Crecer en la disolución posmoderna:
Nuevos retos para el feminismo y la coeducación
Growing and
learning in postmodern dissolution: New challenger for feminism and coeducation
Marina Pibernat Vila
Universitat Autònoma de Barcelona
- España
Imaginen
que volvemos a nuestra tierna adolescencia, y pensemos en cómo habría sido ésta
si se diese en la actualidad. Imaginemos cómo habría sido nuestra experiencia
juvenil de haber crecido con Internet en casa desde antes de que tuviésemos uso
de razón. Imaginemos que hemos crecido entre ordenadores, tablets y
smartphone, pantallas frente a las cuales hemos visto a nuestros
familiares durante incontables horas para trabajar, informarse, comunicarse o
entretenerse. Imaginemos que volvemos a tener 13 años y que por primera vez nos
hacemos un perfil en Instagram o en Tik Tok, que seguimos a una popular influencer
que habla sobre su último viaje a las Islas Maldivas, o que vemos la última
partida al Fortnite de un youtuber que se dedica a los
videojuegos. Luego, en la soledad de nuestra habitación, vemos en Netflix la
enésima película de un superhéroe de Marvel u otro episodio de la serie La
que se avecina. En el instituto y durante el recreo, aprovechamos para
interactuar con otros usuarios a través de las redes sociales virtuales y las
aplicaciones de mensajería instantánea como Whatsapp. En el instituto asistimos
a charlas en la que nos hablan de igualdad, identidad, género, diversidad,
empoderamiento u orientación sexual. Estos temas también circulan en nuestras
pantallas, con videos de chicas que explican que en realidad son chicos y que
van a empezar la transición al “género” masculino a través de hormonación y
cirugías. O bien con personajes “trans” o “no binarios” en series, películas,
videojuegos o anuncios, y celebrities en la prensa.
Este
ejercicio de imaginación nos puede servir como punto de partida para empezar a
vislumbrar cómo son las adolescencias actuales, cómo es pasar de niña a mujer,
de niño a hombre, en la sociedad occidental actual. Tres actores emergen
como los principales agentes responsables de moldear las experiencias
infantiles y juveniles: la familia, la escuela y los medios de comunicación
digitales. En primer lugar, claro está, la familia. En su seno se asegura
la reproducción biológica y social de los individuos más pequeños,
procurándoles una alimentación, un techo, ropa o zapatos. Y además, una lengua
con la que hablar y pensar, así como unos preceptos culturales, valores y
normas sociales que caracterizan cada sociedad y cada momento histórico. Como
ya se señaló hace tiempo, la familia nuclear es herencia de la
industrialización, reducida la familia extensa a su mínima expresión, la pareja
y su prole, siendo ésta la fórmula adecuada para el modelo capitalista de
producción y consumo, además de para satisfacer la necesidad de una mano de
obra amplia y móvil (Martin y Voorhies, 1978: 15).
La familia
es también la responsable de llevar a sus hijas e hijos a la escuela, otro
agente de socialización de gran relevancia. Si bien a menudo se percibe a las
instituciones educativas como una de las principales herramienta para la
transformación y mejora social, mediante ellas el Estado se ocupa de reproducir
el sistema imperante, tanto en lo político como en lo social y lo económico
(Wilcox, 2005: 116) entre las nuevas generaciones. La escuela enseña a leer y a
escribir, matemáticas o ciencias, bajo las directrices de las leyes educativas.
También expande el mundo social de las niñas y niños más allá de su contexto
familiar, y les hace partícipes de un entorno institucional donde se
encontrarán con nuevas normas y marcos en los que relacionarse con otras
personas que no forman parte de su familia.
En la
escuela, niñas y niños hacen nuevas amistades, conformándose así un grupo de
pares que también influirá en su proceso de socialización. Con el advenimiento
del medio audiovisual en las últimas décadas, y como ha expuesto Lahire (2007:
23), la socialización en el grupo de pares guarda estrecha relación con las
grandes industrias culturales y los medios de comunicación de masas,
concretamente con aquellos que producen contenido dirigido en especial a los
grupos etarios de la infancia, la adolescencia y la juventud. Así, hoy en día,
chicas y chicos viven en lo que el citado autor ha descrito como unas
socializaciones múltiples y complejas en las que intervienen de forma conjunta,
y hasta contradictoria a veces, tanto la familia como la escuela y el mercado
audiovisual. Además, si ese proceso era antes concebido como un proceso que iba
de arriba hacia abajo y que era recibido pasivamente, ahora es visto como un
proceso horizontal que implica interactivamente a los individuos socializados
en sus relaciones con la gran diversidad del cuerpo social (Gómez-Esteban,
2016).
De
qué hablamos cuando hablamos de posmodernidad
Esas
socializaciones múltiples, complejas y horizontales se dan en un contexto
socio-histórico o cultural que ha sido bautizado como la “posmodernidad”. Pero,
¿a qué se refiere este término? Si recurrimos a una definición general, el Diccionario
de la lengua española de la Real Academia Española lo define como un
“movimiento artístico y cultural de fines del siglo XX, caracterizado por su
oposición al racionalismo y por su culto predominante de las formas, el
individualismo y la falta de compromiso social”[1].
La definición resulta bastante tosca en la parte de la oposición al
racionalismo y el culto a las formas. En la historia de la filosofía, la
oposición al racionalismo fue el empirismo. Y en historia de la arquitectura,
¿sería algo así como oponerse a una casa diseñada por Le Corbusier? En cambio,
la segunda parte, que se refiere al individualismo y la falta de compromiso
social, es mucho más clara y reconocible por cualquiera. Partiendo de ahí, es
obligado señalar que el gran hecho global que marcó la postrimería del siglo
pasado fue el fin del proyecto soviético y de la Guerra Fría, así como el auge
de la teorías que proclamaban la crisis de todos los “grandes relatos” y el fin
de la historia. Su enterrador había sido el capitalismo neoliberal liderado por
Occidente, que en el mismo cementerio había enterrado también a todo proyecto
de emancipación colectiva y su sujeto, empezando por el de la clase
trabajadora.
Como señala
Gómez-Esteban (2016), desde entonces se delimitó el sujeto colectivo en favor
de nuevas subjetivaciones y movimientos sociales de emancipación individual que
reaccionaron contra todo lo establecido anteriormente por la modernidad. La
centralidad del ser humano fue reemplazada por la centralidad de los discursos,
impactando enormemente tanto en las ciencias sociales como en el arte,
emergiendo un sujeto y una subjetividad que rechazaba la existencia de
identidades fijas, ya que la singularidad del sujeto se forma en la
incertidumbre de los eventos, independientemente del contexto estructural,
macrosocial o histórico. El “yo”, la subjetividad o la conciencia parecían
conceptos demasiado limitados para describir el proceso inefable y paradójico
de la construcción de la identidad. Estos planteamientos postestructuralistas
fueron criticados por ser un movimiento hacia ninguna parte, un “devenir-loco”
del sujeto y la identidad.
Así, la
posmodernidad sería un término amplio y complejo para describir una gran
diversidad de desarrollos culturales, intelectuales y artísticos surgida a
mediados y finales del siglo XX, como reacción/continuación de la modernidad,
rechazando a ésta por lo menos en apariencia, una época y actitud crítica que
desafían las certezas y las estructuras establecidas de la modernidad,
proponiendo en su lugar una visión del mundo más plural, fragmentada y
relativa. Más allá de esta caracterización general, cabe señalar las dificultades que
encontramos ya de entrada para definir la posmodernidad[2], como menciona Agirre
(2015: 648) al mismo tiempo que recuerda una definición más crítica de la
misma, a saber, la posmodernidad como lógica cultural del capitalismo avanzado
o tardío.
Crisis posmoderna en la familia
Dado
del peso de la creación artística y cultural en la definición de la
posmodernidad, los productos culturales y contenidos mediáticos o audiovisuales
parecen el medio más idóneo para, por lo menos, retratar sus características
centrales. Y
especialmente idóneo para tal fin es el cine como el gran medio de comunicación
de masas del siglo XX, cuya producción fue eminentemente estadounidense desde
el inicio (Hobsbawm, 2011: 185-198). Y lo sigue siendo hasta día de hoy, aunque
sea a través de plataformas como Netflix o Amazon Prime y ya no a través de las
salas de cine. Lo
mismo puede decirse de las series y de las redes sociales virtuales como
Twitter o Instagram[3].
A través del cine y las
series de las ultimas décadas, como grandes escaparates del imaginario social
occidental conformado por las grandes industria culturales estadounidenses –
esto es, Hollywood y las principales cadenas de televisión -, observamos la
disolución o pérdida de los referentes y modelos estables de antaño, haciendo
del proceso de socialización y de la conformación de la identidad personal o
individual algo marcado por la incertidumbre, la inestabilidad y la ambivalencia
(Imbert, 2010: 14-15).
Hay, precisamente, un
popular género de ficción televisiva cuya evolución plasma este proceso de
forma muy pertinente, y que tiene que ver con la familia como agente de
socialización. Se trata de la comedia de situación, conocidas por el acrónimo
de sitcom, un tipo de producto audiovisual que escenifica situaciones
cotidianas a través del humor que transcurren principalmente en las
dependencias del hogar familiar. De hecho, cuando este tipo de género
televisivo empezó a emitirse en EEUU en la década de los 50, sus protagonistas
eran los miembros de una familia de “clase media” de las urbanizaciones
residenciales. La madre y ama de casa solía ser el personaje principal, que
siempre aguardaba en el hogar la llegada del marido proveedor que mantenía la
familia con su trabajo en la esfera pública y social, mientras que ella sólo
podía ser protagonista de la casa y de la familia. Las temáticas y la
estructura de aquellas primeras sitcoms expresaban y difundían la
economía e ideología dominantes de la época (Haralovich, 1989), la misma
ideología que enfermó psicológicamente a muchas mujeres, como expondría Betty
Friedan en su obra célebre La mística de la feminidad (2016) en la
década siguiente.
Pero con el paso del tiempo,
las familias han dejado de ser las protagonistas de las sitcoms, siendo
sustituidas por compañeros y compañeras de trabajo o de piso. Tanto es así que
si recuerdan alguna sitcom, o series de otro género televisivo que hayan
visto últimamente, seguro que les parecerá adecuado preguntarse “y esta gente […]
¿No tiene familia?” Ciertamente, muchos de los personajes de los productos
audiovisuales que consumimos parecen ser personas que carecen de redes
familiares, o cuyos padres, madres, hermanas o hermanos sólo aparecen ocasionalmente
en alguna subtrama, y probablemente para narrar un conflicto o una
desavenencia.
La familia, pues, que otrora
ocupaba la centralidad de las ficciones, ha sufrido una importante crisis.
Esto, como señala Gérard Imbert (2010: 204-220) a propósito del cine promoderno
francés, tiene su origen en las profundas transformaciones de la estructura
social y los cambios en torno a la concepción de la familia, la pérdida de su
autoridad y su descomposición o recomposición. En última instancia, ello ha supuesto
una disminución de la importancia de la familia en la sociabilidad y en la
formación de la identidad, en beneficio de otros grupos como la fratría o el
grupo de pares.
También se ha hablado de los
efectos de la posmodernidad en la propia familia. La familia típicamente
posmoderna sería aquella que está constantemente construyéndose y
reconstruyéndose en base a los deseos subjetivos de los individuos, que ya no
sienten ninguna obligación para con su grupo familiar, y conciben la familia
como un complemento psicológico o prótesis
individualista (Lipovetsky citado en Elzo Imaz, 2006: 33). Todo esto es
coherente con las conocidas tesis de Bauman (2002) acerca de la liquidez de los tiempos
actuales, que generan unos sujetos y subjetividades que están en constante
movimiento, permanentemente instalados en la inestabilidad vital y relacional.
Y así, cuando parece que el individuo se ha librado de las antiguas ataduras
familiares y de toda relación duradera con otras personas, se ha encontrado
solo. Si, como hemos dicho, la familia nuclear fue la fórmula adecuada para el
modelo capitalista industrial de producción y consumo para satisfacer así la
necesidad de una mano de obra amplia y móvil, parece que el capitalismo tardío
posindustrial y neoliberal va más allá, necesitando para su producción y
consumo una mano de obra conformada por individuos solitarios.
Socialización
y soledad en la era digital
Todo proceso de
socialización es, por definición, colectivo, e intervienen en él diferentes
actores del cuerpo social que ofrecen pautas y referentes en ese proceso de
crecimiento desde la niñez a la edad adulta, pasando de ser niñas o niños a ser
mujeres u hombres. Como no podía ser de otro modo, el mismo proceso de
socialización experimentado por la infancia y la juventud se ha ido adaptando a
los nuevos contextos sociales, políticos, económicos y tecnológicos.
En ese sentido, el
advenimiento de la industrialización en el siglo XIX no sólo constituye un buen
ejemplo de cómo todos esos factores moldean profundamente la vida social y
personal, así como la experiencia de hacerse mayor. De hecho, como señala el
antropólogo Carles Feixa (2006), el mismo concepto de adolescencia es hijo de
la sociedad industrial. Ese mismo autor realiza una periodización de todos los
cambios que desde entonces hasta ahora han definido la experiencia juvenil de
cada generación, desde la industrialización hasta la actualidad atravesando
todo el siglo XX. Esta visión historiográfica panorámica que ofrece muestra que
las guerras, las modas y las crisis económicas acaecidas durante los últimos
150 años constituyen los grandes hechos sociales que nos han traído hasta la
sociedad y la juventud actuales (Pibernat Vila, 2019: 61). Y sobretodo, que la
llegada de la tecnología digital, en combinación con todos estos grandes hechos
sociales mencionados, ha producido unas adolescencias y juventudes cuya forma
de estar en el mundo presenta formas más individuales que las que presentaron
sus predecesores, que lo hacían a través de formas más colectivas en su
experiencias juveniles y conformación de la identidad (Portillo, Urteaga,
González, Aguilera y Feixa, 2012).
Como ya se observó para el
caso estadounidense y con anterioridad al confinamiento derivado de la crisis
de la COVID-19 en 2020, chicas y chicos adolescentes ya pasaban más tiempo a
solas y menos tiempo acompañados, perjudicando seriamente su salud mental
(Twenge, Spitzburg y Campbell, 2019; Twenge y Campbell, 2019). En otras partes
ya hemos señalado que el consumo audiovisual entre adolescentes y jóvenes se
produce principalmente sin compañía alguna (Pibernat Vila, 2019: 177), así como
las implicaciones que tiene esto para la investigación social, ya que
investigamos las relaciones sociales justo cuando una gran parte de las mismas
se producen, paradójicamente, en soledad frente a una pantalla (Pibernat Vila,
2022). Cualquier persona que haya vivido las últimas tres, cuatro o cinco
décadas se habrá dado cuenta, sin necesidad de recorrer a ningún estudio, de
que pasa ahora mucho más tiempo a solas que antes, viendo una película en su
ordenador personal o posteando en sus redes sociales a través del móvil. A
diferencia de la gran pantalla del cine que se dirigía a una platea entera, o
incluso de la pequeña pantalla del televisor que se dirigía al pequeño grupo
familiar, el mismo diseño del los móviles o los ordenadores se dirige al
individuo. Algo tan simple con el tamaño de las pantallas da perfecta cuenta de
la transformación social que hemos vivido y de la disolución o debilitamiento
de los lazos sociales y comunitarios en la posmodernidad y en la era digital.
Ese individuo solitario está
muy lejos de ser únicamente un consumidor de contenidos, a pesar de la cantidad
inabarcable de productos audiovisuales disponibles a muy bajo precio. Ese individuo
es al mismo tiempo un productor solitario de contenido para la red. Las redes
sociales virtuales están creadas para que nos hagamos un perfil individual y
empecemos a participar en la red aportando nuestro contenido en forma de posts,
fotos o videos. En la década de los 80, Alvin Toffler (1996) habló del
“prosumo” mediático en la era y la economía digitales. Ahora todo el mundo – o
todo el mundo que participe en las redes sociales virtuales – se ha convertido
en un productor-consumidor mediático, que produce contenido al mismo tiempo que
lo consume. Así, coherentemente con la idea de horizontalidad y fragmentación
posmodernas, se ha alterado el viejo esquema de la comunicación de masas en el
que las grandes industrias culturales emitían contenido que era consumido por
el gran público. Supuestamente, esto habría jugado a favor del o la ciudadana
de a pie, de personas anónimas, obligando a las industrias audiovisuales a
modificar su tradicional esquema de verticalidad comunicativa para adaptarse a
un nuevo perfil de prosumidor/a mediático/a que se ha hecho con una audiencia
social gracias a su actividad en la red “desde abajo” (Andreu-Sánchez y
Martín-Pascual, 2014: 133-135) y a bajo coste. Siendo tan accesibles y
gratuitas muchas de las herramientas digitales, pareciese que cualquiera
pudiese obtener alguna forma de poder frente a las grandes industrias
culturales si consigue la audiencia y popularidad suficientes.
Sin embargo, a propósito de
las nuevas formas de comercio en el capitalismo digital, un alto ejecutivo
alemán del sector de las telecomunicaciones indicó hace años que “si es gratis,
es que el producto eres tú” (Cigüela Sola, La Vanguardia, 2015). La frase, que
se ha convertido en una especie de aforismo o proverbio popular, alerta o
previene de la lógica hipermercantilizadora del sistema de relaciones
económicas en el capitalismo tardío y en la era digital, de la que no obstante
es difícil escapar. En la era de las redes sociales, como ha señalado
acertadamente la antropóloga Paula Sibilia (2008), la intimidad y la identidad
se han convertido en un producto, en un espectáculo para consumo ajeno. Las
personas se convierten en personajes del cotizado “show del yo”, disolviéndose
las fronteras entre el “yo” real de la vida offline y el “yo” ficticio
del contenido online. Emerge así otra gran paradoja de la posmodernidad
y la era digital en la que la soledad offline es soslayada por la
hiperconectividad online. Podemos tener miles de “seguidores” o “amigos”
en las redes sociales en las que nos exponemos como producto mediático pero, al
mismo tiempo, estamos solas o solos frente a la pantalla.
Lo relevante aquí, más allá
de retratar el impacto de la posmodernidad y la era digital en el conjunto de las relaciones sociales, es
pararse a observar qué implica para el proceso de socialización de chicas y
chicos de hoy en día haber nacido y crecido en ese contexto social, solitario
pero hiperconectado de forma no presencial al mercado digital de las
identidades y las audiencias. Ese es el mundo en el que crecen y aprenden, y al
que se adaptan. Porque en esto consiste, en última instancia, todo proceso de
socialización en la infancia y la adolescencia. Dicho de otro modo, así
funciona su mundo conocido, en el que tienen que aprender a vivir.
Género y adolescencias digitales
Internet nació preñado de
esperanzas, y entre ellas estaba que la era digital contribuyera a la mejora de
la igualdad entre las mujeres y los hombres, acabando con los indeseados roles
y estereotipos de género que mantenían a las mujeres en un posición de
subalternidad. El ciberfeminismo de Donna Haraway, pomposamente inaugurado con
su Manifiesto Cyborg (1995), explicó a las jóvenes feministas de finales
del siglo pasado que el espacio democratizador y anti-jerárquico de la red era
idóneo para la participación de las mujeres en el nuevo mundo digital que se
avecinaba. Sadie Plant
(1998), ciberfeminista británica que compartía esa
euforia tecnológica, se dejó llevar por la metáfora de la red esgrimiendo el
estereotipo que relaciona la mujer y el tejer para argüir que las mujeres
estaban mejor preparadas para la nueva tecnocultura
digital. Si la era industrial había sido idónea para la fuerza física
masculina, eso había quedado atrás y era el momento para las habilidades femeninas,
más flexibles y adaptables. El mismo lenguaje binario digital representaba la
necesaria inclusión de la mujer en el nuevo mundo digital.
Quizás una de las críticas
más pertinentes a la euforia digital de aquellas ciberfeministas vino de la
mano de Judy Wajcman
(2006), que señaló que dichas teóricas obviaron las desigualdades en el acto
comunicativo, creyendo que la mera novedad de la invención de Internet
supondría por sí sola una mayor igualdad entre mujeres y hombres. Pero lo
cierto es que en cualquier campo de la vida se reproducen las relaciones de
poder imperantes en la sociedad, e Internet no sería una excepción. Internet y
la era digital al completo se edificaron sobre la desigualdad patriarcal
preexistente (Bernárdez Rodal, 2015: 224-225), reproduciéndola en su seno.
Si investigamos acerca de
cómo es crecer en la era digital, prestando atención a la socialización
diferencial en base al sexo y a los roles y estereotipos de género, recogiendo
datos sobre lo que realmente está pasando sin presuponer ninguna cualidad
intrínsecamente beneficiosa de las innovaciones digitales, las tesis
ciberfeministas resultan ahora incluso naíf.
En un primer momento, por
ejemplo, puede parecer que el hecho de que las chicas tengan la posibilidad de
crear y difundir su propio contenido tiene que jugar necesariamente a favor de
la igualdad de las mujeres. Sin embargo, si nos fijamos en los nuevos fenómenos
fan genuinos de la red como el fenómeno youtuber o el de los y
las influencers, vemos rápidamente no
sólo que esta idea es erróneo en su mayor parte, sino que esa desigualdad
adquiere nuevas formas que incluso la amplifican. Los youtubers más
seguidos son chicos con mucha diferencia, y las temáticas de chicos y chicas
responden claramente a roles y estereotipos de género que conocemos bien: ellos
se dedican a los videojuegos y el humor; ellas, a la moda, el maquillaje y el fitness
(Pibernat Vila, 2019: 247-252). Incluso el humor misógino ha experimentado un
renovado auge de la mano de chicos youtubers, que lo han utilizado como
forma de ganar audiencia y popularidad en las redes (Pibernat Vila, 2021).
La misma reproducción de los
roles y estereotipos sexistas puede encontrarse en el consumo de videojuegos –
que a su vez juega un papel central en el contenido creado por los chicos -,
siendo éste principalmente masculino, en lo que las chicas muestran mucho menos
interés (Viñals Blanco, Abad Galzacorta y Aguilar
Gutiérrez, 2014: 62). En las redes sociales, ellas son más propensas a exponer
su vida personal o su imagen, mientras que no es algo que los chicos suelan
hacer, siendo un contenido asociado con lo femenino (Estébanez y Vázquez,
2013). Este esquema parece atravesar todo el contenido creado y consumido en
Internet por parte de adolescentes y jóvenes que participan en la esfera
digital, pero también por niñas y niños que acceden fácilmente a ese contenido
de moda.
Estos son sólo algunos datos
que contradicen el optimismo digital en cuanto a la socialización de niños,
niñas, adolescentes y jóvenes, así como del resto de la sociedad. Además, como
dijimos en otra parte (Pibernat Vila, 2023), hay otras cuestiones por las que
Internet no parece tan bueno como decían y que han hecho saltar las alarmas
entre quienes trabajan para una infancia y adolescencia libres de estereotipos
y explotaciones sexistas. Se trata de la asunción por parte de las niñas y las
chicas jóvenes, acostumbradas desde la infancia a participar en la esfera
digital y a compartir fotos suyas, de que su imagen o su cuerpo pueden ser un activo
en la economía digital para procurarse unas audiencias que puedan llegar a
convertir en ingresos, justo en un momento de aumento de la pobreza y la
precariedad. Existen plataformas como la conocida Only
Fans que van exactamente en esa dirección, la de la conversión del cuerpo de
las jóvenes en mercancía sexual digital, constituyendo un claro ejemplo de lo
que Ana de Miguel (2015) llamó “neoliberalismo sexual”. Parece, pues, que la
disolución posmoderna ha afectado a casi todo, pero los roles y estereotipos de
género han salido indemnes del proceso, o puede que incluso reforzados.
Hay todavía otro aspecto que
cabe destacar sobre el efecto de las pantallas – más allá de los contenidos
producidos y consumidos y el impacto en la socialización diferencial de género
- entre la infancia y la adolescencia, y que tiene que ver con la institución
escolar y la educación. Se trata de su efecto en el desarrollo del cerebro. El
título de la obra del neurocientífico francés Michel Desmurget habla por sí solo: La fábrica de cretinos
digitales. Los peligros de las pantallas para nuestros hijo (2019). En
contra de todos los discursos funcionales al mercado de las nuevas tecnologías,
según los cuales los “nativos digitales” iban a ser mucho más inteligentes
gracias a las virtudes de Internet, la “sociedad de la información” y el uso de
pantallas, ese autor realiza una severa advertencia. Apoyándose en unos
estudios y desmintiendo otros que han servido a los medios de comunicación para
alentar el uso y consumo de las nuevas tecnologías, señala que en realidad esas
frenen la inteligencia, la capacidad para concentrarse y el rendimiento
académico, dado que su uso supone la pérdida de un tiempo precioso durante la
infancia y la adolescencia. Un tiempo que, cuando haya acabado la fase de gran
plasticidad cerebral que caracteriza las primeras etapas de la vida, será
irrecuperable. En su obra menciona también algo que ya apareció en la prensa, a
saber, que los altos ejecutivos del sector de la economía digital en EEUU
llevan a sus hijos e hijas a escuelas libres de pantallas (por ejemplo: “Los
gurús digitales crían a sus hijos sin pantallas”, Guimón,
El País, 2019). Las problemáticas que enfrentamos como sociedad inmersa en la
digitalización presentan, pues, muchas vertientes en cuanto a sus efectos en
entre la infancia y la juventud.
Feminismo y educación: el reto de coeducar hoy
Podríamos decir que el
confinamiento derivado de la pandemia de la COVID-19 puso todos esos
ingredientes dentro de una olla a presión y prendió el fuego. En una
investigación prospectiva (Carrasco Pons y Pibernat Vila, 2022) hemos
constatado no sólo la interrupción en la transmisión de materia curricular a
nivel escolar durante el confinamiento, sino también los efectos negativos del
aislamiento en las rutinas y hábitos, el sueño, el comportamiento y el ocio
digital del alumnado. Acorde con la refundación de los roles y estereotipos de
género en la era digital, los chicos tendieron a desconectar más que las chicas
del seguimiento escolar durante el curso de la pandemia y en el posterior,
hecho atribuido en gran medida al consumo intensificado de videojuegos por
parte de ellos a lo largo del año 2020. En el caso de ellas, el uso intensivo
se centró en las redes sociales virtuales.
Aquella situación excepcional
y sus posteriores consecuencias pusieron entre las cuerdas al sistema de salud
y al sistema económico. Y también al sistema educativo como pilar del Estado
desde los albores de la era contemporánea. La instauración de la enseñanza
obligatoria y masiva también tiene que ver con la industrialización y las
importantes transformaciones socio-económicas que ésta produjo. La
escolarización supuso la segregación entre jóvenes y mayores en la vida social,
algo nuevo en a historia, y su obligatoriedad llegaría hasta los 16 años en el
siglo XX (Buckingham, 2002: 81). La familia como agente socializador de primer
nivel se vio en parte desplazada por el Estado, que a través de las
instituciones educativas, empezó a encargarse de inculcar en las nuevas
generaciones la formación e instrucción que el sistema productivo requeriría.
Desde la Ilustración en el
siglo XVIII, la escuela es concebida como una suerte de fuente de igualdad.
Acorde con la idea liberal ilustrada del momento, la instrucción generalizada
supondría una mayor igualdad de oportunidades para el antiguamente llamado
“tercer estado”, que comprendía desde la clase social de la burguesía – la que
hizo la revolución contra el Antiguo Régimen – hasta el campesinado más
empobrecido. Como sabemos, el primer feminismo ilustrado tuvo que exigir ese
mismo derecho también para todas las mujeres, reclamándolo más tarde como
herramienta de transformación social también para la erradicación del machismo
y el patriarcado.
En la actualidad, los retos
que enfrentan quienes quieren educar en igualdad, ya sean familias o
profesorado, tienen que ver con la reformulación de los roles y estereotipos de
género que han servido para subordinar socialmente a las mujeres. Esta
reformulación implica la reproducción de la desigualdad entre hombres u
mujeres, pero en un ámbito y a través de unos códigos específicos de la era
digital, afectando la socialización de niñas, niños, adolescentes y jóvenes
cuya participación en la esfera digital es parte constitutiva de su experiencia
de convertirse en mujeres y hombres.
Desde las décadas de los 80
y los 90, se habló de una educación posmoderna. En algunos casos se vio como
una oportunidad de transformación cuyos beneficios superaban los riesgos,
ofreciendo al alumnado una definición de aquellos “grandes relatos” o “metanarrativas” de la moribunda modernidad para, a
continuación, desmontarlas en beneficio de pequeñas narrativas y de “los Otros”
del mundo – como las mujeres -, comprendiendo además el potencial liberador de
las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (Rust,
1991). En otros, se vio la educación posmoderna como una educación
individualista disuelta en las nuevas tecnologías y en la necesidad de
innovación constante, siguiendo los dictámenes antihumanistas,
no centrados en el ser humano, de la posmodernidad (Colom Cañellas,
1997). Incluso se señaló ya entonces que el pensamiento educativo posmoderno
apoya inconscientemente las políticas de libre mercado, perjudicando la empresa
de contribuir a la igualdad y la posibilidad de mejorar los niveles de
bienestar generales. E incluso más allá de esto, se expuso el problema
inherente de pensar en una educación posmoderna, cuando la misma institución
educativa es uno de los pilares de la modernidad (Green, 1994).
Así las cosas y en contra de
esa disolución posmoderna antihumanista,
individualista e hipercomunicada a través de las
nuevas tecnologías, que hasta ha convertido el hecho de ser mujer en una
elección de la subjetividad de los varones, el feminismo ha seguido apostando
por unos principios firmes en beneficio de la igualdad, proponiendo la
coeducación como herramienta para ello. Sin embargo, la coeducación ha sido
secuestrada y suplantada en las escuelas y las leyes educativas (Carrasco Pons,
Hidalgo Urtiaga, Muñoz de la Calle y Pibernat Vila,
2022). Especialmente ante los nuevos disfraces tecnológicos y digitales del
machismo y la desigualdad, es urgente recuperarla. Contribuir a ello es el
objetivo del Monográfico de este número de la
revista Cuestiones de Género.
Sobre el presente número
Todo lo expuesto hasta aquí enmarca las cuestiones centrales tratadas en el Monográfico,
así como en el Artículo
Invitado que nos brindan la antropóloga y
fundadora de Docentes Feministas por la Coeducación[4] (DoFemCo) Silvia
Carrasco, y la presidenta de la misma asociación Ana Hidalgo. Su artículo, titulado “De las aulas a las hormonas. El secuestro de
la coeducación por el patriarcado neoliberal”, relata la perversión del la idea
inicial de la coeducación en beneficio de la ideología de la identidad de
género, que desde la escuela induce al alumnado a iniciar “transiciones de
género” en virtud de una supuesta identidad innata, con implicaciones
irreversibles para su salud y pingües
beneficios para la industria farmacéutica.
El artículo que abre la
sección del Monográfico de este número de la
revista, dedicado a la coeducación
y la socialización de la infancia y juventud en el contexto actual desde una
perspectiva de género, se titula “La evolución de la inclusión de la igualdad de
género y de la coeducación en las leyes educativas españolas (desde 1857 hasta
2020)”. En él, Cristina Cabedo Laborda nos ofrece un recorrido histórico-legal por las leyes
españolas que han guiado los cambios políticos y sociales en materia de
igualdad y educación. En segundo lugar, en su artículo “La crítica feminista
como fundamento de la coeducación. La urgente necesidad del estudio del
pensamiento feminista”, Marta
Madruga Bajo incide en la necesidad de que esta coeducación se base en el
pensamiento feminista, que actualmente está siendo desplazado por otros cuerpos
de ideas posmodernas enfocados en la disolución del sujeto político del
feminismo, es decir, la mujer. La necesidad de que así sea es señalada en el
tercer artículo, “Problematizando viejos y renovados sexismos del imaginario
juvenil: Urge más coeducación en todos los
contextos con apellido educativo”, en el que Ana María Iglesias Galdo expone nuevas formas de sexismo detectadas entre
el estudiantado.
Esas nuevas formas del
imaginario sexista y desigualdad sexual se encuentran también, y especialmente,
entre la juventud socializada en la era de las llamadas “tecnologías de la
información y la comunicación” en tanto que prosumidora
mediática. Como expone Daniel
Calderón Gómez en su artículo “Las mujeres jóvenes ante la desigualdad digital:
posiciones, exposiciones y disposiciones”, el análisis de la desigualdad
juvenil en su uso de la tecnología y sus prácticas digitales desvelan la
vulnerabilidad y las limitaciones de las chicas y las mujeres en ese ámbito.
Mención especial merece el caso de las omnipresentes redes sociales virtuales y
su impacto en la socialización diferencial de género en relación a la
ciberviolencia machista y las relaciones de pareja. Precisamente en esto
profundizan Monica Gil Junquero, Juan Antonio Rodríguez del Pino y Susana Marín Traura, añadiendo además la
perspectiva de expertas en la materia, en su artículo “Análisis de las redes
sociales como un espacio de aprendizaje y reproducción del machismo.
Percepciones de las personas jóvenes y de las
personas expertas”. Además de las redes sociales, tampoco podemos olvidar los
contenidos audiovisuales producidos por las grandes industrias que consumen las
y los adolescentes, temática en la que se centran Imma Ruiz Cerezo y Reis B. Vidal en “Impacto de los
contenidos consumidos durante la adolescencia en el proceso de socialización”,
tomando también en consideración las películas, series, libros o cómics.
Volviendo a la cuestión
educativa, Sara Ouali Fernández señala la relación entre la brecha educativa basada en el
sexo y el crecimiento económico de los países en su artículo “Desigualdades de
género en educación y su impacto económico: un análisis cuantitativo global”.
Abordar la brecha educativa, que también tiene efectos a nivel económico, es el
objetivo central de la coeducación como herramienta del feminismo para
erradicar el machismo y el androcentrismo de las instituciones educativas. Con
el objetivo de evaluar la aplicación de la coeducación en los centros
educativos, en el artículo titulado “La coeducación en los centros escolares.
La rúbrica Wungu, un instrumento de autoevaluación integral para la transformación
educativa”, Ana Tarrés Vallespí, Miquel Ángel Essomba Gelabert y Meritxell
Argelagués Besson nos presentan el proceso de desarrollo y validación de un instrumento
para tal fin. Covadonga
Arroyo García, por su parte, ofrece una experiencia coeducativa concreta relativa al
lenguaje inclusivo en el caso de la enseñanza del español como lengua
extranjera en su artículo “El género en la educación: la relevancia del
lenguaje inclusivo en la clase de español como lengua extranjera”. También María Martínez Lirola y Alba Campoy Martínez nos traen una propuesta
didáctica específica en torno a la representación de figuras femeninas a través
de tres conocidos productos audiovisuales de factura nipona en su artículo “Multimodalidad y género en la enseñanza universitaria a
través de las películas de animación japonesa La princesa Mononoke
(1997), El viaje de Chihiro (2001) y El castillo
ambulante (2004) con fines didácticos”.
Cierran este Monográfico dedicado a la coeducación,
por un lado, un trabajo de corte historiográfico que nos recuerda la otra cara
de los contenidos educativos, cuando éstos sirvieron como herramienta para
forjar el modelo de feminidad nacionalcatólica en
España. Se trata del artículo firmado por Gabriel Parra Nieto, Beatriz Sánchez Barbero, Sara Serrate González y Bienvenido Martín Fraile, y que lleva por título
“Una feminidad dirigida desde la escuela primaria durante el régimen
franquista”. Finalmente y por otro lado, el artículo de Antonia Rodríguez Martínez, titulado “Socialización en
redes sociales, avances digitales y violencias en nuevos entornos: Revisión de
la literatura y análisis”, aporta una revisión bibliográfica sobre la
literatura científica que aborda la cuestión de cómo aquellas antiguas violencias
sufridas por las mujeres han adquirido ahora nuevas formas en el contexto
digital.
La sección de Tribuna del presente número de la revista Cuestiones de Género ofrece un conjunto de
trabajos sobre diversos
aspectos centrales de la agenda y el movimiento feministas en un diálogo
transatlántico entre diversos países de la esfera iberófona. Así, el primer artículo se
refiere a un contexto desde el cual han emergido intensas protestas en España
durante la primera mitad del año 2024 debido a las condiciones en las que se
encuentra el sector primario. La aportación de Andrea Chamorro García lleva por título “La
socialización de género en las mujeres rurales: un análisis temporal a través
de diversos casos de las habitantes de la
Sierra de Gredos de la Comunidad Autónoma de Castilla y León”, y nos acerca a
las voces de diversas mujeres que han crecido y vivido en entornos rurales,
exponiendo las particularidades de nacer mujer en dicho contexto. Desde el otro
lado del Atlántico, Paola Mascheroni, Paula Florit y Virginia Courdin abordan la cuestión de la
participación de las mujeres de las zonas rurales en las luchas sindicales con
su artículo titulado “«No somos almohadón, no
estamos pa' relleno». Sindicalismo agrario y
género en Uruguay”. Siguiendo con las reivindicaciones políticas y de vuelta a
España, Beatriz
Pérez González y Ana
Rodríguez Penin trazan un recorrido
historiográfico de las reivindicaciones feministas desde II República hasta la
actualidad en el artículo “Evolución de las reivindicaciones de mujeres en
España. De lo normativo a lo social”, definiendo las transformaciones acaecidas
en el interior del movimiento. En cuarto lugar, el artículo de Ana Fernández Fernández
Quiroga nos trae otra experiencia del movimiento feminista en el contexto
chileno y en relación a la población indígena, habiendo sido ambos parte activa
en los cambios políticos que ha atravesado el país latinoamericano desde 2019.
Centrado en las sinergias políticas entre feministas e indígenas, dicho
artículo se titula “Alianzas entre los movimientos feministas y los pueblos
indígenas dentro de la última Convención Constituyente de Chile”. Precisamente,
aunando el hecho de ser mujer y el de ser indígena en América Latina, se nos
presenta la importante cuestión de la interseccionalidad, concepto en torno al
cual Ignacio Alvarez Rodríguez reflexiona críticamente, y partiendo de un enfoque
jurídico, en “Luces y sombras de la discriminación interseccional desde el
constitucionalismo”.
El campo jurídico es sin
duda uno ámbito en el que la lucha contra la violencia hacia las niñas y las
mujeres, una de las reivindicaciones más importantes de la agenda feminista y
probablemente la cuestión más dramática que enfrentan las mujeres a lo largo y
ancho del planeta, ha conseguido importantes avances. A esto se refiere el
sexto artículo de la sección, titulado “La relevancia de la agravante por razón
de género para la teoría jurídica feminista. ¿Qué ha dicho el Tribunal Supremo
sobre la violencia de género vicarial? Comentarios a la STS 917/2023, de 14 de
diciembre”, firmado por María
Concepción Torres Díaz, que a través del análisis de una Sentencia de la Sala
Segunda de lo Penal del Tribunal Supremo en España indaga en la ampliación de
los supuestos de los agravantes de género. Sin embargo y desafortunadamente,
estas deseadas mejores en materia jurídica se topan con nuevos obstáculos en
función de diversos factores imprevistos, como por ejemplo una pandemia global.
En el artículo “Repercussões da Covid-19
para o enfrentamento da violência
doméstica por governos, instituições
e profissionais: scoping review”, Juliana
Guimarães e Silva, Adriano da
Costa Belarmino, Douglas Mateus da Silva y Antonio
Rodrigues Ferreira Junior aportan una revisión de alcance
de la literatura disponible que evalúa las repercusiones de la crisis de la
COVID-19 en las decisiones políticas tomadas por gobiernos, instituciones y
profesionales durante los dos primeros años de la pandemia en relación a la
violencia contra las mujeres dentro del hogar en el que permanecieron
confinadas durante meses, e incluyendo la necesidad de nuevos materiales
educativos con el objetivo de hacerle frente. En cuanto a la atención por parte
de las instituciones de las mujeres que sufren violencia de género, con el
artículo “Validación del “cuestionario para evaluar la atención prestada por
los servicios de atención a mujeres mayores víctimas de violencia de género”, Elisa Teresa Zamora Rodríguez, M.ª Josefa Mosteiro
García, Cristina Abeal Pereira y Enelina M.ª Gerpe Pérez nos traen la propuesta de
un cuestionario y su validación, cuyo objetivo es evaluar dicha atención en el
caso específico de las mujeres mayores, grupo de edad que requiere una atención
adaptada a sus necesidades y circunstancias. El noveno artículo hace referencia
a la prostitución como forma de violencia extrema contra las mujeres y como
institución que enseña a los hombres a ejercerla. Ana Diego Cobo, en su artículo titulado “«Si no está penado, no es
grave»: el papel socializador de la pena a los prostituidores de mujeres”,
profundiza no sólo en cómo la prostitución constituye una parte importante de
la socialización masculina en relación a las mujeres, sino también en cómo el
tipo penal del consumo de prostitución podría incidir en ella.
El décimo artículo de la
sección de Tribuna se centra en la interesante
intersección entre violencia contra las mujeres y medios de comunicación,
ofreciendo un análisis documental y de contenido en el contexto argentina
acerca del tratamiento por parte de los medios de comunicación de la violencia
contra las mujeres, así como de las políticas públicas al respecto. Este
trabajo de Maria Florencia Rodríguez titulado “Violencia
mediática: políticas públicas, casos y acceso a la justicia en Argentina”
ofrece, además, una propuesta para el tratamiento de fuentes y datos sobre la
cuestión. A continuación, siguiendo con los estudios en el campo de la
comunicación y el feminismo, Catalina
Restrepo Díaz nos aproxima, con su artículo “Perspectivas y desafíos del periodismo
feminista en Colombia en 2023: Un estudio exploratorio”, al rol jugado por los
medios y las periodistas feministas en el nuevo panorama social colombiano a
través de las entrevistas realizadas a seis de estas profesionales, señalando
la importancia de su trabajo para el igualdad en el país latinoamericano. Lorena Gómez-Puertas, María José Palacios Esparza, Mittzy Arciniega-Cáceres y Mònica Figueras-Maz realizan también una
aportación en materia comunicativa, pero desde el punto de vista de la
producción de contenido por parte de mujeres jóvenes catalanas, detectando
mecanismo y estrategias de introspección y empoderamiento en la construcción y
narración de su relato autobiográfico. Este estudio exploratorio lleva por
título “La narración audiovisual de mujeres jóvenes. Un relato de
autoconocimiento”. El artículo
decimotercero de esta sección también se ubica en el campo de la producción de
contenido audiovisual, pero en ese caso en torno a la construcción de la
masculinidad a través de la creación audiovisual. Esta aportación de Maria Cecilia Hernández Ocampo, Paula
Andrea Barreiro Posada y Edisson Arbey Mora lleva por título “Deshominem, hombres contracorriente:
una investigación-creación en torno a la reflexión de masculinidades no
hegemónicas”. Desde Brasil y partiendo de un dicho popular, Beatriz Beraldo, en su artículo “Casar ou comprar uma bicicleta? Uma análise do protagonismo das mulheres na cultura do consumo”, reflexiona en torno al
matrimonio, la propiedad privada, la producción, el consumo, la comunicación y
la publicidad en relación a la construcción de la feminidad y la masculinidad,
así como los cambios experimentados en todos esos ámbitos desde el siglo XIX
hasta la actualidad.
El último bloque de
artículos de la sección de Tribuna presenta una variedad de
artículos referidos a varias cuestiones acerca de diversos referentes femeninos
y feministas en ámbitos tan dispares como la práctica de la política por parte
de mujeres, la teoría política feminista y la literatura. El decimoquinto
artículo de la sección, firmado por María
Gómez y Patiño, se titula “Las primeras diputadas/senadoras en la Transición española
(1977-1979). Análisis de su narrativa” y, a través de entrevistas con las
protagonistas de la investigación, aporta sus experiencia y visión en asuntos
de tan relevantes como su vida personal como mujeres en política, las
limitaciones que vivieron y las renuncias personales que hicieron, además de su
valoración de la situación política actual y las prospectivas de futuro. El siguiente
artículo, “La propuesta de política feminista antiesencialista y hegemónica de
Chantal Mouffe” de Agustina Victoria Arrigorria, nos conduce de la práctica
política a la teoría política feminista recogiendo la propuesta feminista de Mouffe, pensadora y politóloga belga. Pasando de las
referentes en el campo de literatura académica a las referentes en el campo de
la literatura de ficción, Raül
Sánchez-Ballester nos presenta en “Las protagonistas de Astrid Lindgren:
referentes ecofeministas” el análisis de dos
protagonistas femeninas – Pippi Calzaslargas
y Ronia – creadas por la popular escritora sueca en
relación a las ideas ecofeministas y
constructivistas, proponiéndolas como referentes de feminidad adecuados para
jóvenes lectoras. Finalmente, el último artículo de la sección, también situado
en el terreno de la literatura juvenil, viene firmado por Catalina Millán Scheiding y se titula “The Mediation of Critical Themes of Motherhood Studies in Storytelling: The Case of The Girl Who
Drank the Moon”.
En él se indaga sobre cómo los cambios en el concepto de maternidad aparecen en
esa obra de la estadounidense Kelly Barnhill,
ofreciendo nuevos discursos sobre a jóvenes lectoras sobre el hecho de ser
madre.
En este nuevo número de la
revista del año 2024, Cuestiones de Género estrena la sección A propósito de con un artículo de rabiosa
actualidad ligado a cuestiones tratadas tanto en el Monográfico como en el
Artículo Invitado. Se trata de una cuestión que ha impactado dramáticamente en
la academia y en la práctica docente del profesorado universitario –
concretamente de profesoras -, así como en la producción de conocimiento
científico y la elaboración de números de revistas académicas que, como ésta,
abordan las problemáticas que afectan a las mujeres y a la niñas. Laura Favaro nos trae un valiente
artículo fruto de una valiente investigación llevada a cabo en Reino Unido que
versa sobra las llamadas “guerras del género”, que han supuesto la expulsión de
investigadoras feministas de un mundo universitario cada vez más antifeminista.
Su trabajo expone los hallazgos de una investigación centrada en cómo la
penetración de la llamada “teoría queer”,
también llamado “transgenerismo” o bien “genderism”
por parte de autora, ha convertido la academia en una “academencia”.
En las universidades occidentales se ha instalado el dogma, procedente de los
campus estadounidenses, de que un hombre que se declara mujer no sólo es
incuestionablemente una mujer, sino que además es la más oprimida de las
mujeres y la más necesitada de comprensión y sororidad. Esto se ha convertido
en la justificación de la intimidación y hasta la agresión física contra
cualquier feminista crítica con el transgenerismo que señale que un hombre no
es, ni puede ser por mucho que se identifique o aparente serlo, una mujer. La
mención a la demencia, a la locura, que encontramos ya en el titulo del
artículo de Favaro, “Let
us be free from «academentia»”, está muy lejos de ser
gratuita o de constituir una mera metáfora. Como señala la autora, los postulados
queer han inspirado la emergencia del
“conocimiento loco” en “defensa de la locura” dentro de la academia,
convirtiéndose en una “academencia”. Más allá de
esto, Favaro también señala otras graves
consecuencias de todo ello, además del ataque a los derechos de las mujeres que
representa, como la hormonación y cirugía de menores con un cuerpo
perfectamente sano, o la defensa de la pedofilia como una especie de
orientación sexual más. Toda esta locura académica que ha tomado los
departamentos de ciencias sociales y humanidades – y cada vez más de otras
disciplinas como la biología o la medicina, que parece que ya no pueden tampoco
investigar sin decir “sexo asignado al nacer” – es seguramente el cenit de la
extremadamente problemática disolución y confusión posmoderna que hemos querido
abordar, y que se palpa tanto en el campo científico, como en el político, el
educativo, el consumo audiovisual o las redes sociales virtuales.
Este número 19 de la revista Cuestiones de Género concluye con cinco reseñas de obras recientes sobre diversas temáticas relacionadas
con las mujeres, el feminismo, la feminidad y la masculinidad con el objetivo
de divulgar críticamente algunas de las nuevas aportaciones que se han
realizado últimamente en torno a dichas cuestiones. Estas reseñas ponen fin a
un número que ha tratado de abordar una compleja temática que hunde sus raíces
en la educación, la comunicación y en las grandes transformaciones sociales y
políticas que estamos viviendo como sociedad, y que afectan directamente a las
nuevas generaciones de chicas y chicos. Con todos los trabajos incluidos en él,
seguimos haciendo camino, por muy tortuoso que este sea, hacia la igualdad
entre mujeres y hombres.
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[1] Definición “Posmodernidad”, Diccionario de la Lengua
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[2] Al fin y al cabo, estamos tratando de definir
un pensamiento - si es que se le puede llamar así - que se caracteriza
precisamente por rechazar las definiciones fijas, y que puede ser todo y nada
al mismo tiempo, una cosa y su contraria. En cierto sentido, pues, la
posmodernidad es víctima (o verdugo, según se mire) de su propia definición/
indefinición.
[3] Cierto es que la
red social Tik Tok, de origen chino, ha irrumpido poderosamente en el sector,
provocando fuertes desencuentros entre las dos últimos administraciones del
gobierno estadounidense y la compañía ByteDance, con sede en Pekín y
propietaria de Tik Tok.
[4] La asociación
española Docentes Feministas por la Coeducación (DoFemCo) es la única
organización de mundo que reúne a docentes feministas de todas las etapas
educativas, desde educación infantil hasta la universidad.