La propuesta de política feminista antiesencialista y
hegemónica de Chantal Mouffe
Chantal
Mouffe's proposal for an antiessentialist
and hegemonic feminist politics
Agustina Victoria Arrigorria |
Universidad de Buenos Aires - Argentina |
Recibido: 24-04-2024
Aceptado: 07-05-2024
Resumen
Para la
perspectiva antiesencialista no existen identidades esenciales organizadas en
torno al género o la clase, sino formas de identificación. Para Chantal Mouffe esta comprensión de la subjetividad resulta
imprescindible para elaborar una teoría y práctica política feminista con
pretensiones hegemónicas en una democracia plural y radical. El objetivo del
presente trabajo es brindar una aproximación a su propuesta política feminista,
frente a los modelos postulados por el liberalismo y por los feminismos excluyentes,
y concluirá en la importancia de dicho enfoque para inscribir la lucha
feminista en una cadena plural y radical. Motiva esta investigación de método
hermenéutico el valor de los aportes que la filosofía política contemporánea
puede ofrecer al feminismo y la vacancia de la tematización propuesta por la
autora en los estudios de género.
Palabras clave: agonismo, antiesencialismo,
Chantal Mouffe, democracia radical y plural,
feminismo, hegemonía, política.
Abstract
From the anti-essentialist perspective,
essential identities organized around gender or class do not exist; rather,
there are forms of identification. According to Chantal Mouffe,
this understanding of subjectivity is crucial for developing a feminist theory
and political practice with hegemonic aspirations in a plural and radical
democracy. This paper aims to provide an approach to her feminist political
proposal, contrasting it with models advocated by liberalism and exclusionary
feminisms, and will conclude by emphasizing the importance of this approach for
situating feminist struggle within a plural and radical framework. This
research, employing a hermeneutic method, is motivated by the value of
contributions contemporary political philosophy can offer to feminism and the
lack of attention to the thematic proposed by the author in gender studies.
Keywords: agonism,
anti-essentialism, Chantal Mouffe, feminism, hegemony,
radical and plural democracy.
Chantal Mouffe
(1943, Charleroi) es una filósofa política belga
mundialmente reconocida. Escribió y compiló numerosos libros, entre los que se
destacan El retorno de lo político
(1999), La paradoja democrática
(2003) y Hegemonía y estrategia
socialista (1985), escrito junto a Ernesto Laclau,
texto inaugural de la corriente de pensamiento posmarxista. Sus contribuciones
se enmarcan dentro de la perspectiva antiesencialista y afectiva (Mouffe, 2023), a través de las cuales desarrolló sus
concepciones sobre la subjetividad y la política con conceptos como hegemonía, pluralismo, agonismo,
democracia radical y populismo de izquierda.
Desde sus primeros trabajos, en la
década de los ‘70, hasta la actualidad, la autora ha buscado aggiornar las ideas y desarrollos centrales de la
teoría política de izquierda a la realidad contemporánea. Ya en Hegemonía y estrategia socialista
interpeló a sus colegas y lectores para situar el pensamiento teórico en el
escenario global de su tiempo para poder pensar las transformaciones
estructurales del capitalismo que condujeron al declive de la clase obrera en
los países postindustriales, la penetración de las relaciones capitalistas de
producción en todas las áreas de la vida social, los efectos burocráticos del
Estado de Bienestar, la crisis del llamado “socialismo real”, y los movimientos
sociales surgidos durante la segunda mitad del siglo pasado, entre ellos, el
ecologismo, el colectivo LGBTIQ+, y el feminismo.
Sin embargo, como sabemos por las
distintas contribuciones teóricas y los diferentes movimientos inscritos en la
práctica política y social, no existe un feminismo
(Martínez, 2020). Existen feminismos de la diferencia y transfeminismos;
feminismos nutridos por el amplio espectro político: marxistas, socialistas,
anarquistas, liberales, populares y populistas; feminismos comunitarios y
feminismos individualistas; feminismos negros, latinos, étnicos; feminismos
sindicalistas; feminismos lesbianos, queer; feminismos posthumanos, cyberfeminismos y xenofeminismos.
La referencia en plural, al hablar de “feminismos”, muestra su heterogeneidad y
revela que sus diferencias no se agotan en las diferencias sociológicas que
intersectan, sino que se expresan en la multiplicidad de proyectos feministas
en pie (Ibídem). Chantal Mouffe reconoce esta
complejidad puesto que, lejos de reducirla a una mera variedad empírica,
entiende que la subjetividad y la política son intrínsecamente abiertas e inesenciales, dado que no responden con necesidad y
suficiencia a una idea de esencia previa.
La lectura mouffiana
de esta pluralidad tiene dos sentidos: por una parte, reconoce la diversidad
presente en las teorías y movimientos como resultado de la apertura de las
identidades políticas y sus formas de agrupamiento; y por otro lado, aboga por
un tipo de feminismo inclusivo que abrace la misma perspectiva de apertura y
que construya una política hegemónica desde la intersección con otras demandas
y con otros movimientos. Su propuesta feminista se realiza en la idea de
democracia plural y radical, o mejor dicho, su búsqueda de una ampliación
democrática a través de mecanismos de pluralización y radicalización exige
abrazar la causa feminista.
Las luchas feministas emergidas
luego de la segunda mitad del siglo pasado, junto a la de los otros llamados “nuevos”
movimientos sociales advertidos por Mouffe, se
dieron, principalmente, en términos de demanda de derechos bajo el paradigma
liberal democrático, sin embargo, esto no requiere concebir la identidad como
una entidad sustancial, estable, o universal (Nijensohn,
2018: 12). Los sujetos, comprendidos desde un prisma antiesencialista también
pueden establecer demandas en términos políticos, puesto que son dichas
acciones y movimientos, en parte, las que erigen su identidad como sujetos
políticos. Es decir, la política democrática no necesita identidades esenciales
establecidas a priori, sino sujetos
que alcancen tal estatuto a través de procesos de identificación desarrollados a posteriori de la experiencia, a
través de la ejecución de las mismas prácticas que los moldean.
Esta perspectiva antiesencialista
esgrime que no existen identidades universales organizadas con necesidad en
torno a una esencia o núcleo común, sino formas de identificación. En este sentido, la filosofía política de Mouffe discute contra el feminismo de la diferencia, contra
el marxismo y contra el liberalismo, puesto que, mientras estos suponen
identidades esenciales vinculadas al género o la clase, su propuesta abraza la
apertura y la contingencia de las identidades que se constituyen a través de
procesos de subjetivación nunca cerrados, totalmente definidos, ni estables.
El carácter abierto de la identidad
se condice con el carácter análogo de lo social por el cual todo discurso
mantendrá un orden contingente, cambiante, y disputable. Así, el antagonismo
que revela la condición conflictiva de lo político, y la hegemonía, que explica
la imposición de un orden social entre otros posibles, serán elementos clave en
el aparato teórico de Mouffe. En este contexto, la
teoría subjetividad explicada más arriba resulta imprescindible para la
elaboración de una teoría y práctica política feminista con pretensiones
hegemónicas dentro de una democracia plural y radical.
El objetivo principal del presente
trabajo es presentar la teoría feminista propuesta por Mouffe
en diálogo con la filosofía política desarrollada a través de toda su obra,
tanto para un público ajeno a ella, como para un público adentrado en su
teoría. Los objetivos secundarios consistirán en la defensa de una perspectiva
antiesencialista de la subjetividad y de un modelo de ciudadanía plural y
radical, contra los modelos postulados por las corrientes liberales y por los
feminismos esencialistas o biologicistas de la diferencia.
La metodología empleada ha
consistido en una hermenéutica de los textos de la autora, como así también de
los textos confrontados por ella. Entiendo por hermenéutica un conjunto de
reglas para garantizar la correcta comprensión de un discurso cuyo significado
podría resultar opaco o confuso, y no un método trascendental que parte de
alguna vivencia humana fundamental. En este sentido, he revisado toda la obra
publicada de la autora, seleccionando los textos más relevantes para el tema,
como así también sus principales referencias en el asunto, e intérpretes del
tema en cuestión.
Las razones que justifican este
trabajo estriban, a mi juicio, en la importancia de destacar los aportes
teóricos al feminismo realizados por la filosofía política contemporánea, sobre
todo, desde una perspectiva contraria a la hegemonía neoliberal. Considero de
enorme valor la obra de Chantal Mouffe por su riqueza
teórica, por su agudeza crítica, y por el diálogo que establece con distintas
corrientes filosóficas y con diferentes disciplinas como el psicoanálisis, la
teoría del discurso, y la sociología, entre otras. Por un lado, encuentro un
área de vacancia en los estudios de género en relación con los aportes que la
autora puede ofrecer a la discusión, por otro lado, considero que, entre los
intérpretes y comentadores de su obra, se han ofrecido escasas lecturas sobre
su tematización y sus aportes al feminismo.
El trabajo se organiza de la
siguiente manera: en el apartado a continuación, realizaré una introducción a
los conceptos centrales de la filosofía política de Chantal Mouffe
centrándome en dos puntos, a saber, su recuperación de lo político frente a la
filosofía liberal, su comprensión antiesencialista de la identidad y de lo
social como dimensión abierta, y su concepto de hegemonía; luego, la sección
siguiente presentaré la idea de democracia plural y radical, el proyecto
antiesencialista y hegemónico propuesto por la autora, deteniéndome en tres
elementos: la relación entre sus conceptos centrales y el feminismo, su
evaluación de la propuesta feminista de Carole Pateman, y su comprensión del feminismo en consonancia con
el proyecto democrático plural y radical.
Según Chantal Mouffe,
existen dos maneras de concebir lo político: como el campo de la libertad y la
acción concertada, tal como lo hace el enfoque
asociativo; o como el terreno del conflicto y del antagonismo, tal como lo
hace el enfoque disociativo
que ella misma sostiene (Mouffe, 2018). Este último,
cuestiona el carácter racionalista e individualista predominante en el primero,
propio de los paradigmas liberales sostenidos por el modelo agregativo y por el
modelo deliberativo (Mouffe, 2016). A diferencia de
ellos, la perspectiva disociativa se basa en las
premisas de ineliminabilidad del conflicto, el rol
preponderante de la instancia irracional o afectiva en la política y el
antiesencialismo identitario. Este último elemento será el aspecto más
importante a la hora de pensar una teoría y una práctica política, en
particular, para los proyectos socialistas y feministas.
En su perspectiva, la caída del
comunismo en el bloque soviético y la desaparición de la oposición entre
democracia y totalitarismo que había servido como frontera política
predominante al servicio de la discriminación política entre amigo y enemigo,
no sólo cambió la constitución política e identitaria de los agentes, sino que también
obliga a considerar conceptualmente la situación desde otra óptica. Según ella,
desde el final del siglo XX estaríamos presenciando un vasto proceso de
redefinición de las identidades colectivas junto con el establecimiento de
nuevas fronteras políticas y, en vez de generalizar las identidades postconvencionales y la celebración del antagonismo
proclamado por los liberales, deberíamos percibir y comprender la proliferación
de los particularismos y el surgimiento de nuevos antagonismos (Mouffe y Mansour, 1996).
Contrariamente a la concepción
liberal, Chantal Mouffe recupera la noción schmittiana de lo
político (Arrigorria, 2020). En su obra El concepto de lo político Carl Schmitt
sostiene que la especificidad de éste debe hallarse en una distinción última a
la que pueda reconducirse toda acción política, concluyendo en que esta
distinción es la de amigo-enemigo (Schmitt, 2009). Para él, dicho antagonismo
propio de lo político no debe ser concebido metafórica o simbólicamente, ni
debilitarse en nombre de cuestiones económicas o morales, no debe tampoco
reducirse a una instancia psicológica, privada o individual, ni referirse a una
oposición normativa o espiritual: una comprensión correcta de lo político
requiere considerar al antagonismo en su sentido concreto y existencial
(Schmitt, 2009). Presentando algunas diferencias éticas respecto al tipo de
antagonismo que se debe sostener, Mouffe elaboró su
noción de agonística
Siguiendo la propuesta schmittiana, Mouffe considera lo
político como una dimensión ontológica del antagonismo que impide la plena
totalización y objetivación de la sociedad, excluyendo la posibilidad de
construir un orden social que elimine completamente las diferencias y se ubique
más allá del poder. A razón de esta intrínseca forma de negatividad que no
puede superarse dialécticamente, es que nunca podría alcanzarse una objetividad
plena en el ámbito de lo social. Sobre esta consideración de lo político, la
tarea de la política sería establecer
un conjunto de prácticas e instituciones con objetivo de organizar la
coexistencia humana atravesada por sus inherentes tensiones (Mouffe, 2013).
Comprendiendo la irreductibilidad de
la dimensión antagónica, Mouffe introduce una novedad
en el pensamiento político contemporáneo: su concepción del agonismo. Mientras el antagonismo
clásico schmittiano define la relación amigo-enemigo,
el agonismo mouffiano
describe la relación nosotros-ellos entre adversarios que se reconocen
mutuamente a partir de un acuerdo ético sobre la forma de asociación política.
Es decir, en el agonismo, el vínculo de consenso
conflictivo se monta sobre una base de principios éticos que dan forma al nexo
político expresando dichos valores a través de diferentes interpretaciones. El
reconocimiento de dicha relación es el que nos permite, según nuestra autora,
comprender por qué no es necesario negar la exclusión del conflicto para poder
concebir un orden democrático real (Mouffe, 2018).
Esta noción de agonismo
no debe confundirse con la idea liberal del adversario: en primer lugar, aquí
la presencia del antagonismo no es eliminada (ni eliminable) sino domesticada,
sublimada; en segundo lugar, el agonismo no se reduce
a la mera competencia sobre un campo supuestamente neutral. Según Mouffe, el orden político es inherentemente hegemónico
porque nunca es neutral sino que porta una negatividad constitutiva, en él los
agentes agonistas enfrentan perspectivas y propuestas que nunca podrían ser
reconciliados racionalmente.
Sin embargo, para Mouffe, la confrontación política no constituye un peligro
para la democracia sino su misma condición de existencia, dado que la misma se
encuentra inscripta en el propio carácter de lo político. Al respecto, la
autora sostiene que el principal compromiso para la reflexión política debería
consistir en evaluar cómo es posible realizar el desplazamiento que permite
transformar el enemigo en adversario (Mouffe, 2017),
para domesticar los antagonismos presentes en el nexo social y posibilitar la
construcción de lo que denominó una democracia
plural y radical. En su artículo Feminismo,
democracia pluralista y política agonística, escrito junto a Gloria Elena
Bernal sostuvo al respecto:
“Yo sostengo que sólo cuando
reconocemos “lo político” en su dimensión de antagonismo, podemos plantear la
cuestión fundamental de la política democrática. Contra lo que sostienen los
teóricos liberales, dicha cuestión no consiste en saber cómo lograr acuerdos
entre intereses en conflicto, ni tampoco en averiguar cómo se alcanza un
consenso “racional”, es decir, un consenso totalmente incluyente, que no
excluya a nadie. A pesar de lo que muchos liberales quieren hacernos creer, la
especificidad de la política democrática no estriba en la superación de la
oposición nosotros/ellos, sino en las diferentes maneras en las que esa
oposición se establece. Lo que la democracia requiere es la formulación de la
distinción nosotros/ellos de manera tal que resulte compatible con el
reconocimiento de la pluralidad, consustancial a la democracia moderna.” (Mouffe y Bernal, 2009: 89)
La postura mouffiana
se erige contra el enfoque racionalista e individualista de los modelos
deliberativos y agregativos que postulan como telos político alcanzar una objetividad social total caracterizada por
el consenso sin exclusión. Contrariamente a ellos, Mouffe
enaltecerá la comprensión de las pasiones a través de lo que se llamó el giro afectivo en la política, que
reconoce el componente irracional en la construcción de identidades sociales,
interesándose en las emociones como fuente privilegiada de verdad sobre los
sujetos (Mouffe, 2016).
Según la autora, lo político escapa
al racionalismo liberal porque indica los límites del consenso racional,
revelando que todo consenso está basado en actos de exclusión. Dos diferencias
relevantes con el enfoque liberal, sobre todo a la luz de la perspectiva de
género que intento ponderar en este trabajo, son aquellos que cuestionan la
relación entre los individuos y la asociación política: por un lado, según Mouffe, el liberalismo afirma que el interés general es
resultado del juego libre de los intereses privados, concibiendo la política
como el establecimiento de un compromiso entre los distintos intereses en
competencia en una sociedad, esta concepción de los individuos como actores
racionales movidos exclusivamente por la realización de sus intereses y
actuando en la esfera política de forma instrumental es la idea del mercado
aplicada al campo político; por otro lado, los liberales que se distancian de
este modelo instaurando un vínculo entre política y ética creen que puede
crearse un consenso racional universal a través de una discusión libre, en el
fondo imaginan que si se relegan las cuestiones problemáticas a la esfera
privada, bastaría un acuerdo racional sobre principios morales para administrar
el pluralismo existente en las sociedades modernas (Mouffe
y Mansour, 1996).
En resumen, la política propuesta
por Chantal Mouffe, a través de la cual piensa la
cuestión feminista, cuestiona dos ideas básicas del liberalismo racionalista:
primero, la concepción esencialista de los individuos por la cual su posición
social objetiva determinaría sus intereses reconocidos plena y racionalmente; y
segundo, la concepción universalista que promulga una diferencia taxativa entre
el ámbito público, arena de deliberación, y el ámbito privado. Contrariamente,
la clásica sentencia feminista “lo personal es político” podría designar la
dimensión antiesencial y hegemónica que la autora
intentará desarrollar a lo largo de toda su obra.
Para el antiesencialismo identitario
propugnado por Mouffe los agentes sociales se
constituyen a través de múltiples posiciones discursivas que no se rigen por
una relación de necesidad y que no pueden fijarse de modo permanente en un
sistema cerrado de diferencias. Así, la identidad de los sujetos se revela
contingente, precaria y movilizada por la sobredeterminación.
Este concepto althusseriano plasmado en la sentencia “no
hay nada en lo social que no esté sobredeterminado”,
remite según Mouffe y Laclau
en Hegemonía y estrategia socialista
a la aserción de lo social como orden simbólico: aquí lo simbólico no
constituye un plano derivado sino uno fundamentalmente constitutivo, por el
cual no habría un plano de esencias y otro de apariencias (Laclau
y Mouffe, 2015: 134).
Distanciándose tanto del marxismo
clásico, que reduce las identidades políticas a una determinación material a
través del concepto de clase, como del feminismo radical, que reduce las
identidades de género al sustrato biológico sexual binario, Mouffe
considera que no existe un esencialismo identitario que organice necesariamente
la subjetividad en torno a las categorías de clase o género. El carácter
simbólico de las identidades las sobredetermina tanto
frente a cualquier realidad material económica o sexual, como a cualquier circunstancia
coyuntural, de modo que ellas no pueden fijarse en un sentido literal último.
De esta manera, su crítica interna al marxismo es consustancial al desarrollo
de un feminismo inclusivo, y se relaciona íntimamente con el proceso de
pluralización de los espacios de lucha y la subjetivación dada a través suyo (Cantelli, 2002: 191).
Para la teoría antiesencialista que
comprende la concepción de las identidades colectivas desarrollada por nuestra
autora no existen identidades esenciales que constituyan de forma necesaria y
determinante a los sujetos, sino formas de identificación. Estas se constituyen
en base a una lógica de exterioridad
constitutiva que indica que toda condición de existencia identitaria radica
en la afirmación de una diferencia, es decir, los sujetos determinan lo que
ellos mismos son en relación a aquello que no son, diferenciándose de un otro
exterior. El concepto de exterioridad constitutiva es tomado por Mouffe de Henry Staten, quien en
su obra Wittgenstein and Derrida (1986), sostiene que esta expresión derrideana refiere a la existencia de una dimensión
exterior que deviene necesaria para la constitución de un fenómeno interno,
concebido así, el afuera constituiría la condición de posibilidad de un
adentro.
Dado que las identidades subjetivas
no están determinadas biológica o esencialmente, si X se constituye a partir de
no-X, no-X funcionaría como límite o exterior a la identidad de X negándola y
afirmándola identitariamente a través de esa misma
negación. Como resultado de este movimiento paradójico, aquello que posibilita
la afirmación positiva de una identidad, también evita que se cierre por
completo. Según Staten, mientras que la gramática
metafísica ha subordinado el accidente a la esencia y lo empírico a lo lógico,
la gramática deconstructiva funciona de manera contraria, deformando e
impidiendo que se alcance una forma trascendental. Según su tesis, los juegos
de lenguaje wittgensteinianos y la différance derridiana
participarían de este último tipo de gramática, puesto que presentan una ley
esencial de contingencia, al determinar aproximadamente el lenguaje sin estar
ellas mismas determinadas (Staten, 1984).
Según Mouffe,
el antiesencialismo identitario puede comprenderse a través de un doble
movimiento: por un lado, existe un descentramiento del sujeto que evita la
fijación de un conjunto de posiciones en torno a un punto necesariamente
determinado y preconstituido; por otro lado, se
desarrolla la institución de puntos nodales que limitan el flujo del
significado por debajo del significante como resultado de la inestabilidad
esencial de los agentes (Mouffe, 2017).
La sobredeterminación
simbólica opera tanto a nivel subjetivo como social, puesto que el
antiesencialismo identitario que se desplaza como antiesencialismo social expresa
la falta de un fundamento ontológico
por la cual no existe una conexión necesaria y a priori entre los conceptos como significantes y los objetos
ideales o reales como significados.
En relación al primer nivel, las
identidades subjetivas no se desarrollan individualmente, sino que están
constituidas por agentes que se identifican de manera colectiva configurando un
“nosotros” como demarcación de un “ellos”. Es decir, los sujetos se identifican
siempre colectivamente junto a otros en oposición a un afuera que les otorga
unidad por cohesión interna. Esta crítica al esencialismo identitario se centra
en el rechazo de la categoría de sujeto moderno, entendido como entidad
transparente y racional capaz de dar un significado homogéneo al campo total de
la conducta por ser, en términos fenomenológicos, un polo de irradiación de
actos.
En relación al segundo nivel, la
sociedad es concebida para el enfoque antiesencialista como una totalidad
necesaria e imposible, donde la objetividad social no existe y el consenso no
es más que el resultado temporal de una hegemonía provisional que estabiliza el
poder implicando necesariamente una forma de exclusión. Dada la imposibilidad
de la objetividad social plena, el orden político contendrá en su interior dos
o más discursos en pugna, pero entre ellos sólo uno podrá convertirse en
hegemónico al imponerse como representación de la totalidad social. En este
sentido, Laclau y Mouffe
denominan al bloque hegemónico como la parte que se erige en representación del
todo aludiendo a la totalidad ausente (Laclau y Mouffe, 2015).
Para Mouffe,
la consideración de lo político como antagonismo exige aceptar la ausencia de
todo fundamento último y asumir la indecibilidad que
invade todo orden; es decir, la asunción de lo político como conflicto requiere
admitir la naturaleza hegemónica de cualquier tipo de orden social, por la cual
toda sociedad sería producto de una serie de prácticas que pretenden establecer
un orden dentro del contexto de contingencia. En este sentido, Mouffe traza una diferencia entre lo político y lo social.
Según esta perspectiva, lo social
sería el ámbito de las prácticas sedimentadas, prácticas que a simple vista
ocultan los actos originarios de su institución política contingente y suelen
darse por hecho como si su fundamento se encontrase inscrito en ellas. Según Mouffe, las prácticas sociales sedimentadas constituyen
parcialmente cualquier sociedad posible porque no todas sus relaciones son
cuestionadas a la vez.
Respecto a esta distinción analítica
sostiene Mouffe junto a Bernal:
“Si lo político -entendido en su
sentido hegemónico - supone la visibilidad de los actos de la institución
social, resulta imposible determinar a priori qué es social y qué es político
al margen de cualquier referencia contextual. La sociedad no debe verse como el
despliegue de una lógica exterior a sí misma, cualquiera que sea la fuente de
esa lógica: las fuerzas de producción, el desarrollo del espíritu, las leyes de
la historia, etcétera. Todo orden es la articulación temporal y precaria de
prácticas contingentes. La frontera entre lo social y lo político es
esencialmente inestable y requiere de constantes desplazamientos y
renegociaciones entre los agentes sociales.” (Mouffe
y Bernal 2009: 90-91)
En resumen, es sobre la misma base
de la apertura identitaria que se erige también la apertura de lo social como falla constitutiva o como esencia
negativa de lo existente. Frente a ella, toda postulación de un orden social
determinado se revela como el intento siempre fallido, temporal, contingente y
precario de anular las diferencias. Sostienen Laclau
y Mouffe al respecto: “en este caso la multiformidad de lo social no puede ser aprehendida a
través de un sistema de mediaciones, ni puede el ‘orden social’ ser concebido
como un principio subyacente” (Laclau y Mouffe 2015: 132). Conceptos como “subjetividad”, “identidad
política”, “identidades colectivas”, “sociedad” u “orden social” revelan una
falta de unidad, necesidad, teleología o esencia. El principio necesario e
imposible de lo social está fracturado en la pluralidad que genera el
antagonismo social que articula las identidades en su diferencia mutua.
Para un acercamiento al concepto de
hegemonía, trabajado profundamente por ambos autores en Hegemonía y estrategia socialista, es preciso aclarar que este nace
de la concepción del orden social como una forma de articulación contingente de
diferentes relaciones de poder que carece de fundamento racional último. Las
prácticas hegemónicas serían aquellas que intentan establecer un orden
determinado en un contexto contingente, fijando el significado de las
instituciones y los intercambios sociales, concluyendo en la sociedad tal como
la conocemos (Mouffe, 2013). En relación a ellas, una
formación hegemónica, sería una configuración social en que estas prácticas
proporcionan el marco normativo de una sociedad constituyendo su sentido común
(Mouffe, 2018).
Existen dos condiciones que
posibilitan una articulación hegemónica: la presencia de fuerzas antagónicas y
la inestabilidad de fronteras que las separan. Es la existencia de elementos
flotantes y la posibilidad de ser articulados en campos opuestos lo que permite
definir a una práctica como hegemónica, posibilitando que un elemento
particular asuma una función estructuralmente universal dentro de un campo
discursivo. De esta manera, la práctica articulatoria consiste en la
construcción de estos puntos sobredeterminados que
fijan parcialmente el sentido identitario.
En su artículo “Feminismo,
ciudadanía y política democrática radical” incluido en el libro El retorno de lo político. Comunidad,
ciudadanía, pluralismo, democracia radical, Mouffe
(2017) establece su postura respecto a la política feminista en relación a la
teoría antiesencialista anteriormente desarrollada en su obra.
Ante
el clásico interrogante filosófico “qué es la mujer”, nuestra autora enuncia la
imposibilidad de hablar de ella como si hablase de una entidad unificada y
homogénea. La aproximación a la cuestión de género debe entenderse a través de
la pluralidad expresada en las diversas posiciones de sujeto por las cuales
éstos se constituyen dentro del discurso de forma inestable y mutable al
someterse a múltiples prácticas articulatorias que los subvierten y transforman
constantemente. Esta dimensión discursiva de lo social junto al carácter performativo y antiesencialista de la identidad ubica el pensamiento
filosófico de Chantal Mouffe en proximidad con la
obra de Judith Butler[1],
quien ha manifestado en múltiples ocasiones tener una afinidad política e
ideológica con sus conceptos de identidad política, hegemonía y democracia
plural y radical.
Pero el hecho de que las identidades
sean cambiantes e inesenciales no significa que no
puedan tematizarse o que no pueda hablarse efectivamente de ellas, como cuando
utilizamos el rótulo “mujeres” u otros significantes referentes a sujetos
colectivos. De hecho, aunque estas categorías no respondan a ninguna esencia
unitaria, su nominación es necesaria tanto para el entendimiento cotidiano como
para la articulación y acción política. El objetivo de Mouffe
es, al igual que el de Butler, ya no intentar descubrir qué hay en la categoría
“mujer” sino intentar desentramar cómo se construye dentro de los diferentes
discursos.
Respecto al antiesencialismo
identitario en relación a la cuestión de género, sostuvo en su artículo Post-Marxism: democracy and identity lo
siguiente:
“La identidad es, en efecto, el
resultado de múltiples interacciones que tienen lugar en el interior de un
espacio, cuyos contornos no están claramente definidos. Numerosos estudios e
investigaciones feministas inspirados en la perspectiva postcolonial han
demostrado que este proceso es siempre de sobredeterminación,
estableciendo vínculos intrincados entre las diversas formas de identidad y una
compleja red de diferencias. Para una definición apropiada de identidad,
debemos tener en cuenta tanto la multiplicidad de discursos como la estructura
de poder que la afecta, así como la compleja dinámica de complicidad y
resistencia que subraya las prácticas en las que esta identidad está implicada.
En lugar de ver las diferentes formas de identidad como lealtades a un lugar o
como propiedad, debemos darnos cuenta de que ellos son lo que está en juego en
cualquier lucha por el poder.” (Mouffe, 1995: 264)[2]
Para Mouffe
las identidades nunca podrían ser esenciales, es decir, no podrían estar
determinadas necesaria y objetivamente de acuerdo a una idea ontológicamente “original”
ni a una idea biológicamente “natural” de lo que se suponga que deban ser: toda
identidad subjetiva resulta de un proceso de constitución que debe considerarse
en sí mismo como un movimiento de “mestizaje”, puesto que cada identidad se
constituye sobre múltiples interacciones en espacios de contornos difusos (Mouffe y Mansour, 1996: 10). En
relación a este punto, afirma junto a Mónica Mansour
en su texto Por una política de la
identidad nómada:
“Así, lo que llamamos “identidad
cultural” es el escenario y también el objeto de combates políticos, y la
existencia social de un grupo se construye siempre en el conflicto. Este es uno
de los terrenos principales en que se ejerce la hegemonía porque la fijación de
la identidad cultural de un grupo a través de una articulación específica de
relaciones sociales contingentes y particulares contribuye de manera
determinante a la creación de puntos nodales hegemónicos. Estos fijan
parcialmente el sentido de una cadena significante y permiten detener el flujo
de los significantes y dominar provisionalmente el campo discursivo.”
Si las identidades no son definidas a priori por ninguna determinación
objetiva, sea biológica, económica o metafísica, entonces debe admitirse que
son construidas a posteriori. Las
mismas no revisten un punto de partida respecto al conflicto político y social
sino que constituyen los objetivos disputables a través de los mismos. La
dimensión antagónica de lo político busca establecerse hegemónicamente a través
de la formación de identidades, prácticas e instituciones que sedimenten en el
terreno social la marca indecidible, camuflada y pretendidamente naturalizada
por la que fueron constituidas de una forma y no de otra. El sentido de la
cadena significante determinado parcial y momentáneamente erige el discurso que
forma y regula aproximadamente las prácticas dentro de una comunidad. Ésta debe
concebirse como una superficie discursiva y no como un referente empírico, en
este sentido, la política se trata de la constitución de dichas comunidades
políticas y no de algo que tiene lugar dentro de las mismas.
Pero si las identidades deben
concebirse de modo no esencial, las sociedades deben considerarse esencialmente
abiertas, hegemónicamente determinadas de modo frágil y temporal y lo político
debe caracterizarse por el conflicto y su atravesamiento plural ¿qué corolarios
deben extraerse para una comprensión discursiva del género o para el
establecimiento de una política feminista?
Frente al feminismo radical que
opone mujeres contra varones, a los movimientos transexcluyentes,
al feminismo de la diferencia sea éste de raigambre biologicista
o cultural, los proyectos necesariamente binarios y el esencialismo
determinista identitario, la postura antiesencialista de Mouffe
consiste en desarmar los dilemas de la diferencia identitaria como
construcciones sociales hegemónicamente determinadas y atravesadas por el
antagonismo y la pluralidad. Dado que la categoría de mujeres no es unívoca y
homogénea, la de varones tampoco lo es, y, en consecuencia, no puede oponerse
una categoría frente a la otra como si se tratase de identidades
contradictorias, sino que éstas deben concebirse a través de una multiplicidad
de relaciones en las cuales la diferencia sexual se constituye de modos
diversos y “donde la lucha en contra de la subordinación tiene que plantearse
de formas específicas y diferenciales” (Mouffe, 2017:
112).
Al respecto, el argumento mouffiano podría ordenarse del siguiente modo: 1. no existe
una esencia identitaria biológica, ontológica, social o cultural por la cual
pueda referirse de modo único, homogéneo y necesario a la categoría de mujeres
o varones; 2. no existe un interés específico determinado a priori, o en términos hegeliano-marxistas no existe una
correspondencia en-sí y para-sí, por el cual las mujeres se
constituyan o deban constituirse necesariamente como feministas y los varones
como machistas, puesto que al no haber una esencia identitaria tampoco hay un
interés o ideología subyacente a la misma, contrariamente la ideología se
constituye dentro de las prácticas sociales hegemónicamente determinadas; 3. si
no existe un esencialismo identitario ni un interés específico que responda
necesariamente a esa identidad no puede hablarse de una oposición entre mujer y
varón; 4. las construcciones identitarias de hecho, los estereotipos culturales
que se imprimen sobre ellas, las relaciones entre los sujetos que articulan las
prácticas políticas y las desigualdades resultantes de ellas deben ser
explicadas de forma antiesencialista atendiendo a su particularidad y
contingencia dentro de la totalidad discursiva.
A partir de su interés profundamente
político en relación a la teoría de género, Mouffe
descarta las teorías que proponen una política feminista del cuidado asociado a
lo maternal en oposición a la política violenta y masculina como la propuesta
por Carole Pateman (2012)
en El contrato sexual. Aunque esta
corriente acierte al demostrar el sesgo patriarcal de los filósofos contractualistas y la forma masculina en que se ha
construido la figura del individuo liberal, para Mouffe
la respuesta de Pateman resulta inadmisible,
presentando tres diferencias frente a su enfoque: 1. el modelo disociativo de la política entiende al antagonismo como el
carácter irreductible de lo político, por lo cual cierta forma de violencia
nunca podría eliminarse completamente dando lugar a un modelo consensual; 2.
constituye una posición filosófica esencialista asociar la masculinidad a una
categoría fija relacionada a la política y más problemático aún, asociar por
medio de la política feminista la idea de mujer a la maternidad reproduciendo
estereotipos hegemónicos que recaen como mandatos sobre las mujeres; y 3. la
política feminista entendida bajo la idea maternal es equívoca, puesto que la
relación maternal es una actividad íntima y particular, mientras que la
actividad política es pública y colectiva.
Si bien Mouffe
acuerda con Pateman en que la categoría de sujeto
moderno ha postulado falsamente un público universalista y homogéneo que relega
las diferencias y particularidades al ámbito de lo privado perjudicando
notoriamente a las mujeres, no cree que la superación de la concepción moderna
de la ciudadanía se dé reemplazando esta concepción engañosamente universal por
una diferenciada bigenéricamente en relación al sexo, sino contrariamente,
construyendo “una nueva concepción de ciudadanía en que la diferencia sexual se
convierta en algo efectivamente no pertinente” (Mouffe,
2017: 118).
Es menester aclarar que el caso de
que la propuesta política de que la sexualidad no sea pertinente para la
construcción ciudadana no equivale ni requiere la desaparición de la diferencia
sexual, al respecto sostiene nuestra filósofa: “es claro que, en muchos casos,
tratar a los varones y a las mujeres igualitariamente implica tratarlos
diferencialmente” y agrega “mi tesis es que, en el dominio de lo político y por
lo que toca a la ciudadanía, la diferencia sexual no debe ser una distinción
pertinente” (Ibídem).
Contrariamente a Pateman,
quien sostuvo que la concepción moderna de la ciudadanía pretendidamente
universal debía reemplazarse por una ciudadanía sexualmente diferenciada, Mouffe sostiene que es necesario reformular los ideales de
la modernidad de modo que cumplan verdaderamente con sus propias promesas de
universalidad. Es decir, si la visión liberal se ha formulado desde una idea
moderna de ciudadanía universal basada en la igualdad y libertad de los sujetos
desde su nacimiento, reduciendo dicha condición a un estatus legal y relegando
las particularidades al ámbito privado, de lo que se trata, no es de abandonar
esta construcción universalista con distinciones de lo público y lo privado,
sino de reformular adecuadamente estos principios, disputándole al liberalismo
los ideales de la modernidad a través de una visión de democracia plural y radical.
¿En qué se basa la concepción
democrática plural y radical que propone Chantal Mouffe?
Por un lado, el aspecto radical tiene que ver con la acentuación de los
principios modernos de ciudadanía: descubrir que la democracia liberal ha
falseado los universalismos y relegado los ideales de igualdad y libertad no
significa que estos deban ser abandonados, contrariamente estos deben
redefinirse para aplicar al máximo estos ideales desentramando las situaciones
de dominación en la vida cívica actual. Por otro lado, el aspecto plural radica
en el reconocimiento de que puedan existir tantas formas de ciudadanía como
interpretaciones de esos principios, ya que de acuerdo al reconocimiento del agonismo identitario nosotros-ellos, siempre existen modos
de disputar las formas de realización de esos valores.
La concepción de ciudadanía
democrática plural y radical difiere de la visión liberal pero también de la
republicana: a diferencia de la primera, no propone que ésta sea sólo una
identidad entre otras identidades subjetivas; a diferencia de la segunda, no
supone que esta sea una identidad que subsuma o anule todas las demás. En
palabras de Mouffe, su modelo ciudadano funciona como
“un principio articulador que afecta a las diferentes posiciones de sujeto del
agente social al mismo tiempo que permite una pluralidad de lealtades
específicas y el respeto de la libertad individual” (Mouffe,
2017: 120).
De la concepción de las comunidades
políticas, no como referentes empíricos, sino como superficies discursivas
debería deducirse que la política no es algo que ocurre dentro de una comunidad
política sino algo que la constituye con implicaciones concretas para la idea
de identidad de los ciudadanos:
“La perspectiva que propongo
contempla la ciudadanía como una forma de identidad política que se crea a
través de la identificación con los principios políticos de la democracia
pluralista moderna, es decir, la afirmación de la libertad y la igualdad para todos.
Me refiero a la lealtad a un conjunto de reglas y prácticas que construyen un
juego de lenguaje específico, el lenguaje de la ciudadanía democrática moderna.
Un ciudadano no es, en esta perspectiva, como en el liberalismo, alguien que es
el receptor pasivo de derechos y quien goza de la protección de la ley. Es una
identidad política común de personas que podrían estar involucradas en muchas
comunidades diferentes y que tienen diferentes concepciones del bien, pero que
aceptan la sumisión a ciertas reglas de conducta autorizadas. Esas reglas no
son instrumentos para lograr un fin común -ya que se ha descartado la idea de
un bien común sustantivo- sino condiciones que los individuos deben observar
para elegir y perseguir fines propios.” (Mouffe,
1992: 30-31)
Que la identificación ciudadana deba
comprenderse a través de los principios de la democracia pluralista moderna
significa que dicha concepción debe observar los principios de igualdad y
libertad exaltándolos y ampliándolos. La ampliación del dominio perteneciente a
los derechos democráticos, superadora de los aspectos acotados y formales
predominantes en la perspectiva liberal, que da la noción tradicional de
ciudadanía a través del enaltecimiento de los conceptos de igualdad y libertad
en la batalla discursiva es lo que permitiría comprender la política
contemporánea, interpelar a las subjetividades emergentes, por ejemplo, a los
movimientos relacionados a la cuestión de género como los feminismos y las
comunidades LQBTIQ+, y desarrollar una política hegemónica.
Para lograr una hegemonía, Mouffe (2018, 2023) sugiere la conformación de un populismo de izquierda. Por “populismo”
la autora no entiende una ideología o un movimiento, sino una lógica política
en la que una articulación equivalencial de demandas
posibilita el surgimiento de un sujeto popular estabilizado y una frontera
antagónica que lo separe de los causantes de estas demandas. En este esquema,
las demandas pueden comprenderse como democráticas o populares: las primeras,
satisfechas o no, permanecen aisladas; en cambio, las segundas constituyen una
subjetividad social más amplia a través de su articulación. Cuanto más extensa
sea la cadena de equivalencias, más diversa será su composición; cuanto más
corta sea, será menos plural y más estrecha. Para seguir una estrategia
populista rumbo a una democracia plural y radical, la proyección de esta cadena
debe ser relativamente estable, es decir, sus fuerzas deben dar a alguno de sus
componentes equivalenciales un rol de anclaje[3].
Por un lado, el aspecto plural de
este proyecto democrático otorga un estatuto positivo a las diferencias,
cuestionando el objetivo de unanimidad y homogeneidad ficticio que los autores
liberales imponen normativamente al análisis social y que en su realización
efectiva se organiza alrededor de actos de exclusión. Reconocer la contingencia
constitutiva de la paradoja democrática, su tensión constitutiva y la
interminable puesta en cuestión de lo político por parte de lo ético consiste
en reconocer el carácter plural del discurso que no puede ser completamente
clausurado (Mouffe, 2000).
Por otro lado, el carácter radical
de este proyecto democrático responde a la radicalización de las instituciones
democráticas existentes con la finalidad de que los principios de libertad e
igualdad se realicen en un número mayor de relaciones sociales, dando lugar a
una ampliación de derechos considerable que exceden al plano formal
político-legal. Una política radical requiere un involucramiento ciudadano
crítico con las instituciones, por eso los ciudadanos radicales y democráticos,
protagonistas de este proyecto político, son descritos como sujetos activos,
partícipes autopercibidos de un emprendimiento
colectivo, habitantes de una sociedad diversa, multicultural y multiétnica,
involucrados críticamente en la esfera política, no sólo en relación a las
instituciones estatales sino en otros terrenos de la arena pública (Mouffe, 2012).
Una política plural y radical
sentada sobre las bases del agonismo político,
entiende que la diversidad de los actores y la radicalización de las políticas
reclamadas o ejecutadas no puede exceder los límites antagónicos tolerables por
el orden democrático. En este sentido, podría pensarse que su articulación
hegemónica feminista constituye una nueva forma de fijar ciertos puntos de
consenso sobre la base de una supuesta diversidad (Martínez Labrín,
2006).
En este contexto y para alcanzar
dichos objetivos la política feminista no debe concebirse como una forma de
política asociada al esencialismo identitario sobre la mujer que prosiga los
intereses de las mujeres en tanto mujeres, contrariamente, la identidad de
género debe entenderse de modo antiesencialista e inmersa en un contexto mucho
más amplio de democracia plural y radical, en que la lucha feminista se articule
en una cadena de demandas más amplia. En relación a esta cadena podemos
sostener, aunque no sea dicho explícitamente en esos términos, que la teoría de
la hegemonía y la estrategia populista de izquierda a la que adhiere Mouffe puede emparentarse con el enfoque interseccional.
En relación al vínculo con la teoría
interseccional es preciso aclarar que en el caso de la teoría de la hegemonía
desarrollada por Mouffe esta intersección debería
darse necesariamente sobre la base de las llamadas “posiciones de sujeto” y no
sobre identidades consideradas esenciales. El acercamiento de nuestra autora
con esta corriente radica en que para ella, las relaciones de subordinación, si
bien pueden anclarse en factores sociológicos amplios, no son necesarias,
unívocas o unidireccionales, de modo que los sujetos aislados portan
multiplicidades, pudiendo ser dominantes en una relación y estar subordinados
en otra (Mouffe, 2017).
Desde esta perspectiva
antiesencialista y hegemónica, en la cual la política feminista debe abandonar
el discurso esencialista y unificante para
constituirse interseccionalmente en relación con
otras demandas democráticas, puede adelantarse una conclusión parcial que Mouffe enuncia explícitamente: al no haber un concepto
unívoco de mujer, necesariamente deben haber no uno sino múltiples posibles
feminismos, por lo que no debe buscarse un modo correcto o verdadero de generar
una política feminista frente a otros. Al respecto sostiene Mouffe
junto a Gloria Bernal (2009: 98):
“Las feministas debemos adoptar una
posición en esta controversia, pero no podemos esperar que todas las feministas
tomen las mismas decisiones. Siempre habrá una pluralidad de feminismos. Lo que
deseo compartir con ustedes es que, para las feministas que deseamos inscribir
nuestra lucha en la de la radicalización de la democracia, resulta
indispensable ser conscientes de la naturaleza de la lucha hegemónica
agonística. Así comprenderemos la importancia de crear una amplia cadena de
equivalencias entre quienes luchan por una democracia radical. De otro modo, no
seremos capaces de entender los desafíos a los que nos enfrentamos.”
Al hablar de una cadena equivalencial, Mouffe busca
conectar la reflexión feminista con otros movimientos sociales. Así, su
antiesencialismo propone no sólo la deconstrucción de la entidad femenina, sino
también la del trabajador, el burgués, el homosexual, el negro. Esto no
significa concebir a categorías como obsoletas, sino de entenderlas como
espacios discursivos abiertos e indeterminados (Cantelli,
2002: 195).
Ante la pregunta de Butler “¿qué
nueva forma de política emerge cuando la identidad como una base común ya no
constriñe el discurso de la política feminista?” (Butler, 2007: 38), Mouffe responde abogando por su proyecto radical y plural
de ampliación democrática: “Mi respuesta es que visualizar la política femenina
de esa manera abre una oportunidad mucho más grande para una política
democrática que aspire a la articulación de las diferentes luchas en contra de
la opresión. Lo que emerge es la posibilidad de un proyecto de democracia
radical y plural” (Mouffe, 2017: 125).
A lo largo del presente trabajo
intenté, principalmente, presentar la teoría política feminista de Mouffe en diálogo con el resto de su obra, informando al
público ajeno a ella, y ofreciendo una profundización de su lectura al público
adentrado en su teoría.
Partiendo desde un horizonte
intelectual posmarxista que discute frente al marxismo tradicional su reducción
de las identidades políticas al concepto de clase determinado materialmente, Mouffe se acerca a los problemas de género enfrentándose a
los feminismos de la diferencia que reducen las identidades a un sustrato
biológico sexual binario. Aplicando las categorías políticas desarrolladas
previamente a lo largo de sus obras, la autora analiza la política feminista a
través de dos nociones centrales: el antiesencialismo y la hegemonía.
El antiesencialismo sostiene que no
existen esencias identitarias determinadas
a priori por la biología, la sociedad o la cultura, de modo que pueda
referirse a ellas de forma unívoca, homogénea y necesaria. La inexistencia de
estas esencias nos obliga a abandonar la pregunta “qué es la mujer” en
reemplazo por la reflexión acerca de la construcción e institución de esta
figura dentro de los diferentes discursos políticos.
En un movimiento análogo a la
deconstrucción de la estructuración material de las clases sociales del
marxismo, Mouffe atraviesa la noción de género a
través de la idea de sobredeterminación: no existe
una subjetivación determinada biológica o socialmente en relación al género.
Dado que no existen las esencias identitarias ni los intereses específicos
apriorísticamente determinados relacionados a ellas, no podemos hablar
unívocamente de los intereses de las mujeres o de la política feminista, sino
de prácticas sociales articuladas hegemónicamente. De este modo, los
antagonismos sociales no deben entenderse a través de la oposición mujer-varón,
sino a través de un nosotros-ellos que se constituye en la búsqueda de un ideal
emancipador frente a una oposición política. Las relaciones entre los sujetos
que articulan las prácticas políticas y sus resultantes desigualdades deben
explicarse en relación a su contingencia dentro de la totalidad discursiva.
Advirtiendo la reducción que la
democracia liberal ha hecho de los valores de igualdad y libertad promulgados
por la modernidad a la esfera formal, Mouffe propone
una profundización de los mismos llevada a cabo por su teoría de la democracia
plural y radical. En este proyecto no se intenta abandonar la construcción
universalista con distinciones entre lo público y lo privado, sino reformular
adecuadamente estos principios de modo que sin necesidad de borramiento
de la particularidad sexual esta no constituya una distinción relevante para la
construcción ciudadana.
Este modelo democrático propone
radicalizar sus principios de igualdad y libertad y pluralizar los modos de
representación de los mismos en un terreno disputado hegemónicamente. En este
marco, la política feminista no debe concebirse como un modo político
esencialista que intente perseguir los intereses de las mujeres, sino de un
modo antiesencialista y hegemónico, inmerso en un marco democrático más amplio
en el cual la lucha feminista se inscriba en una cadena de demandas políticas
interseccional.
Espero que mi trabajo haya mostrado
la fertilidad del prisma antiesencial en relación a
la subjetividad y la utilidad de pensar un modelo de ciudadanía plural y
radical, frente al arquetipo liberal, actualmente dominante, y a los feminismos
deterministas, como las teorías de la diferencia o las biologicistas, que generan
movimientos excluyentes y encasillan a las mujeres en estereotipos que coartan
su libertad.
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[1]
Señalo la coincidencia entre Mouffe y Butler en relación al antiesencialismo
identitario y el interés en la construcción de una democracia plural y radical,
pero con esto no quiero decir que sus trabajos sean análogos; por el contrario,
encuentro similitudes entre distintas matrices de investigación. Ambas
comprenden a la subjetividad como contingente y abierta, pero disienten en su
carácter: por un lado, mientras Mouffe encuentra la incompletitud fundamental
del sujeto en la falta, tal como la describe el psicoanálisis, Butler halla
esta imposibilidad de cierre en la falla de la interpelación por la que
cualquier intento por definir e identificar completamente al sujeto es
imposible (Bedin, 2015: 24); y por otro lado, mientras Mouffe cree que la
subjetividad se conforma por un proceso de identificación a través de una
lógica de exterioridad constitutiva, Butler sostiene que ésta se conforma a
través de la iteración cuya producción genera una ilusión de sustancialidad
(Napoli, 2016: 155). Aunque no es objeto de este trabajo, quisiera señalar que,
aunque ambas autoras acuerden en la pluralización y la radicalización de la
democracia, también disienten en la forma de apelación a lo universal que la
construcción política requiere. Para una construcción que combine exitosamente
las perspectivas de Mouffe y Butler ver: Nijensohn (2018).
[2] Traducción propia. Texto original: “Identity
is, in effect, the result of a multitude of interactions which take place
inside a space, the outlines of which are not clearly defined. Numerous
feminist studies and research inspired by the 'postcolonial' perspective have
shown that this process is always one of 'overdetermination', which establishes
highly intricate links between the many forms of identity and a complex network
of differences. For an appropriate definition of identity, we need to take
account of both the multiplicity of discourses and the power structure which
affects it, as well as the complex dynamic of complicity and resistance which
underlines the practices in which this identity is implicated. Instead of
seeing the different forms of identity as allegiances to a place or as a
property, we ought to realize that they are what is at stake in any power
struggle.”
[3] Para otras posibles articulaciones teóricas
posmarxistas entre populismo y feminismo ver: Biglieri y Cadahia (2021); Barros
y Martínez (2022). Para estudios de caso sobre populismo, democracia radical y
plural y feminismo bajo una perspectiva mouffiana ver los trabajos de Barros y
Martínez (2020) y de Nijensohn (2019) sobre Argentina y el trabajo de Ema,
Montoto, Serra y Caretti (2015) sobre España.