexismo, la
violencia contra las mujeres, la explotación sexual o reproductiva y las
relaciones asimétricas de poder entre mujeres y varones. La “identidades
diversas” no anulan la jerarquía sexual ni erradican las ideologías y normas
sexuales, ni mucho menos reducen, ya que de hecho los intensifican, los
estereotipos sexuales y de género. De hecho, asistimos a una representación o Perfomance estereotipada e histriónica de la
feminidad y de lo que para algunas personas delirantes creen que es ser mujer,
cuyo arquetipo procede directamente de la pornografía y la prostitución. En
definitiva, difuminar la categoría “mujeres” en favor de la “fluidez de
identidades” contribuye a invisibilizar la injusticia
sexual.
Por otra parte, es obligado volver a recordar que las
mujeres no somos ni un colectivo ni una minoría social. Como grupo social
mayoritario las mujeres no estamos discriminadas, sino que sufrimos opresión o
desigualdad estructural, por lo que intentar abordar políticas específicas para
las mujeres bajo el paraguas de la “diversidad” o “identidad” no sólo es
inoperante, sino contraproducente para consolidar derechos de las mujeres y
hacer valer la agenda feminista. Tomar como criterio la “diversidad” e “identidad”,
y no dar por legítima la categoría “mujeres”, contribuye a que las mujeres seamos fragmentadas y fragmentadas, objeto de taxonomía como
si de una nueva especie de zoo humano se tratara; precarias, diversas, brujas, transfonterizas, migrantes, con velo o sin velo, negras,
blancas, heterosexuales, lesbianas, anticarcelarias, punitivistas, incluyentes, excluyentes…
La lista es infinita, pero no veremos taxonomía
alguna relativa a los varones. A su vez, el recurso a la fluidez de identidades logra enmascarar las
problemáticas específicas de las mujeres por nacer mujeres, desciende, así, la
percepción social de la opresión sufrida por las mujeres; o peor aún, se señala
descaradamente a las nacidas mujeres como mujeres privilegiadas frente a las
que afirman sentirse mujeres; la utilización del binomio cis/trans,
que es una imposición identitaria, ensombrece de facto la opresión por razón de
sexo.
Por último, las “identidades
diversas” impiden la articulación política, cuyo fin demostrado es despolitizar
el feminismo para convertirlo en una teoría de la identidad y el deseo: si la diversidad la entendemos como defensa
de un modo de vida concreto a preservar y la identidad como un rendir cuentas
sólo ante el grupo social de adscripción, será casi imposible generar un
espacio político compartido; el uso instrumental de la “diversidad” e “identidad”
restringe la acción política, al reducir las demandas a los colectivos de
referencia a los que se adscriben identitariamente
las personas. Al final, si dicha adscripción depende únicamente de las
experiencias vitales compartidas sucede que se confunden deseos y derechos y
que se hacen prevalecer los deseos sobre los derechos.
En definitiva, el
uso instrumental de la “diversidad” e “identidad, como afirma Zizek Slavoj, solo beneficia al
capital:
“Este continuo florecer de
grupos y subgrupos con sus identidades híbridas, fluidas, mutables,
reivindicando cada uno su estilo de vida, su propia cultura, esta incesante
diversificación, sólo es posible y pensable en el marco de la globalización
capitalista y es precisamente, así como la globalización capitalista incide
sobre nuestro sentimiento de pertenencia étnica o comunitaria” (Slavoi, 2008: 24).
La
pleitesía al capital requiere, pues, rendir tributo a la subjetividad frente a
la cohesión social, al individualismo antes que a la igualdad o dignidad, al
relativismo identitario enfrentado a la universalización de los derechos. Un
buen ejemplo lo encontramos en las leyes de “identidad de género”:
subjetividad, individualismo y relativismo se unen para ahogar cualquier
principio de realidad.
5. La subjetividad, soberana única: “identidad de
género”
En los años 90 del siglo pasado, como esbocé, los
caminos del feminismo y de las teorías del género comienzan a separarse. El
énfasis en el cuerpo, el leguaje, el deseo, la subjetividad y la identidad, en
clave psicoanalítica y posmoderna, será el núcleo del que van a partir las
teorías del género o en expresión de De Lauretis “las tecnologías del género” en la que encuentran
su acomodo las propuestas queer. En el siglo XXI ya
no hay camino intermedio por el que transitar, el feminismo es una teoría
política de transformación de la realidad con una agenda que le es propia; lo queer/trans, decantado último de las teorías del género, es
una teoría de la identidad y el deseo con una agenda contraria a la agenda
feminista.
Si para el feminismo la categoría “género” es efecto
del sexo y es el acumulado normativo que prefigura un destino diferenciado para
mujeres y varones que hay que disolver, para las teorías del género o credo queer/trans será el “sexo” lo culturalmente construido y el
“género” elevado a categoría ontológica como vivencia interna y expresión del
yo. Si para el feminismo el sexo no se asigna, pero el género sí, para el credo
queer/trans será el sexo lo que se asigna y el género
se transmuta en “identidad de género”. Si para el feminismo la desigualdad
estructural de las mujeres es por razón de sexo, para el credo queer/trans el sexo es una categoría irrelevante en
términos jurídicos y biológicos. Si para el feminismo hay que erradicar todo lo
relativo al género como construcción social normativa relativa a los sexos,
para lo queer/trans hay que favorecer el
reconocimiento jurídico de la “identidad de género”, evitando así cualquier
enfoque crítico feminista. Si para el feminismo es imperativo huir de cualquier
etiquetado identitario relativo a las mujeres, para lo queer/trans
se convierte en imperativo el etiquetado de las mujeres en “cis”
o “trans”. Si para el feminismo los cuerpos de las mujeres no pueden ser objeto
de cosificación, transacción o intercambio mercantil, para lo queer/trans la cosificación, transacción o intercambio
mercantil del cuerpo de las mujeres será una forma de capital biocultural. Si
para el feminismo las mujeres somos y representamos un sujeto político, para lo
queer/trans el sujeto político lo representan las “realidades transgénero” reconocidas como tales a través de
las leyes de “identidad de género”. Definitivamente, feminismo y credo queer/trans son propuestas antagónicas.
El feminismo no es una teoría de la identidad y el
deseo. Tampoco es una conjura masónica de hermanas, ni vivencial ni
acrítico. Como mujeres no estamos obligadas a representar todo y nada a la vez:
la diversidad, la identidad, la interseccionalidad, el relativismo identitario,
la libre elección y la resignificación de nuestros cuerpos. Y sin embargo, para
nuestra perplejidad como feministas, las mujeres nos hemos convertido en el
foco de atención y centro del debate de leyes que, en principio, pretendían
legislar sobre el minoritario colectivo LGTBIQ. ¿Por qué? ¿Tienen estas leyes
como destinatarios preferentes a transexuales o lesbianas, por poner un
ejemplo? O, por el contrario, ¿su finalidad es otra muy distinta que afecta de
modo directo a las mujeres a la usanza de la más antigua misoginia?
Lo cierto es que estamos asistiendo en directo a la
representación teatral y sobreactuada de lo que pueda significar tanto “ser
mujer” como la atribución de “feminidad” y esto es lo que realmente late tras
las leyes de “identidad de género”: un volver a poner en su sitio a las
mujeres, esto es, en los márgenes. El nuevo disfraz de la misoginia es la transmisoginia, el nuevo intento de designar lo que somos
las mujeres transdesignación y los nuevos mandatos a
las que las mujeres estamos obligadas queernormatividad.
Y todo ello santificado por el mandamiento jurídico de la “identidad de género”.
En 2006 se lleva a cabo un seminario internacional en Yogyakarta
(Indonesia) en la Universidad de Gadjah Mada. Las personas congregadas fueron 29 de distintos
países y regiones, pero con evidentes vínculos con la ONU. En cuatro días este
cogollo de personas acuerda por unanimidad un texto en el que desarrollan los
principios que deben orientar la acción legal internacional relativa a la “identidad
de género”, que a su vez definen in situ
del modo siguiente:
“La ‘identidad de género’
se refiere a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona
la siente profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo asignado
al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que
podría involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a
través de medios médicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que la misma
sea libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la
vestimenta, el modo de hablar y los modales” (Principios de Yogyakarta,
preámbulo)[2].
Exhortan a la ONU y a los
gobiernos a hacer cumplir los “principios de Yogyakarta”, pero hoy en día
siguen sin ser vinculantes… Y, sin embargo, la definición de identidad de
género, acordada en Yogyakarta, se convierte, sin ratificación alguna de los
Estados, en la piedra angular de todas las leyes relativas a “lo trans” y la
autodeterminación de género. Y así de
modo absolutamente informal, mediante grupos de presión y al amparo de la ONU,
los principios de Yogyakarta convierten en real la creencia en la “identidad de
género” y su politización (generismo).
La identidad de género nace con la pretensión, como se afirma en el
principio tres de Yogyakarta, de que reemplace al sexo en todos los documentos
de identidad: “Incluyendo certificados de nacimiento, pasaportes, registros
electorales y otros” para que “reflejen la identidad de género que la persona
defina para sí”. El sustrato sobre el que se inspira esta definición es la
subjetividad, expresada como “vivencia interna” sentida profundamente, aunque
sea difícil determinar con exactitud el grado de hondura. Se inscribe esta
definición en un marco autorreferencial. Es una definición per se indemostrable.
Un acto de fe propio de un credo religioso y que como todo acto de fe
se podría resumir en un mandamiento principal, tal cual es expresado en un
informe titulado “violencia contra personas LGTBI” del año 2015 de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos: “sólo nuestras creencias sobre el género
-no la ciencia- pueden definir nuestro sexo” (Comisión Interamericana de Derecho
humanos, 2015: 30). Bien está que utilicen la palabra “creencias” y
que lo opongan a la “ciencia”. En este sentido no hay engaño: priman las
creencias sobre la ciencia, pero lo que sí resulta delirante es que los países
se plieguen al reconocimiento jurídico de una identidad que pone en cuestión el
conocimiento objetivo y el principio de realidad en aras de una creencia. Por
último, se afirma que dicho informe de 2015 está inspirado en “la literatura
académica queer”.
Llegados a este punto debemos preguntarnos en interés de quien se
promueve la “identidad o autodeterminación de género”. El generismo
queer/trans propone el surgimiento de una nueva
subjetividad: el sujeto transgénero, que, según Mauro Cabral, aunaría
inclusivamente a una multitud de sujetos en dispersión, travestis, lesbianas
que no son mujeres, drag queens, drag kings y quienes escapan al “binarismo de género”
(Cabral, 2011: 97). “Transgénero” es el nuevo sujeto político emergente
concebido como “máquina de guerra biopolítica”. Sus herramientas
de ataque serán el cuerpo y la
prótesis, el deseo y las prácticas sexuales, la identidad y la expresión de sí,
la autenticidad y lo ficticio, la autonomía decisional y la biotecnología,
entre otras (Ibídem). Su campo de batalla el feminismo y como consecuencia las mujeres.
La definición de “identidad
de género” surgida en Yogyakarta 2006 no es en absoluto neutra, pese a lo que
pudiera parecer en una primera lectura. Una de las integrantes de aquella
reunión, la brasileña Sonia Correa, se enorgullecía años después de que en
Yogyakarta se cuestionará el binarismo varón-mujer y que no apareciera mención
alguna a la palabra “mujer”. Pasados los años constatamos que el credo queer/trans postula ya abiertamente que se debe superar el
modelo de los dos sexos para llegar a la diversidad de categorías: “miles de
sexos y de géneros”, en palabras recientes de R. Braidotti;
que hay que separar el feminismo del cuerpo y experiencia de las mujeres: un
feminismo sin mujeres; que la categoría “mujer” como ficción reglamentada ya no
tiene significado alguno, por lo que debe ser consumida y reapropiada
colectivamente; que hablar de mujeres y derechos humanos es asumir una
perspectiva esencialista y colonialista. Esta es la verdadera esencia de las
leyes de “identidad o autodeterminación de género”. Por lo tanto, como feministas,
no podemos permanecer ajenas a la transmisoginia y queernormatividad que anidan en estas propuestas
legislativas porque su objeto preferente somos las mujeres.
El feminismo se articula
en torno a una agenda política y no se fragua en torno a identidades. Pero
cuando desde los dogmas queer/trans se cuestiona la
propia categoría “mujeres” como grupo social de vindicación política no podemos
dejar de analizarlo contextualmente: justo cuando las mujeres estamos
alcanzando una notable visibilidad política-social se reaviva, desde
grupúsculos de la izquierda populista con la anuencia de partidos políticos de
mayor calado social, una imposición que
exige a las mujeres que aceptemos categorías inestables, permeables y fluidas
como “transgénero” y que además nos veamos en ella representadas. Si no
aceptamos el nuevo contrato por el que se nos invisibiliza la acusación de
transfobia planea sobre nuestras cabezas.
“Transfobia” es el antiquísimo mandato “cállate, mujer”. Es la nueva
misoginia o transmisoginia.
Por otra parte, la queernormatividad desdeña el sexo como categoría biológica
y jurídica relevante; afirma que el binarismo varón-mujer es falso; sostiene
que la especie humana no es dimórfica; asevera que la
asignación de sexo es ideológica y compulsiva; predica que la voluntad o
subjetividad es la forma sustancial del cuerpo. Por si no fuera suficiente lo
anterior, la queernormatividad acuña un nuevo
binarismo de etiquetado social de las personas “cis/trans”. El
uso atribuido a “cis” y “trans” revela una
obligatoriedad de adscripción, partiendo de la falsa premisa de la “identidad
de género” como si fuera criterio válido para clasificar a las personas. La transmisoginia y queernormatividad
dispone de un dispositivo para “vigilar y castigar”, si expresas la negativa a
aceptar la imposición de la “identidad de género autodefinida”.
La queernormatividad ha diseñado
puntillosamente su relato punitivista: si existe resistencia por parte de las
mujeres a la designación “cis” es una muestra de
transfobia; no plegarse al reconocimiento jurídico de la identidad de género es
“cisseximo” y recurrir al análisis crítico de las
relaciones sexo/género, para desvelar la desigualdad estructural de las
mujeres, es optar por un enfoque “cisnormativo”.
Ahora bien, por otro lado, desde la normativa queer/trans
también se concluye radicalmente que “cis” significa
sostener la posición de privilegio de las “mujeres no trans”. O sea, que si no
aceptas ser designada como “cis” eres tránsfoba, pero si lo aceptas te has de reconocer
implícitamente como “mujer privilegiada”: la transmisoginia
y queernormatividad opera de modo tal que parece no
haber escapatoria para las mujeres. Como el punitivismo
social puede fallar, ya que las feministas suelen estar curtidas y ser inmunes
a la pretensión de ostracismo social, toda ley de identidad de género que se
precie establece un régimen sancionador
con penas de multa elevadas para hacer callar las voces críticas. El punitivismo queda establecido como mecanismo de imposición
de una creencia sobre el principio de realidad. ¡Ahí es nada!
6. El puente hacia el transhumanismo: borrado de las mujeres
En el siglo XXI, la transmisoginia y queernormatividad
nos convierte a las mujeres en seres polimorfos sin sexo: precarias,
racializadas, disidentes, decoloniales, no binarias,
migrantes, neutres, antifascitas,
anticarcelarias, transfeministas,
trasngeneracionales, transfronterizas y un largo
etcétera. Estamos obligadas a representar el papel de la diversidad, pero no
podemos ser un ser humano “mujer”. Ya describí en líneas anteriores el carácter
disolvente que tiene fragmentar hasta el infinito y más allá a las mujeres,
pero, ¡qué casualidad!, el credo queer/trans que atomiza a las mujeres otorga carta de
naturaleza al constructo “trans” o “transgénero” que aglutina realidades tan
divergentes como transexuales, intersexuales, travestis, cross
dressers, queers, gender queers, drag Queens, drag King, no
binarios y cualesquiera otras identidades “no normativas”, signifique esto
último lo que signifique.
Se nos está proponiendo,
en definitiva, un nuevo sujeto político que usurpe el espacio político de las
mujeres. Este nuevo sujeto político es “lo trans” o “transgénero”, que en
términos legales y jurídicos procede de igual forma en todos los países: tomar las
leyes específicas o medidas de acción positiva cuyas destinatarias eran las
mujeres y mediante un corta y pega trasladarlas al conglomerado “trans”. Malo
es suponer que las causas de la opresión son similares a las causas de la
discriminación, pero más dañino es que el resultado del “copia, corta y pega”
de las leyes y medidas específicas para combatir la desigualdad estructural de
las mujeres al trasladarlas al universo imaginario “transgénero” está
facilitando jurídicamente el borrado de las mujeres.
“Transgénero” es el nuevo
sujeto político que anuncia el fin del binarismo sexual de la especie humana
cuya primera tarea será deconstruir el “sexo” a escala global. El sujeto “transgénero”
representa ya la posibilidad de una realidad transhumana:
la recreación del cuerpo humano ya ha comenzado. Ciertamente la recreación del
cuerpo humano ha comenzado y las leyes de identidad de género son el intento de
articulación política y legal de las tesis transhumanistas. La pretensión transhumanista es superar las limitaciones que la biología
impone a nuestras vidas. Por ello, para liberarnos por completo de nuestra
anatomía biológica será imprescindible comenzar por la ruptura de nuestra
anatomía sexual, ya que es en lo relativo a las características sexuales donde se
hace más perceptible y presente la naturaleza biológica de la especia humana.
El salto hacia el transhumanismo, en el momento actual, pivota sobre dos
cuestiones: alterar la anatomía sexual de las mujeres y disociar el sexo
biológico de la reproducción.
Anatomía sexual
El credo queer/trans
es el canal de transmisión de los postulados transhumanistas: como según el
dogma queer/trans no hay correspondencia entre sexo y
género, la ruptura con la anatomía sexual de la especie humana se logra
consolidando, gracias al reconocimiento legal de la “identidad de género”, la
idea de existencia de “mujeres con pene” o “varones
embarazados”. Un individuo, por ejemplo, con “pechos y pene” podría ser
descrito tanto como una “mujer con pene” como un “varón con pechos”. Sin
embargo, la única caracterización que se traslada socialmente es la de “mujer
con pene”, ya que en los postulados transhumanistas queer/trans
adquiere mayor relevancia desdibujar las características sexuales de las
mujeres que la de los varones. La ruptura con la anatomía sexual de la especie
humana se hace más evidente si tomamos como sujeto transformable y modificable
a las mujeres, quizá porque las mujeres hemos sido a lo largo de la historia
humana sexualizadas en extremo.
Por ello, no es en absoluto casual que en los planteamientos
transhumanistas queer/trans se convierta en
imprescindible cuestionar que los pechos, la vagina, la menstruación o el
embarazo sean características específicas de las mujeres, pues solo logrando
esta ruptura se puede consolidar la existencia del sujeto transgénero que “naturaliza”
el transhumanismo. De ahí, que todo lo relativo a las mujeres sea sustituido en
leyes e informes que avalan la identidad de género por expresiones que permitan
dar visibilidad al individuo transgénero y de paso omitir cualquier referencia
al a las mujeres: las mujeres ahora somos “personas sin próstata” que poseemos
un “orificio delantero”. En lo relativo a características sexuales, somos “personas
menstruantes” con capacidad de ser “progenitores gestantes” que producimos “leche
pectoral” y parimos en “salas perinatales”. En definitiva, “transgénero” es una
ideación coercitiva para las mujeres que, sin embargo, mantiene incólume el
campo de significado de atribución sexual de los varones.
Disociación reproductiva
En cierto sentido la capacidad reproductiva de las mujeres sigue
definiendo lo humano. Las diferencias biológicas entre mujeres y varones son
evidentes, pero la diferencia más acusada se establece cuando nos referimos a
la reproducción humana. A las mujeres corresponde la capacidad de gestar y
parir. El salto hacia el transhumanismo radica pues en disociar sexo biológico
de reproducción humana, porque, logrado esto, la sexualidad habrá cambiado por
completo y nos habremos liberado de nuestra naturaleza biológica y los límites
que nos impone. Si en lo relativo a la anatomía sexual el individuo es libre y
autónomo para modificar su cuerpo a voluntad, en lo relativo a la reproducción,
el transhumanismo aboga por la autonomía reproductiva y parental y, por lo
tanto, la absoluta libertad para elegir el proceso reproductivo.
De ahí que el transhumanismo plantee como objetivo desvincular el
significante “mujer” de capacidad reproductiva. Así, por ejemplo, cuando en
normativas internacionales o en legislaciones que amparan la “identidad de
género” aparece de modo recurrente la expresión “personas gestantes” no es en
absoluto una expresión inclusiva. Es, por el contrario, un logro transhumanista que desea a toda costa desligar la
reproducción humana del útero materno, de las mujeres. En la agenda
reproductiva transhumanista es un imperativo que se
pierda toda huella sexual, filial y parental y a este fin responde, por
ejemplo, la práctica del alquiler de vientres. Un objetivo transhumanista
es disociar la condición biológica de la reproducción de la maternidad. La “maternidad
transgestante”, que es la nueva expresión del
alquiler de vientres, cumple sobradamente este objetivo.
La práctica del alquiler de vientres es agenda reproductiva transhumanista, ya que:
1)
Se prioriza la posibilidad de elegir libremente el proceso reproductivo sin
injerencias éticas de ningún tipo, pese a que menoscaben los derechos de las
mujeres en lo relativo a la filiación. De hecho, ha habido propuestas
legislativas, como la del partido político de Ciudadanos, que pretendían
convertir esta práctica en un derecho: “regular el derecho a la gestación por
sustitución, entendiendo por tal, el que asiste a los progenitores subrogantes
a gestar, por la intermediación de otra, para constituir una familia” BOCG,
2019: 2).
2)
El deseo de reproducirse mediante la práctica del alquiler de vientres no deja
de ser un intento de trascender las limitaciones biológicas, bien sea por causa
de enfermedad, edad, daño irreversible para la salud, estética o bien por
imposibilidad material de reproducción en parejas del mismo sexo, mayormente
varones.
3)
Produce la disociación deseada entre capacidad reproductiva y mujeres:
desvincula deseo reproductivo de condición biológica y además tiende a
convertir el embarazo y parto en “trabajo reproductivo” sobre el que cabe
establecer una relación contractual. Se disocia, además, gracias al “contrato
de subrogación” el embarazo y parto de la maternidad, como si la gestación
tuviera lugar en un no-cuerpo, en un no-yo.
4)
La práctica del alquiler de vientres es una práctica reproductiva cuyo objetivo
es, precisamente, la perdida de toda huella sexual, filial y parental. Poco
parece importar que sea una práctica de explotación reproductiva de las
mujeres.
7. A modo de conclusión
La negación del “sexo”
como dato biológico relevante produce una nueva forma de violencia contra las
mujeres: desde la redefinición de lo que significa ser mujer hasta la negación
de la desigualdad estructural que padecemos las mujeres por razón de sexo.
Despojar el “sexo” de significado social y jurídico es lo mismo que afirmar que
la jerarquía sexual no existe, es decir, que la dominación masculina y la
subordinación femenina es una ficción. A su vez, la división sexual del trabajo
debe suceder en un mundo paralelo y un “sueño de la razón” afirmar, como así lo
ratifican todos los acuerdos internacionales, que la violencia contra las
mujeres es por razón de sexo. Cuando se afirma que la categoría “sexo” debe ser
desplazada por el campo de significación más amplio de “género”, asistimos al
intento de trascender la biología sustituyéndola por constructos sociales. Son
planteamientos en última instancia transhumanistas.
Las leyes de
identidad de género son la ventana de oportunidad para asentar legalmente los
postulados transhumanistas queer/trans y en ello
incluyo también, no es casual, que a la vez se produzca el debate en lo
relativo a la práctica del alquiler de vientres. El transhumanismo promueve en primera instancia la
ruptura con la anatomía sexual y reproductiva de la especie humana y para ello,
es imprescindible considerar la categoría “sexo” como un dato biológico
irrelevante. Estos primeros pasos transhumanistas están afectando ya de modo
directo a las mujeres, pero tal parece que lo que nos sucede como mujeres no
compromete a la especie humana en su conjunto. El desinterés absoluto por
analizar las consecuencias y el impacto que se derivan para las mujeres de la
negación del “sexo” como dato biológico y jurídico nos revela que la mera
posibilidad de un futuro transhumanista será igual de
patriarcal que el mundo que habitamos.
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[1] Manifiesto para la insurrección transfeminista – RED
PutaBolloNegraTransFeminista. Disponible en: https://paroledequeer.blogspot.com/2022/01/manifiesto-para-la-insurreccion-transfeminista.html [02/02/2023]. Para un análisis
más pormenorizado ver Rosa María Rodríquez Magda (2015: 36).
[2] Disponible en: https://yogyakartaprinciples.org/preambule-sp/ [03/02/2023].